La épica. David contra Goliat. El pequeño contra el grande. El pobre contra el rico. Ilusión frente a obligación. El fútbol también se creó para batallas deportivas como las que Leganés y Sevilla disputan este miércoles en el Sánchez Pizjuán (21:30 horas). Dos mundos, dos presupuestos, dos vidas. Una final de Copa como objetivo. Un partido de año.
Con 1-1 en la ida, andaluces y madrileños cierran un mes y medio infernal de Copa (un partido cada semana, dos en total con Liga) con el duelo más importante de todos. Es la vuelta de semifinales, el encuentro que decidirá al primer finalista. El segundo saldrá del Valencia - Barcelona del jueves.
Y este Sevilla - Leganés mostrará las dos caras del fútbol nacional. Un equipo puntero, acostumbrado ya a ganar títulos y disputar finales, frente a un equipo novel, sin experiencia en este tipo de partidos. Y, en estos casos, el corazón del aficionado neutral al fútbol se va siempre al lado del más pequeño.
España es un país muy dividido futbolísticamente (especialmente con Barcelona y Real Madrid) y solo se une cuando un equipo pequeño ejerce de David contra Goliat, especialmente si esto ocurre en competiciones europeas. Fue el caso del Málaga cuando llegó a cuartos de la Champions League (2013) y, sobre todo, el del Alavés en su cruel final de Copa de la UEFA ante el Liverpool (2001) y el del Getafe en su agónica eliminatoria de cuartos de la UEFA contra el Bayern de Múnich (2008), partido que representó la unidad de España con un equipo al tener la presencia (por primera y única vez) del entonces Rey Juan Carlos y Príncipe Felipe en el palco del Coliseum.
Una década después, el gran rival del Getafe, sus vecinos en el sur de Madrid, busca la que se podría considerar la mayor hazaña del fútbol español en los últimos años. Un Leganés con uno de los presupuestos más bajos de Primera División, un equipo hecho para salvarse sufriendo y que en cambio está 12 puntos por encima de los puestos de peligro.
Y por eso el aficionado neutral, aquél que no es del Sevilla (ni del Betis), ni del Leganés (ni del Getafe), aquél que simplemente se sentará en su sillón para disfrutar del fútbol, simpatizará más por el Leganés. Y no por ir contra el Sevilla, sino para apoyar al pequeño, al que nunca ha tenido la oportunidad de alcanzar una final. Simpatizar con el débil. No solo ocurre en el fútbol.
El Sevilla llegó a la final de Copa en 2016 (perdió en la prórroga ante el Barcelona) y a otras tres de Europa League, todas ganadas, de 2014 a 2016. Es un equipo al que los aficionados han visto ya en numerosas ocasiones en los partidos más importantes del año. La rutina siempre cansa. Además, siempre está ese punto de épica con el que aficionado se emociona. Se celebra más cuando un equipo que nunca gana al fin lo consigue que cuando uno que habitualmente logra títulos gana otro más. El último ejemplo, la victoria del Leicester en la Premier League.
Si el Leganés finalmente consigue el pase a la final (sin sede aún, aunque salvo sorpresa será el Wanda Metropolitano), un equipo 'pequeño' será finalista por segunda vez consecutiva, aunque es importante la diferencia entre el Alavés y el equipo madrileño. Los vascos llegaron a la final la temporada pasada eliminando a Nástic de Tarragona, Deportivo de La Coruña, Alcorcón y Celta de Vigo, es decir, a ningún club de un gran nivel. El Leganés, en cambio, este año ya se ha 'cargado' a Villarreal y Real Madrid y, si pasa, también a Sevilla.
El Leganés de Asier Garitano, además de ser un proyecto futbolístico bien preparado, es ejemplo de proyecto con base. Nadie se cree ya más por sus cuatro años de crecimiento imparable. Los pies, en el suelo, venga lo que venga. Están alejados de esas manías de otros equipos similares que a la mínima que llegan más lejos de lo previsto se convierten en nuevos ricos.
Con un Sevilla muy favorito, el Leganés busca en un Ramón Sánchez Pizjuán a reventar llegar al partido más importante de su historia, una final de Copa del Rey inimaginable hace meses. Sería un milagro, pero el fútbol ha demostrado que deja algún hueco para ellos.
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