Pongamos que el Barcelona, durante los 90 minutos, mantuvo la posesión, dispuso de las ocasiones, manejo los tiempos y el control de la pelota. Pongamos que el Valencia, encerrado en su campo, apenas si consiguió salir de su guarida, no trenzó tres jugadas consecutivas con claridad y vio a Cillessen desde lejos. Pongamos todo eso encima de la mesa, hagamos una mezcla y saquemos un resultado. Lo normal, por tanto, es que los azulgrana hubieran goleado. No lo hicieron –los motivos toca desgranarlos progresivamente– y el equipo de Marcelino salió del Camp Nou vivo, con el puño en alto y cierta esperanza. ¡Y no es para menos! La eliminatoria podría haber quedado sentenciada. No fue así. Mestalla dictará sentencia [narración y estadísticas: 1-0].



La noche se presentó al mundo con galones, pero sin ambiente. Daba igual que fueran unas semifinales de Copa del Rey, o que al otro lado estuviese el Valencia. Eso importó poco. El Camp Nou apenas registró media entrada: 50.000 espectadores. Y el Barcelona, tan relajado como su grada, saltó al césped sin prisas. Pidió la pelota, la empezó a tocar y mantuvo la posesión. Valverde, decían, había modificado el ADN azulgrana. Pues bien, su equipo llegó a acumular porcentajes de posesión del 80%. Es decir, lo que ya hizo Guardiola y lo que posteriormente –con matices– trató de lograr Luis Enrique.



Quizás por esa poca entrada o por lo que fuera, el Barcelona no se puso nervioso. Metió al Valencia en su campo –o, mejor dicho, dentro de su área– e intentó filtrar algún pase entre la maraña de defensas –o delanteros– valencianistas. No lo consiguió. El conjunto azulgrana apenas si colocó un disparo entre los tres palos, y llegó desvaído, lejos de convertirse en gol. Así resistió el equipo de Marcelino, espeso, ineficaz a la hora de salir a la contra y sin capacidad de reacción ante la alta presión azulgrana. Realmente, no hizo su mejor partido, pero se fue al túnel de vestuarios vivo. Lo mejor que pudo sacar.



Ante ese panorama, el Valencia se vio obligado a cambiar. Sin excesos –el empate le venía muy bien–, pero con precaución. Al otro lado estaba el Barça, con lo que eso conlleva. ¡Y tanto que es así! Antes de que llegara el minuto 70, Messi, omnipresente durante todo el partido, se metió casi en el área chica llegando por el flanco izquierdo, vio a Suárez en el segundo palo y se la puso en la cabeza. ¿Y qué hizo el delantero uruguayo? Lo que mejor sabe: marcar. La puso con la testa dentro de la portería y anticipó una goleada. Sin embargo, nunca llegó.



El Barcelona, con algunos cambios (entraron Coutinho y Paulinho en la segunda mitad), intentó finiquitar la eliminatoria, pero no pudo. Se chocó contra el muro de Marcelino. El Valencia, que no hizo su mejor partido en lo ofensivo, cuajó un choque envidable en lo defensivo. Incluso, en una contra, vio cómo Santi Mina desaprovechaba la oportunidad de hacer el empate. Poco importa. El Barcelona se lleva una buena renta a Mestalla y es el favorito. Eso sí, deja al Valencia vivo. Todo está por decidirse. 

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