El deporte es un mundo de situaciones sin manuales que las resuelvan. Entre las más difíciles se halla la de cuándo, cómo y por dónde comenzar la regeneración de un equipo legendario. La complejidad se multiplica cuando quien tiene que hacerlo se encuentra en la misma situación que alguno de los jugadores que ya pasaron por su mejor momento; y cuando después de muchas batallas las deudas de agradecimiento y lealtad se cruzan en el muevo proyecto.


Demasiados obstáculos para que el cambio saliera como nos hubiera gustado a todos. La transición está siendo dura y, lo que es peor, la historia de un equipo de leyenda se ha cerrado con un desencuentro que, por inesperado y por el relieve de los protagonistas, nos ha dejado cierta desazón y muchas preguntas por resolver.

Del Bosque, durante la Eurocopa.

Del Bosque, durante la Eurocopa. Reuters


Siempre he admirado a Del Bosque por ser un hombre ajeno a los tiempos en que vive. Y no sólo ahora. Aún antes de la actual celeridad que nos engulle, ya parecía ir a otro ritmo, al suyo, el que le marcaba su forma de entender el mundo y el fútbol. Un calco de la actitud que mostraba de jugador, una clarividencia a cámara lenta capaz de citar a la calma a la hora del remate e incapaz de despejar el peligro de un patadón. No creo que haya habido un futbolista que haya acongojado tanto a la grada como el salmantino, que sorteaba las amenazas en el área propia con un taconazo, un regate o un control inverosímil.


Equilibrado, pausado y tranquilo en apariencia hasta en los momentos de máxima tensión, Del Bosque ha aparecido siempre en los medios como una persona ecuánime, muy lejos de las declaraciones fuera de tono y partidistas de muchos entrenadores. Una isla encomiable en medio de todo el ruido que nos aturde y que nos aleja de los principios del fútbol. Una persona, además, que no gusta de airear los problemas fuera del ámbito del equipo.


Por ello, ha sorprendido más su comportamiento, en apariencia excesivo por lo que de momento hemos conocido. Es cierto que la actitud de Casillas en los últimos días es censurable y ataca a uno de los principios de Del Bosque, que exige más respeto por los que le rodean que para sí mismo. Pero afearle su conducta en público no es propio del exseleccionador, a quien también podría achacársele que, en ocasiones, debería hablar con los jugadores. Esta es una cuestión que, por su parte, o por parte de la federación, no está convenientemente resuelta. Hace unos meses, Fernando Torres dejó caer con enorme educación, que ningún miembro de la estructura federativa se había dirigido a él desde la última vez que fue convocado con la selección. Quizá un jugador que ha sido internacional en todas las categorías merecía más que eso.


En definitiva, peor me pareció lo de Pedro, una falta de respeto para todo el equipo, además hecha pública, y Del Bosque le dispensó otro trato. Probablemente porque tampoco se debían tanto entre ellos. El entrenador apoyó a Casillas en los momentos más difíciles de su carrera y el portero fue San Íker durante muchos años. Así que, quién sabe si la actuación de ambos no se debe a que esperaban de la otra parte una consideración que no recibieron. Sólo espero, tiempo al tiempo, una reconciliación que nos muestre que no fue para tanto, sino sólo un desencuentro fruto de la ofuscación. La leyenda de la Roja no puede tener un final tan amargo.