Madrid

Hace dos temporadas, en una reunión, Simeone hizo su petición: quiero a Diego Costa. Pero el Atlético no pudo cumplir sus deseos. Era demasiado caro, decían. Y llegó Gameiro pese a que no era del gusto del argentino. Un curso después, misma escena. El entrenador a un lado y la dirección deportiva al otro. ¿Y el mensaje? El mismo. El hispano-brasileño era el elegido. Tenía que llegar. Era él o él. Y la entidad, entonces, cedió. No lo pudo fichar en verano justificadamente –la sanción de la FIFA impedía inscribirlo durante ese período– y lo incorporó en enero. 60 millones y algunas dudas. ¿Y si no coge la forma después de estar seis meses parado? ¿Y si ya no es el mismo? ¿Y si ha sido demasiado caro?



A todas esas preguntas contestó el primer día, en su redebut como colchonero. Gol y casi lesión en Copa del Rey. Otro tanto y expulsión en Liga. Pero ese no era su momento. No lo ficharon para esos días de rutina que ofrece el calendario. “Costa llegó para este tipo de partidos (como las semifinales de la Europa League). Es un delantero con rabia, que es determinante y que nos viene muy bien. Nosotros trabajamos para encontrar los errores del rival y él nos da esa cuota positiva que es tan importante”, reconoció Simeone en la rueda de prensa posterior al partido contra el Arsenal (1-0).

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Porque Diego, sin duda, volvió a ser determinante. Fue, de hecho, el hombre del partido, el que apareció en el último minuto de la primera parte. En el momento justo y oportuno. Costa cabalgó desde el centro del campo hasta el área de Ospina, controló el pase de Griezmann y mandó el balón al fondo de la portería. Dicho y hecho. Había llegado para eso y cumplió con su propósito. Jolgorio en las gradas, un grito al cielo de la bestia y el Metropolitano retumbando, cubierto de gloria antes del descanso, y pase a la final, donde se las verá contra el Olympique de Marsella. 



Costa cumplió con su cometido. “Los jugadores grandes aparecen en grandes partidos”, decía Simeone sobre Oblak en rueda de prensa. Y la frase podría valer también para aplicársela a Diego. Ese tipo que lucha, pelea y, a veces, sale expulsado. Pero da igual. Ese es su cometido: molestar, provocar, no dejar a los defensas en paz y golpear. Sí, también golpear. Porque él marca. Lo hace y en días como este jueves, con el pase a la final de Lyon como objetivo.



Pero sería injusto que el mérito fuera todo de Diego. Él, obviamente, es uno de los hombres de la eliminatoria. Los otros nombres propios son Griezmann, autor del tanto contra el Arsenal en el empate en el Emirates Stadium (1-1), y Jan Oblak, que hizo varias paradas que dejaron al conjunto inglés seco, sin marcar un sólo tanto en 180 minutos. La defensa fue un muro, pero también tuvo un tapón. El guardameta se alzó como uno de los mejores porteros del continente.



Ahora, con protagonistas y tras una temporada irregular, el Atlético afrontará la final de la Europa League más como una obligación que como un objetivo. Esa es la realidad. Su eliminación prematura de Champions League fue un varapalo que dejó tocado al equipo. Su adiós de la Copa del Rey fue otro golpe inesperado. Y, por último, en Liga, jamás estuvo a la altura del Barcelona. Ahora le espera la gloria de la segunda competición continental. A ella se consagra. Con Diego, con Griezmann y con Oblak. Tiene los nombres y el potencial. Sólo queda ganar.

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