Pudo esfumarse el sueño de un equipo insólito, pudo desaparecer, pero el milagro ecuatoriano en esta Copa Libertadores está destinado a llegar hasta el último segundo. Solo entonces sabremos si Independiente del Valle se hace mayor de repente.
No fue buen partido el primero de la final. Ninguno de los dos bloques consiguió estar a gusto ni atacando ni defendiéndose. Atlético Nacional nunca había sido tan favorito como en esta semana de presión extra. Independiente del Valle nunca había tenido que tomar tanto la iniciativa como en el segundo tiempo.
Los delanteros de ambos bandos aparecieron temprano, aunque no fueron constantes en el empeño, y fueron menguando. El Tin Angulo en el minuto 3 ya avisaba con un zurdazo desviado, ocasión respondida de inmediato por Miguel Ángel Borja –el héroe recién llegado en semifinales–, desde su casa e igualmente desorientado.
La mala noticia para Atlético Nacional en el primer periodo llegó en el minuto 19, con la tarjeta amarilla para Sebastián Pérez que le aparta del partido de vuelta de la próxima semana. El desenlace pudo ser todavía peor porque al saque del golpe franco, escorado a la derecha, el guardameta colombiano Franco Armani tapó con reflejos un rebote que se colaba en el arco.
La igualdad chocaba y crujía cumplida ya la media hora, entre frenazos de Marlos Moreno ante un muro llamado Arturo Mina, y con Macnelly Torres buscando la pelota por todo el campo, para crear junto a Pérez, que estaba triste, gris y arrepentido.
La mejor jugada del partido llegó en el minuto 35. Orlando Berrío, recibiendo de espaldas, con una maniobra de 9 puro y duro –a pesar de ser un extremo–, explora la frontal del área y con un derechazo ajustado al palo adelanta a Atlético Nacional. Peleó con toda la defensa ecuatoriana Berrío, y venció. Un gol grande como un castillo. Y una celebración sentida y más tranquila, afortunadamente, que la que provocó su expulsión y una tangana mayúscula en los cuartos de final ante Rosario Central. Cualquiera sabe con Berrío.
La magia que brotó de las botas de Marlos Moreno cuatro minutos después, con un misil desde más de cuarenta metros, pudo desnivelar para siempre la final. La pelota se escapó por poco por encima del larguero e Independiente del Valle se agarró con las uñas a lo que le quedaba de vida.
Los ecuatorianos, incapaces en su propia casa, con los casi tres mil metros de altura que tanto mal hacen a sus rivales, falto de la alegría de las grandes noches de esta Libertadores, no podía igualar el choque cuando ya se alcanzaba el minuto 60. Recurría a la fuerza, además, para anular las embestidas de Marlos y Macnelly.
Mediado el segundo tiempo, el partido entró en un valle de imprecisiones por ambos bandos, con Atlético Nacional dejándole la pelota y las prisas al equipo local, y apostando a los contragolpes mortíferos de sus velocistas.
Reinaldo Rueda colocó en el campo al Lobo Guerra, con la intención de tranquilizar y mejorar en lo posible la claridad visitante, pero no hubo grandes variaciones. Durante el curso se comentó muchas veces que Atlético Nacional jugaba tan bien al fútbol que tenía muy cuesta arriba ganar esta Copa Libertadores. En este partido de ida, los colombianos fueron prácticos y calculadores. A estas alturas solo importa facturar el título y volar hacia Japón con lo que sea que quede del equipo allá por diciembre.
Se apagaba el partido y los héroes seguían sin llegar. A falta de cinco minutos, una fuerte tarascada de Elkin Blanco dejó noqueado al Tin Angulo. Con el tobillo aplastado, la nueva estrella ecuatoriana salió retorciéndose en camilla. El partido de vuelta peligra de verdad y eso sería un golpe muy duro para Independiente del Valle.
Sin embargo, la noche estaba caprichosa y en el saque de esa misma falta la Libertadores saltó por los aires, como casi siempre. El central Arturo Mina –los héroes nunca llegan tarde– aprovecha un gazapo de Armani, que se pierde en las tinieblas, y empata el partido cuando el reloj suspiraba. El portero colombiano, que tan buena competición ha firmado, no se olvidará nunca de estas dudas si la semana que viene esta historia no llega a buen puerto.
Tras el empate, los locales entraron en erupción. En semifinales remontaron a Boca tanto en la ida como en la vuelta, y querían volver a dejar su huella. Ahí estaban Mario Rizotto y Junior Sornoza, que no habían presentado un buen partido hasta el momento, intentando mover montañas a última hora. Bien sabe Dios que rozaron la hazaña de un nuevo vuelco al marcador, pero al final se congeló todo con el 1-1, con Medellín al fondo, con todos en paz.
La recaudación del Estadio Atahualpa en este primer partido de la final volará de nuevo hasta los damnificados por el terremoto del pasado mes de abril. El coraje, la raza y el sueño, eso sí, se quedan en Quito. Quito es su casa.