Hace casi tres años que murió Julio Grondona, 'Don Julio', y el fútbol argentino sigue sin recuperarse. Su apellido se convirtió con el correr de los años en un sinónimo de mafia; era casi tan habitual en asados y charlas de café como los de Maradona, Susana Giménez o Perón. Después de 35 años al frente de la Asociación del Fútbol Argentino (AFA), ‘el Padrino’ controlaba personal y absolutamente todo lo relacionado con la pelota en un país con una obsesión balompédica merecedora de estudio antropológico. Cuando falleció, a los 82 años, hubo más suspiros de esperanza que lágrimas en el Río de la Plata. Desde su desaparición, sin embargo, todo parece ir a peor en el fútbol argentino.
El ‘Viejo’, como era también conocido, representaba a la estirpe de los grandes conseguidores. Se enorgullecía de asegurar una votación a favor de su amigo Blatter en Suiza y también de negociar con dirigentes una huelga o un ascenso en cualquier gasolinera del extrarradio porteño. No entendía una palabra de inglés, y de economía sabía poco. Pero no importaba: presidió durante años la Comisión de Finanzas de la FIFA. Acababa siempre solucionándolo todo (menos que Messi gane un Mundial, sueño que rozó semanas antes de su muerte).
Ahora la AFA ni siquiera sabe si tiene un millón y medio de dólares para conseguir que Sampaoli deje al Sevilla y vuelva a su país para gestionar ese sueño nacional (el Mundial de Messi). Hay problemas de dinero, problemas de relación, problemas en las gradas. Siempre los hubo, pero ahora hay menos dinero que antes. Nadie superaba a Grondona en cuanto a pragmatismo: "Yo practico el socialismo con plata, que es lo que me gusta. No el socialismo sin nada, que no sirve", dijo una vez.
Grondona, vicepresidente sénior de la FIFA de Joseph Blatter, llegó a ser el sudamericano con más influencia en el mundo del fútbol y un símbolo destacado de esas décadas de contratos televisivos inflados, comisiones cuantiosas y limusinas que acabó llevando a gran parte de la directiva de la entidad que rige el fútbol mundial a sentarse en el banquillo y/o ser extraditada a Estados Unidos para responder por sus fechorías.
Del césped a los despachos
No vio ganar un Mundial a Messi, pero Don Julio merodeaba ya por las altas esferas del fútbol argentino cuando la albiceleste ganó la primera de sus dos Copas del Mundo (1978), en plena dictadura militar. Sólo un año después, siendo entonces presidente de Independiente de Avellaneda, fue nombrado máximo dirigente de la AFA por el vicealmirante represor Carlos Lacoste, organizador del polémico Mundial y posteriormente también vicepresidente de la FIFA. Grondona, aquel mediocampista que probó fortuna en River Plate y fundó el club Arsenal de Sarandí en 1956 tras no hallar el éxito en el césped, alcanzaba la primera cima de su carrera. Sólo una década antes había sido inhabilitado durante un año como dirigente por agredir a un árbitro siendo presidente del Arsenal.
Su ascenso a partir de 1979 fue imparable. En 1988, dos años después de la epopeya de Maradona en el Mundial de México, accedió a una vicepresidencia de la FIFA; fue convirtiéndose paulatinamente en uno de los personajes más influyentes y menos queridos de Argentina. Reprobado por los sucesivos Gobiernos de la joven democracia argentina, fue sobreviviéndoles a todos; logró sobreponerse también a los ciclos endémicos de depresión y euforia del país sudamericano en una demostración diaria de sagacidad política y discreción sospechosa que le granjeó la enemistad de un sector considerable de la prensa, sin que lograsen hacer mella en su poder. (Salvando las distancias, una forma de conducirse similar a la de su íntimo amigo Ángel María Villar, otro vicepresidente de la FIFA, en España).
Contratos de televisión
No había acuerdo televisivo o de spónsor que llegase a buen puerto sin el visto bueno de Don Julio. Colocó a sus dos hijos en lugares prominentes del fútbol argentino y tejió una de las redes de contactos más fecundas de la historia del fútbol moderno para, como solía decir, “defender los intereses del fútbol argentino”. Ningún personaje del mundillo osaba criticarle frente a un micrófono, aunque la violencia campase en los estadios del país o los clubes de Primera contrajesen deudas millonarias (que perviven). Todos lo debían algo; todos temían quedarse aún peor en el reparto del pastel.
Fue elegido seis veces presidente por esos mismos clubes argentinos, tan criticado en corrillos como impune frente a las querellas que jalonaron su trayectoria. “En los 32 años que tengo en AFA he tenido más denuncias que Al Capone, y jamás tuve una sanción por esas denuncias”, dijo en una ocasión: un símbolo de una generación de dirigentes futbolísticos aparentemente por encima del bien y del mal.
En sus últimos años esquivó crecientemente el acoso mediático. “Le tengo más miedo al lápiz y al micrófono que a un revólver", solía decir. "Hace tiempo que no hablo porque los años te hacen reflexionar, y cuanto menos hablás, menos problemas tenés". Llevó durante décadas un célebre anillo dorado con la frase “Todo pasa” inscrita. Se lo quitó un año antes de morir, en 2013, cuando falleció su esposa, Nélida Pariani. “Los problemas del trabajo, del fútbol, la actividad, todo pasa… Pero hay cosas que no”, dijo entonces, sin más, probablemente en su peor trance. Para entonces ya había sobrevivido a presidentes, dictadores, ministros, líderes sindicales, obispos, estrellas de rock, directores de periódicos, enemigos y seleccionadores.
Con uno de los entrenadores que puso y después destituyó, Diego Armando Maradona, mantuvo una relación cambiante y tortuosa, del amor al odio, fiel estampa de la crónica inestabilidad del país que mayores talentos ha dado a la historia del fútbol. Poco después del desastre del Mundial de Sudáfrica, tras despedir al ‘Pelusa’, le retrató en diez palabras: "Maradona habla de códigos y es el que menos tiene". No se conoce ser humano que callara la boca a Don Julio, ‘el Padrino’, el ‘capo de tutti capi’. Su muerte le evitó la amargura de ver, diez meses después, su nombre entre la nómina de grandes directivos latinoamericanos investigados y procesados por Estados Unidos tras las fastuosas décadas de contratos televisivos irregulares que disfrutó la FIFA bajo los mandatos de Joao Havelange y Joseph Blatter. Aparecía bajo el nombre de ‘Co-Conspirador Nº 1’ en el informe del fiscal, señalado como culpable de recibir sobornos por diez millones de dólares. Librado por la muerte de sentarse en el banquillo, su leyenda crece a medida que sus sucesores se pelean por enderezar el atribulado fútbol argentino.