Neymar es un genio, sí, uno de esos jugadores únicos, un virtuoso de la pelota y uno, sin duda, de los mejores jugadores del mundo. Sin embargo, también tiene sus puntos débiles. En concreto, uno: protesta mucho. Habla demasiado. No teme al dirigirse al colegiado para recriminarle sus decisiones. Se tira, miente, hace teatro… lo que sea. Y, finalmente, como es normal, ve tarjetas.
Tanto es así que, a sus 25 años, cuando todavía le queda mucho por hacer en el fútbol (y en la vida), el brasileño muestra una estadística vergonzante: a lo largo de su carrera ha visto ocho rojas y 138 amarillas. Una barbaridad para un jugador cuyo trabajo no es romper el juego del rival o parar a sus adversarios. No, su trabajo es meter goles, dar asistencias y trenzar jugadas en el flanco de ataque. Sin embargo, su juego, a veces poco decoroso, le lleva a situaciones límites y a ver tarjetas.
El ejemplo más cercano es el que dejó este fin de semana el brasileño. Neymar no terminó el partido entre PSG y Olympique de Marsella de la Ligue 1. Marcó el primer gol de su equipo y, después, a diez minutos del final, vio una tarjeta amarilla por protestar. Dos minutos después, tras mantener un rifirrafe con Lucas Ocampos, vio la segunda amarilla y tuvo que marcharse del campo. Su equipo, sin embargo, acabó empatando con un tanto de Cavani (2-2) de falta.
En fin, que sí, que es un genio, pero ese ángel del balón tiene también su parte mala.
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