Trece goles a favor en cuatro partidos y uno en contra son un botín incuestionable para cualquier entrenador recién llegado, pero como ocho de ellos fueron a Liechtenstein no es éste el argumento principal para elogiar el aterrizaje de Julen Lopetegui en la selección española. Pese a las novedades aplicadas por el técnico guipuzcoano, la vinculación de este equipo con el de su predecesor se expresa hasta en sus defectos: el único reproche serio que se puede hacer al fútbol mostrado en los dos partidos de clasificación jugados este mes es su dificultad para traducir la autoridad en goles, la longeva obsesión por llegar al punto de penalti tocando y el olvido del disparo lejano.
En verano, cuando se anunció su nombramiento, el favorito en las apuestas para reemplazar a Del Bosque era Joaquín Caparrós (entrenador de filosofía marcadamente distinta). Lopetegui llegó con el bagaje de haber ganado el campeonato de Europa sub-21 con los futbolistas llamados a suceder a la 'generación gloriosa' y anunció inmediatamente su objetivo: "Más una evolución que una revolución".
Los dos primeros meses en el cargo demuestran coherencia con ese propósito. Resuelto el asunto de la portería y Casillas como fruta madura, Lopetegui ha renovado el equipo sin agitaciones, amparado en la transición que inició Del Bosque (Morata, Thiago, Koke, incluso Isco). El cambio que se percibe no estriba tanto en la composición del equipo, sino en su actitud y fundamentalmente en que el seleccionador ha probado cambios de esquema y jugadores en diferentes posiciones hasta alumbrar una variante propia del estilo que se implantó en España hace ya una década. La selección de Del Bosque no supo qué hacer ante el vendaval italiano en la Eurocopa. La semana pasada sólo un error de Ramos abortó la victoria.
Variaciones sobre un mismo tema
La presencia del central andaluz en el lateral derecho ante Albania, la propia elección del sistema 3-2-4-1 o la titularidad de Monreal (que ni siquiera había sido convocado inicialmente: reemplazó de urgencia al lesionado Alba) reflejan una disposición a la innovación que se echaba en falta en los últimos tiempos de Del Bosque, cuya inquebrantable convicción en la forma de juego y el 'ADN' español lastró por ejemplo sus dos últimos partidos (derrotas) en Francia 2016.
Los dos partidos de la semana pasada exhiben a un equipo que mantiene la paciencia del anterior (esa confianza en el desgaste inexorable del contrario que persigue la pelota), pero que no ha incurrido en complacencias ni peloteos tediosos e infructuosos.
Un juego menos premioso
El equipo ha recuperado señales perdidas con ingredientes nuevos: más vertical, con más velocidad en la posesión fluida y adelantando la presión para recuperar la pelota inmediatamente. Resta lo que le falta siempre a España (la facilidad anotadora), pero el 80% de posesión no terminó con un equipo aburrido y suficiente. Mantuvo la intensidad hasta el minuto 85 y sometió a Albania (un equipo que ha ganado a Italia recientemente) con jerarquía casi insultante. Xavi Hernández, desde su espléndido destierro en Catar, lo expresó así: "La selección ha recuperado quizá un poco la alegría que faltaba en partidos anteriores".
Además del gol y la escasez de disparos, sería bueno también ver a jugadores que busquen acciones individuales en zonas decisivas del campo, como hizo Nolito nada más salir. Esta España tiene áreas de mejora y no ha ganado nada todavía, pero en sólo dos meses manifiesta otra dinámica y desprende sensaciones diferentes sin haber desperdiciado todo lo aprendido en las dos legislaturas de Vicente del Bosque.