Hace unos años se creó el Día Mundial de la Vida sin Prisa. Paulo Henrique Ganso podría ser el embajador de tan necesaria iniciativa. Aunque es capaz de desplegar un catálogo técnico asombroso en un abrir y cerrar de ojos, nunca lo hace desde la urgencia o la impaciencia. Ganso viene del pasado.
Parecía que la nueva figura del Sevilla F.C. había perdido ya el último barco hacia Europa; nada más lejos de la realidad: estaba preparando con cariño la maleta, para que no se le olvidara el típico cepillo de dientes o el peine, algo que le impidiera lucir impecable. No ha tenido ninguna prisa en quemar sus etapas en Brasil y venir con los deberes bien hechos. Por eso, entre otras cosas, el eurocentrismo no le tenía en sus radares, no le tenían en cuenta. La globalización nos acostumbró hace tiempo a recibir a las perlas latinoamericanas en plena adolescencia o con 20 años recién cumplidos. El espigado centrocampista ex del Santos y São Paulo llegó al Sevilla con 26 años, acaba de cumplir 27. Justo en el momento exacto.
A Jorge Sampaoli, entrenador sevillista, le preguntaron en rueda de prensa, al final del partido de Champions League contra el Dínamo de Zagreb, por el buen rendimiento del número 19. La respuesta fue contundente: “A su altura”. Para eso ha confiado en él. Contra el Dínamo, el brasileño la tocó y la tocó, la pisó, tiró autopases, envíos a lo profundo, robó balones, dinamizó al equipo siempre merodeando el borde del área rival, hasta que le aguantaron los músculos.
Hace tres semanas, en la zona mixta de uno de esos partidos de liga en los que, de momento, se le ha podido ver poquito, aseguraba con una sonrisa delicada estar bien adaptado al club, a las competiciones, al equipo y a la ciudad. El Sevilla acababa de romper en Leganés una racha nefasta a domicilio de año y medio sin ganar y el entrenador, cuando necesitaba una reacción fugaz en el último cuarto de hora, había recurrido a él.
La charla sobre la adaptación de Ganso a su nuevo destino no era hablar por hablar. Es un tipo tímido, de los pies a la cabeza. Como adolescente, tras su llegada al Santos desde el norte del país, no encajaba bien con el resto de compañeros de equipo, en unas categorías inferiores –las de Vila Belmiro– conocidas en todo Brasil por ser diversas, multiculturales, dinámicas y, sobre todo, productivas. Los Meninos da Vila, les llaman.
Hizo pocos amigos al principio, y como los dolores y las lesiones siempre le han acompañado de cerca, sin quitarle ojo, con la persona con la que más tiempo pasaba era con su preparador físico. También fuera de los entrenamientos. Como no se sentía dentro de la pandilla de los compañeros, salía a conocer la ciudad de Santos con su preparador, haciéndose poco a poco con el nuevo escenario.
Ganso, en la mencionada zona mixta en la que esquivaba el tumulto, estaba feliz, tranquilo y confiado cuando se le preguntaba sobre los pocos minutos disputados hasta el momento. Sabía que llegarían pronto más oportunidades y serían importantes. Y tenía razón, no hay por qué tener prisa. Además, no todo el mundo está obligado a ser una estrella planetaria y firmar cada presencia con una regularidad matemática. Ganso es Ganso. Que se vayan acostumbrando.
Ser introvertido no le borra unas enormes ganas de ganar siempre, en cada momento, con sus virtudes y sus defectos. Por cierto, nadie mejor que él conoce estas virtudes y defectos: la visión de juego es por encima de lo normal, pero su disparo a portería podría mejorar. Ganso quiere ganar siempre, incluso en las pachangas que organizaba en su urbanización, con su gente más cercana, cuando salir a la calle en Santos ya era incómodo con tal nivel de fama. Se colocaba de portero, para no forzar mucho la máquina, pero en cuanto el partidillo se ponía cuesta arriba, no dudaba en divertirse un rato. Cuentan que nadie le quitaba la pelota y aquello terminaba siempre en remontada.
Y como nadie le quitaba la pelota casi nunca –y él robaba bastantes, incluso sin la necesidad de correr tanto como otros–, resulta que sus equipos levantaban trofeos. Con el Santos: tres Campeonatos Paulistas, una Copa de Brasil, la Copa Intercontinental de 2011 –con Neymar, Danilo y Elano, en la final ante Peñarol– y una Recopa Sudamericana. Ya en las filas de São Paulo, participando poco ya que estaba recién llegado, levantó la Copa Sudamericana de 2012 –con Lucas Moura, Luis Fabiano, Casemiro y Willian José–.
Los aficionados van discutiendo sobre si se trata o no de la consagración del último grande que quedaba en Latinoamérica cuando, de pronto, Paulo Henrique levanta una cuchara hacia Vitolo superando a la defensa del Dínamo. Le deja mano a mano con el portero. La jugada nos suena, porque el número 19 viene del pasado. Los croatas siguen la trayectoria de la pelota como si hubieran visto un ovni. Es la Copa de Europa. Ya estamos todos. Faltaba Ganso.
Noticias relacionadas
- El golazo del Barça femenino que habría firmado el propio Messi
- Asier Garitano: "Se escucha que el Madrid no juega bien, pero después gana, gana y gana"
- La FIFA se olvida de Benzema como mejor jugador de 2016
- Aduriz acaudilla la selección española del futuro
- El día más feliz de Aduriz: de marcar cinco goles a ser padre por segunda vez
- Harvard suspende su equipo de fútbol por los "informes" sexistas que hacían de las chicas
- Nagelsmann, el 'niño' invencible de 29 años que idolatra a Pep
- Zidane: cien partidos sin estilo
- La entrevista más surrealista a André Gomes: "¿Una película? Buena pregunta... No sé"