Cuando alguien les pregunte porqué le gusta el fútbol, pónganle el Sevilla - Barcelona de este domingo. Su interlocutor tendrá que rendirse ante la grandeza y belleza de este deporte. Porque en el Sánchez Pizjuán se vivió un encuentro mayúsculo, de los que hacen afición, de esos que da pena que se acaben. [Narración y estadísticas: Sevilla 1-2 Barcelona]
El Sevilla sigue mirando de tú a tú a los grandes, con un Sampaoli que ha convertido al equipo andaluz en todo eso que su aficionado quiere. Tiene identidad y ha mejorado a un conjunto ya grande con Emery, pero lo ha reestructurado con un estilo totalmente reconocible. En la primera parte llegó a bailar al Barça, le dio un baño similar al de City hace cuatro días, pero falló. Falló mucho. Y eso se acaba pagando. Tuvo minutos muy buenos, brillantes, dejando en añicos la defensa azulgrana, totalmente superada por bandas. El único gol del Sevilla llegó así, con un pase en largo de Sarabia que llegó a los pies de Vitolo a pocos metros del área. Al canario, más tarde fallón en varias acciones, le ayudó la imprecisión de Sergi Roberto, que replegó mal y dejó vendido a su equipo. El Barça cada vez juega mejor a las contras, pero en lo que no mejora es a la hora de defender esas contras, cuando le pagan con la misma moneda.
Desde ese minuto 15 y hasta el descanso, Sevilla y Barcelona regalaron minutos de aquí y allá, de un lado a otro, de fútbol total. Ocasiones casi por minuto y ritmo diabólico. Un señor partido de fútbol que apenas dejaba tiempo para respirar. El Sevilla tuvo varias para marcar y hacer más daño, pero como decíamos perdonó. El Barça sobrevivió al vendaval y desde ahí se podría decir que empezó a poner la base de su victoria. Aguantar ese 1-0 fue un premio, porque si el Sevilla se hubiera ido al intermedio con un 3-0 no sería nada exagerado.
El partido lo cambió Messi. Otra vez Messi. Cuando él cogió el balón, el planteamiento hasta entonces exitoso de Sampaoli se vino abajo. No hay estilo para parar al argentino, que tardó en encender su lámpara pero que cuando lo hizo fue un recital solo al alcance de unos pocos que desequilibran partidos. Como es su caso. Un gol y una asistencia regaló al fútbol, pero sobre todo decisivos. Cuando peor estaba el Barça, bailado por el Sevilla, apareció Messi con un tanto al borde del descanso. Al borde también, pero del área, remató el argentino, raso y colocado. No pudo Sergio Rico, también porque Rakitic se colocó delante, en una jugada idéntica a la de Suárez en Mestalla (fuera de juego posicional).
Ya en la segunda parte, inventó una asistencia casi sobrenatural. Corría recto, 'torció' su torso y se la dejó a Suárez, que estaba en la banda derecha. El uruguayo solo tuvo que rematar para batir a Rico. No era otra cosa que un castigo inmerecido a un Sevilla que también pecó de novato. Se gustó demasiado, quiso ensalzar en su identidad e imagen, y acabó atropellado. En ese momento, no se trataba de jugar bien, sino de ganar. El Barça de Luis Enrique (superado totalmente por Sampaoli, le salvó otra vez Messi) entendió que el partido estaba para ganarlo y no para disfrutarlo. Por eso acabó venciendo.
Cuando marcó Luis Suárez, el Sevilla se vino abajó, hincó la rodilla y parecía que ahí acabaría su partido. Pero sacó orgullo y coraje para buscar un gol que finalmente no llegó. Ahí empezó una segunda versión del correcalles que venía siendo el partido. Otra vez de Rico a Ter Stegen. La tuvo Luis Suárez, con un balón que pasó lentamente por la línea de fondo, y después N'Zonzi con un cabezazo en una mala salida de Ter Stegen. Más tarde la tendría otra vez el uruguayo con un mano a mano que salvó Sergio Rico. El partido cogió otra vez el ritmo, el de la emoción, el de la igualdad.
Pero acabó muriendo el Sevilla de Sampaoli y lo hizo con un penalti de Umtiti a Correa en el último segundo con un agarrón clamoroso. El árbitro no lo pitó y dejó el 1-2 en uno de los mejores encuentros en lo que va de temporada. Messi decantó lo que fue un partido de los de antes, con un Sánchez Pizjuán rendido a uno de los mejores espectáculos del mundo. El fútbol, cuando es de quilates, es imparable. Por eso gusta tanto.