Las rotaciones, ay las rotaciones. Zidane se dio el gustazo en Gijón de sacar un equipo repleto de suplentes, lleno de jugadores top en el fútbol mundial, pero con menos minutos en el Madrid. Solo sacó a Ramos de los titulares. Sin todo el centro del campo (Modric, Kroos, Casemiro), sin la BBC, con ¡Coentrao! y, sobre todo, con Isco. [Narración y estadísticas: Sporting de Gijón 2-3 Real Madrid]
El malagueño hizo su mejor partido con el Real Madrid. No habrá en estos cuatro años un partido en el que fuera tan decisivo y tan brillante. Porque además de todo lo que hizo (dos goles), el cómo lo hizo fue delicioso. Cada vez que tocaba el balón era otra historia, otro ritmo. Estratosférico, el malagueño salvó a los blancos de una trampa en Gijón.
Este partido también se recordará hasta final de temporada. Es clave para ganar una Liga. En mitad de la Champions y a una semana del partido ante el Barça, el Madrid entró en zozobra, se durmió en El Molinón, se dio un respiro, estuvo cerca de pagarlo, pero apareció Francisco, Don Francisco Alarcón, estrella con un partido inconmensurable.
Isco marcó el primer gol del Madrid (era el empate 1-1, antes había marcado Duje Cop) en una jugada de muchos quilates. Él se lo guisó, él se lo comió. Regateó a todo el mundo, una vez de tacón, todo ello dentro del área y remató allí donde no puede llegar nadie. Después se inventó la jugada del partido y de la jornada, que hubiera sido de la temporada si hubiera acabado en gol. Cogió el balón en el centro del campo, de primeras y también de tacón recortó al primer contrario que le llegó, condujo el balón, se metió en el área, regateó a todo el que pasó y le faltó el disparo. Fue, para que lo entiendan, a lo Messi, aunque Isco ya se ha ganado con creces patentar la jugada.
Faltaba la traca final. En el último momento, en el 90, ese minuto que ya gusta tanto a los madridistas. Cuando juega el Madrid, ya todo el mundo espera que pase algo en los minutos finales. Hasta ahí llegaron los de Zidane con un 2-2 que sabía a muy poco, porque habían fallado mucho y porque la Liga se volvía a apretar. El Sporting se había vuelto a poner por delante con un gol de Mikel Vesga que se aprovechó del desconcierto defensivo de los blancos y de un Casilla nervioso, que falló en los dos goles por estar demasiado adelantado. Había empatado Morata, con un buen cabezazo a pase de Danilo.
Pero faltaba Isco. El malagueño, hasta entonces excelente, quiso matrícula de honor. Con un Madrid atacando con orden, sin desesperación pero con la urgencia del resultado y de los pocos minutos que quedaban, se colocó en la frontal del área y pegó al balón con toda la inteligencia que da tener esa cabeza privilegiada (¡cómo lee el fútbol este chico!) y unos pies que le hacen ser de esos jugadores diferentes, determinantes. El balón entró lento, saboreando el éxito, como si fuera un símil a esta Liga que el Madrid ya acaricia.
El Sporting, que ha ganado solo dos partidos de los últimos diez, hizo su mejor partido contra el Real Madrid. Los asturianos se crecieron ante el escaparate internacional que arrastran los blancos allá donde van y sacaron una versión seria, sólida, luchadora... Todo aquello que no fueron en esta temporada. Ni aun así les valió. Su descenso está más cerca.
Se sobrepuso a todo el Madrid, a su propia alineación, con unas rotaciones excesivas, a un público siempre hostil y también a un árbitro que no le pitó un claro penalti a Ramos por agarrón de Lillo. Cuando llegó el final a El Molinón, se escuchó el cántico que tanto gusta gritar al publico gijonés, ese que inventó en 1979. "Así, así, así gana el Madrid". Es correcto. Ganó y lo hizo como más le gusta, al final, con el sufrimiento por bandera.
Eso sí, que en Gijón vayan cambiando el cántico. "Así, así, así ganó Isco". La victoria es suya. La Liga, del Madrid.
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