Nadie le había contado a la antorcha olímpica que su paso por Brasil iba a ser tan agridulce. Algo así como la propia existencia, o como el recorrido de un país que renace a cada rato, con ciclos cortos, casi pestañeos.
Brasil se hizo con los derechos para organizar estos Juegos Olímpicos hace unos cuantos siglos, cuando todo eran buenas noticias. Ahora la antorcha, de novedoso diseño, de rimbombante estilismo, el último grito en antorchas olímpicas, no se libra de la crisis nuestra de cada día, de la libertad de expresión, de las ganas de protestar de muchos brasileños que no entienden nada de lo que está sucediendo en su país.
El último teletipo, ya lo conocen, el Gobernador en funciones de Río de Janeiro, Francisco Dornelles –el Gobernador electo, Luiz Fernando Pezão, está de baja desde marzo, afectado por un cáncer en el sistema linfático–, ha decretado el “Estado de Calamidad Pública” en el ámbito de la administración financiera para poder ser rescatado por el Gobierno Federal. Así podrán afrontar los últimos pagos de la fundamental y prometida línea de metro que llegará al barrio de Barra da Tijuca, y los pagos de nóminas de policías y funcionarios públicos –vital para los principales servicios sociales–.
Sumado a esto, anticipando el incomparable altavoz que serán los Juegos, los actos que rodean la marcha de la antorcha se han convertido en citas sin excusas para protestar contra el Gobierno interino de Michel Temer. Un Gobierno provisional del que ya han caído tres ministros envueltos en corrupción en tan solo un mes – Dilma Rousseff está apartada de su cargo temporalmente en medio de un polémico proceso de impeachment–.
Este fin de semana la antorcha olímpica, continuando su agenda de sobresaltos como si tal cosa, descubre el Amazonas. Seguramente allí sigan las imágenes de aquellos que, aprovechando que las cámaras ya están filmando la vida en Brasil 24 horas al día y siete días a la semana, quieren propagar su desazón, tal y como ha sucedido en la mayoría de los rincones del país por donde ha brincado la llama, portada por atletas, personalidades destacadas o ciudadanos anónimos y del pueblo.
Aprovechado el Amazonas hay que detenerse en que, en el país con la mayor biodiversidad del mundo, el formato de la antorcha homenajea a su propia nación sangrante. En palabras del Comité Organizador: “El punto más alto de la antorcha es representado por el sol que, igual que cada brasileño, ilumina y brilla allí por donde pasa. Su color recuerda al oro, símbolo de la conquista máxima de los Juegos". Hermoso detalle que queda camuflado entre los cientos de carteles con proclamas que salpican un intinerario que debía ser una fiesta.
La primera relevista en territorio brasileño fue Fabiana Claudino, mujer, negra, bicampeona olímpica con la selección brasileña de voleibol en Pekín y en Londres. Recogió la antorcha de manos de la presidenta Dilma Rousseff el 3 de mayo –días antes de ser apartada del cargo–, cuando el símbolo olímpico aterrizó en Brasilia, la capital del país. En Brasilia precisamente es donde se cocinan, saborean, y si es necesario se repiten, todos los descalabros de la nación. En Brasilia se articula el actual gobierno interino -23 hombres blancos, sin mujeres, sin negros, en un país donde son mayoría-, y de Brasilia y las arcas federales saldrá la millonaria inyección que salvará los muebles del estado de Río y de los Juegos Olímpicos. Más razones de protesta en el enorme orden del día del brasileño de a pie.
Serán en total 12.000 personas las que porten la antorcha, en 329 ciudades brasileñas, pero aún no se ha desvelado el secreto mejor guardado: ¿quién encenderá el pebetero en Maracanã? Actualmente se baraja un buen abanico de nombres: Pelé, Oscar Schmidt, Gustavo Kuerten, Maria Esther Bueno, César Cielo, Vanderlei Cordeiro, Hortência y Magic Paula, Robert Scheidt, Bernardinho e incluso el mismísimo Neymar.
En el diseño de la antorcha que sujetará el último mito del deporte se inmortalizan también las montañas, el mar y la tierra. Todo ello ha quedado esbozado en este sufrido símbolo. Los vaivenes montañosos evocan “la belleza natural de Río, expresada en las verdes curvas de sus colinas y valles”. También explica el Comité Organizador que “las ondulaciones azules, orgánicas y fluidas [que se ven en la antorcha] representan el mar, tan presente en los paisajes de Brasil y de Río".
Discursos bellos como bella es la ciudad de Río. Sin embargo, a este paso, el último grito no va ser la moderna apariencia, sino el clamor de la población, que ya no sabe exactamente hacia dónde reclamar.
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