Donde habitualmente, desde hace décadas, decenas de personas sin hogar, la mayoría menores de edad, se arropan bajo enormes soportales junto a la Iglesia de Nuestra Señora de la Candelaria, ahora hay coches de la Policía Militar y bullicio olímpico. Un nuevo vecino, el famoso pebetero, se alojará allí durante los Juegos, y el ayuntamiento tiene prioridades.
El paisaje no es el mismo. Los niños de la calle ya no pasan por allí, ni están sus bártulos. O se han ido, o los han echado o se los han llevado. El tema es delicado porque, por desgracia, los alrededores de la Candelaria siempre están en la mente de los cariocas como el lugar de una de las mayores atrocidades cometidas por la Policía Militar en toda su historia, y eso hace que la sensibilidad esté a flor de piel. No era el mejor lugar para montar una de la carpas del circo olímpico ambulante.
Repasando los hechos, cuando el Comité Organizador de los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro decidió que Engenhão sería el estadio olímpico menos olímpico de la historia, y que las galas de apertura y clausura serían en Maracaná, nadie pensó en el pobre pebetero. Dudaban en dejarlo en Maracaná, donde, al margen de las ceremonias, solo se disputarán algunos partidos de fútbol, llevarlo a Engenhão para hacer las paces con él o dejarlo duplicado en ambos estadios.
Finalmente, en decisión salomónica nunca vista, el pebetero no le toca a ninguno de los dos: se instalará fuera de ambos estadios, en el puerto, y allí se quedará hasta el 21 de agosto. Será un pebetero diferente al que se encienda en Maracanã, y el fuego llegará hasta allí gracias a la magia y a la improvisación. En Maracanã no quedará nada.
“Los dos pebeteros son oficiales, pero no permanecerán encendidos simultáneamente. Este pebetero del centro de la ciudad será el que se quede encendido durante los Juegos. Primero se encenderá el de Maracanã para que después, mediante la magia, el fuego llegue hasta aquí, se encienda este y se apague el de allá”, explicaba Mario Andrada, director de comunicación del Comité Organizador, en la visita oficial que el alcalde de Río, Eduardo Paes, el presidente del COI, Thomas Bach, y el presidente del Comité Olímpico Brasileño, Carlos Arthur Nuzman, realizaron a la futura ubicación del pebetero.
Noche trágica
Más allá de los hechizos y la brujería están los vecinos de Río de Janeiro, algunos de los cuales duermen por los rincones en pleno centro, cuando todas las oficinas cierran y los callejones y avenidas se quedan desiertos. Eso, claro, no es una buena carta de presentación para la ciudad, más aún después de haber rehabilitado toda la zona portuaria, que ahora resplandece, a falta de los últimos retoques.
Junto a la Iglesia de la Candelaria, que siempre ha delimitado esa línea de la ciudad con el puerto, dormían la noche del 23 de julio de 1993 decenas de jóvenes sin hogar. Poco antes de la media noche, dos vehículos se detuvieron en la rotonda que rodea el templo y comenzaron a disparar a todos los cuerpos que allí estaban recostados. Ocho chavales, seis de ellos menores de edad, fueron asesinados. Casi todos los demás resultaron heridos. Los ocupantes de los vehículos eran policías militares. Siete fueron enjuiciados y tres de ellos condenados.
"No sé dónde han ido los mendigos"
Como no podía ser de otra manera, pasear por allí, a pesar de la belleza, siempre pone la piel de gallina. Sin embargo, nunca dejaron de acudir allí los sintecho. Tras el lógico estado de shock de aquellas semanas y meses, volvieron a dormir allí. Es un lugar muy amplio, perfecto para arroparse los unos a los otros y pasar, dentro de lo que cabe, menos miedo. Ahora la cosa es diferente, las Olimpiadas han llegado pisando fuerte.
Entre los comerciantes del barrio, para bien o para mal, se nota la ausencia de los mendigos, para la cual no tienen respuesta. En una de las tiendas junto a los soportales, lleva siendo tema de conversación toda la semana: “Llevamos varios días hablando de esto por aquí. Acabo de estar contándoselo a una clienta. Cada vez se ven menos mendigos, niños de la calle. No sé dónde han ido”, comenta la dueña del comercio.
“Yo cuido de uno de los chavales, estoy pendiente de él. Duerme aquí detrás. Suele dejarme bolsas o ropas para que se las guarde, y las recoge por la tarde. Antes de ayer me dejó una mochila, y ayer y hoy ya no ha dormido aquí. La mochila sigue ahí.” La comerciante, de unos cincuenta y cinco años, presume de madre santanderina y señala la mochila negra del niño de la calle al que se refiere, que pasa las noches en los soportales junto a la Iglesia de la Candelaria.
Siempre se ha hablado del maquillaje nivel experto que sabe llevar a cabo el gobierno municipal cuando es necesario. La Secretaría de Desarrollo Social ya llevó a centenares de mendigos a albergues durante la Copa del Mundo de 2014, y es de suponer que, a pesar de la poca transparencia en estas fechas, estén desarrollando la misma estrategia para los Juegos Olímpicos.
La semana pasada, como cada año desde los últimos 23, se volvió a recordar solemnemente a los jóvenes asesinados en la matanza de la Candelaria. Ojalá el espíritu olímpico respete a los que, como aquellos, viven, comen y duermen donde menos te lo esperas, en los cruces de las calles más hermosas de la vieja ciudad maravillosa.