David Ferrer terminó destrozando una raqueta contra el suelo. Fue la primera muestra del dolor que le acompañará durante un tiempo: en la segunda ronda de Río de Janeiro, el alicantino dejó escapar un encuentro que era suyo (ganaba 6-3 y 3-1; tuvo luego dos bolas de partido al resto en la tercera manga), acabó cediendo 6-3, 6-7 y 5-7 ante el ruso Donskoy y se despidió del cuadro individual de los Juegos Olímpicos. A los 34 años, el golpe no es cualquier cosa: después de haber acariciado la medalla en Londres 2012, cuando tuvo cuatro bolas de partido que le aseguraba al menos la plata en el cuadro de dobles junto a Feliciano López, el español se marcha eliminado de nuevo de la forma más cruel.
Cuatro años después, en cualquier caso, la situación fue bien distinta. Ferrer llegó a Río en un momento tremendamente delicado. Fuera del top-10 por primera vez en seis años, sin títulos en toda la temporada y con una crisis de confianza encima, el alicantino viajó a los Juegos con la sincera confesión que desveló a cinco periodistas en una fría sala de Wimbledon tras decir adiós de forma sorprendente en la segunda ronda del tercer Grand Slam de la temporada.
"Necesito mejorar en todos los aspectos”, dijo entonces el alicantino, tras caer con el francés Mahut en un cruce que jugó sin alma. “Me encuentro muy lejos de mi nivel, sobre todo mentalmente. No consigo mantener la concentración durante todo el partido”, añadió. “El problema es que no sé cuál es el problema. No tengo fuerza, ni una actitud competitiva durante muchos de los partidos de este año. Es una realidad, no hay un motivo real porque estoy bien, pero me esta costando competir y es algo nuevo para mí, porque nunca me había pasado”, prosiguió. “Ahora no sé cuál es la solución, pero sí sé que he tocado fondo un poco, me he dado cuenta de que quizás son demasiados partidos a lo largo de mi carrera, pero nunca he tenido ese bache de no tener esa actitud competitiva”.
Como si la cita olímpica le hubiese dado las respuestas que buscaba, como si la magia de los Juegos fuese la cura a todos sus males, el alicantino comenzó el torneo con el apetito por las nubes. Recordando indudablemente al jugador que en el pasado abrumó a sus contrarios poniendo corazón y muchas ganas donde no llegaba la raqueta, Ferrer aplastó a Denis Istomin en su estreno en individuales y llegó a cuartos de dobles, acompañado por Roberto Bautista. Sorprendentemente, todo volvió al mismo punto de Wimbledon durante su encuentro de segunda ronda, que tenía completamente bajo control.
Ante Donskoy, Ferrer jugó un partido de dos caras y lo terminó pagando. En el comienzo, el español se enfrentó a saques que rozaron una vez tras otra los 200 kilómetros por hora, casi un bombardeo. Al principio, no fue un problema. Ferrer necesitó un par de juegos para leer el potente servicio de su rival y lanzarse a meterle mano hasta convertir esa catapulta en un tirachinas barato. Controlado el saque, despejado el camino hacia la victoria. Así, el número 12 aceleró hacia el triunfo (6-3 y bola para 4-1 y saque, que no convirtió), pero incomprensiblemente cayó en un bache que le costó la eliminación de la forma más dolorosa posible.
“¡Puto partido de mierda que tenía ganado!”, bramó el español, que compitió mal el tie-break de la segunda manga y vio a su contrario celebrar a lo grande que el partido estaba empatado. Bailando bien pegado con sus nervios, Ferrer perdió su saque en el arranque del tercer parcial (0-2), fue capaz de recomponerse (3-2) y volver a tomar la delantera. Llegaron entonces las dos bolas de partido (con 5-4), que dejó escapar. Ahí se apagó la cabeza del alicantino y terminó todo: Donskoy olió el miedo, aprovechó que su rival estaba sacando por debajo de los 150 kilómetros por hora para arrebatarle el saque y cerró una victoria frenética que le deja en octavos de los Juegos de Río.