El 13 de abril de 2005 el defensa argentino Leandro Desábato, entonces en Quilmes aunque ha dedicado casi toda su vida a Estudiantes de la Plata, fue detenido sobre el césped de Morumbí tras el choque que enfrentaba a su equipo con el São Paulo en la Copa Libertadores. Unos insultos racistas al delantero Grafite durante el partido habían transcendido y se había cursado una denuncia. Se vio obligado a pagar una fianza para salir de la cárcel días después. El racismo, en Brasil, es algo muy serio y viene de lejos.
Tan lejos como que los primeros esclavos liberados tras la abolición de esclavitud (1888, el último país occidental en suprimirla), aquellos que no tenían a dónde ir y comenzaron a crear guetos y favelas, ya llevaban tatuado su destino, que dura hasta hoy. Este drama, en los Juegos Olímpicos, como casi todo, se amplifica. Y sirve para desenmascarar a esa parte indeseable de la sociedad que porta la bandera del racismo. O de la homofobia, o el machismo, que también están haciendo sangre en Brasil en estos Juegos.
Rafaela Silva conoce bien esta maldición. Su rueda de prensa tras ganar la primera medalla de oro para Brasil en estos Juegos Olímpicos fue antológica. Toda una revancha, un desahogo con todas las letras. Y ante una sala repleta de periodistas ávidos por registrar sus palabras. “Se lo dedico a todos los que cuando me eliminaron en Londres me dijeron que el lugar de un mono no eran las Olimpiadas, sino la jaula. Bien, ahora el mono ha salido de la jaula y ha ganado un oro olímpico aquí en casa”.
Otro de los abanderados de la lucha contra el racismo en Brasil es el guardameta Aranha, que cuando era jugador del Santos también sufrió insultos racistas en los estadios. Se hicieron famosos, por desgracia, los que recibió en 2014 desde las gradas del Grêmio de Porto Alegre, denunciados ante los medios de comunicación. Aranha acompañaba a Rafaela Silva en la rueda de prensa organizada por el Comité Organizador en el Rio Media Center para tratar este delicado asunto. “Los negros tenemos alguna referencia deportiva y artística, pero no nos podemos quedar ahí: tenemos que estar en la política, o en los hospitales, y no solo como pacientes. Pero si a los negros nos dejan al margen, no nos educan, y no nos enseñan el camino, ¿qué esperan”.
Presidía la mesa la Secretaría de Promoción de Igualdad Social, Luislinda Valois, que lo tiene crudo, pues fue nombrada por el presidente interino Michel Temer tras las críticas que suscitó el hecho de que su gobierno provisional estuviera formado por 23 hombres blancos, en un país con mayoría negra y femenina. “Pasaba hace unos días por el Boulevard Olímpico, la Praça Mauá”, decía la Secretaria Valois, “y me entró una tristeza tremenda. Allí en ese puerto, en el Muelle de Valongo, llegó la mayor cantidad de africanos esclavizados. Y yo quiero al pueblo negro al mando de este país”.
Rafaela, ante la emoción de toda la sala, recordaba sus malos momentos en los anteriores Juegos Olímpicos. “La primera vez que sentí el racismo con fuerza fue en Londres. Me hizo mucho daño. En mi móvil no paraban de llegar mensajes agrediéndome. Yo necesitaba a mis amigos y a mi familia y solo leía a gente insultándome. En ese momento quise dejar el deporte. Hice un trabajo psicológico grande y volví al tatami después de unos meses. Si hubiera abandonado no habría conseguido dar ahora esta alegría a Brasil”.
La campeona olímpica de Judo, mujer, negra, lesbiana y de la favela, apuntaba con fuego también a los medios de comunicación: “Siempre que se habla de los negros es porque han cometido algún crimen, algún asalto. Ahora los negros traemos buenas noticias”. Hay quien apunta, por su parte, al mencionado gobierno interino de hombres blancos. La Secretaria fue preguntada sobre su opinión al respecto, y eludió pronunciarse abiertamente: “Este no es el espacio para discutir eso, ya habrá tiempo. Aprovechemos la fiesta olímpica”.
Hacía hincapié Luislinda Valois en la historia del racismo, para intentar encontrar soluciones. “Los negros liberados tras la abolición no recibieron ninguna ayuda del poder público. A partir de ese momento fuimos reducidos a cero. Fue grotesco. Lo que hemos conseguido desde entonces ha sido a base de muertes”. Sirva de ejemplo que Brasil es un país en el que es necesario recordar en los ascensores una ley del año 2003, en la que queda prohibida cualquier forma de discriminación en el acceso por causa de la raza, color de la piel, origen o condición social.
A los insultos racistas, en vivo y en directo y también a través de las redes sociales, se une también, como decíamos, la homofobia y el machismo en estos Juegos Olímpicos. Otra de las deportistas agredidas desde las redes sociales en estos días ha sido la nadadora Joanna Maranhão, que ya ha anunciado medidas judiciales contra aquellos que le han dedicado los terribles improperios. La deseaban ser violada (Joanna fue violada por su entrenador cuando tenía 9 años) o morir ahogada, entre otras barbaridades. “Brasil es un país muy racista, preconceptuoso, racista y homofóbico”, declaraba Maranhão en la misma piscina. La nadadora recibe insultos también por su procedencia. Nació en el nordeste brasileño, una de las zonas más pobres, y el clasismo brasileño se ceba también con eso.
El Comité Olímpico Brasileño colocó también su granito de arena al elegir a una mujer transexual para abrir el desfile de su delegación en la Gala de Apertura, justo delante de la abanderada. Con ese simple gesto se abrió un debate que dura ya una semana, con un duro grupo de presión en el parlamento totalmente en contra de las libertades otorgadas al colectivo LGBT.
La lucha será ardua, como en una final olímpica de judo, pero sin duda merecerá la pena. “Cuando era niña, en Ciudad de Dios, no me imaginaba que podría caminar por la zona sur de la ciudad [Copacabana, Ipanema, Flamengo, Botafogo], ni conocer São Paulo. Canalicé toda mi rabia hacia el deporte, y el deporte me salvó”. Rafaela Silva, que hizo que todo el auditorio saliera de allí con la piel de gallina, ayudará sin duda a salvar a muchas otras personas atacadas por el racismo, la homofobia y el machismo.