Era su prueba fetiche, la que mejor preparada llevaba, la única en la que aspiraba verdaderamente al oro. Había sido plata en Londres 2012, y las sensaciones en las semifinales anticipaban otro segundo puesto. Pero Mireia Belmonte no llegó a Río de Janeiro para repetir logros: llevaba cuatro años exactamente con la picazón de convertirse en campeona olímpica, arriesgando su salud en la preparación obsesiva de los 200 mariposa.
Tras la victoria llegó el ansiado momento de subir al podium, en el que la nadadora catalana mostró exultante su soñado oro olímpico. Tras la ceremonia, Belmonte abandonó momentáneamente el grupo para subir a las gradas y abrazar cariñosamente a su padre, quien le dio una bandera de España con la que la nadadora posó en el resto de imágenes de la celebración.
La organización amenizó los instantes previos a la carrera con 'La Bamba', que muchos españoles quisieron interpretar como una señal. En realidad, Mireia no escuchaba esa canción: ingresó a la piscina con cascos, absolutamente concentrada, perfectamente consciente de lo que se jugaba. A la hora de comer había estado "llorando de risa" con su entrenador, el francés Fred Vergnoux, pero por la tarde ya no hubo gracietas. Calentó "muy bien", como siempre, metódicamente, y se ensimismó para alcanzar un sueño que, como acertaría a decir mientras se dirigía todavía en bañador a ver la medalla, "ha llegado muy pronto".
Otra vez de menos a más
Mireia esperó la salida puesta de lado, de espaldas a la australiana Madeline Groves, la rival a batir, la única que le había enseñado la matrícula en las semifinales. Miraba a la grada, en una postura extraña, sabiendo que había llegado el momento cumbre de su carrera: la posibilidad más concreta y razonable de arrogarse el apellido de campeona olímpica.
Comenzó a nadar con cierto suspense, como siempre. Completó los primeros 50 metros en segundo lugar, pero a un segundo completo de la australiana. Y entonces aceleró: redujo a mitad esa diferencia en el ecuador de la carrera (46 centésimas de diferencia). Su equipo técnico había llegado a la conclusión de que la había dejado ir demasiado en semifinales, tan confiada en su progresión en carrera, que Mireia lanzó el ataque de su vida al doblar los 100. Patada de salida y a por la gloria.
La piscina del Parque Olímpico, con bastantes banderas españolas, se dio cuenta inmediatamente de que Groves cedía al ímpetu de la calle cinco. El oro se cimentó en el tercer largo; a los 150 metros, la barcelonesa era líder de la final de 200 mariposa. Nunca el objetivo había estado tan cerca. 15 centésimas de margen, un suspiro entre la felicidad de por vida y un triunfo (aunque imponente) más.
Angustia final
El último tramo fue anti-Belmonte. Mireia había atacado antes de lo previsto y, como reconoció Vergnoux en el éxtasis inmediato, "nos asustamos". La japonesa Hoshi (bronce) reducía distancias y Groves no aceptaba la derrota. "Tres metros más y nos daban caza", llegó a decir el técnico en plena cascada emocional. Afortunadamente, la piscina medía exactamente 50 metros. Mireia había apostado por liderar el último largo y no se dejó atrapar.
Ni la acumulación de pruebas y el cansancio resultante ni el vaciamiento de australiana y japonesa en los últimos diez metros, ni el recuerdo de la lesión en los hombros por acumulación de esfuerzos. Fred Vergnoux le había prometido el infierno como ruta al oro y se lo colgó el día marcado en rojo entre un calendario atroz. Mireia tocó la pared de la piscina, se giró, comprobó que no la habían alcanzado, miró a sus padres y se puso a llorar. Tres centésimas que cambian una vida para siempre. Quizá por ello aguantó el tipo al escuchar el himno nacional: la persona que renunció a casi todo por el sueño olímpico se había permitido ya una primera descarga.
En el Olimpo para siempre
El oro sitúa definitivamente a Mireia Belmonte en el Olimpo del deporte español: es el segundo oro de nuestra historia en la piscina (después del de Martín López-Zubero en los 200 espalda en Barcelona '92). Cuatro de las ocho medallas olímpicas conseguidas por la natación española salen de su esfuerzo innegociable por convertirse en lo que ya es. Sólo dos deportistas (el palista David Cal y el ciclista Joan Llaneras) la superan en número de trofeos (cinco). Mireia podría llegar a alcanzarles esta misma semana, tiene aún los 800 libres. Pero primero, como decía entre lágrimas su entrenador, "vamos a disfrutar de esto". "No sabéis por lo que ha pasado para lograrlo".