“Es una cuestión de trabajar… Hay muchos días que piensas que no vale la pena, días que estás muy contenta… Es cuestión de trabajar cada día. Con el esfuerzo llega la recompensa”. Mireia Belmonte llevaba ya la medalla al cuello desde hacía media hora larga cuando compareció ante los periodistas, pasada la medianoche carioca, “muy contenta” (probablemente más que nunca). Su triunfo no había sido (principalmente) el triunfo del talento, sino del esfuerzo. Su entrenador, Fred Vergnoux, experimentaba un estallido de júbilo cuando la prensa española se topó con él en la zona mixta, apenas tres minutos después de la carrera. Las palabras le brotaban de la boca desordenadas en su español afrancesado: “Esta tía está loca, pero lo ha hecho… Es increíble”.
La “locura” de Mireia era la aceptación del “infierno” que él mismo le prometió cuando Belmonte, ya dueña de la plata en Londres, le dijo que quería más. La ambición de aquella chica de 21 años, doble medallista, era la clase de ambición que forja a los mitos del deporte: inquebrantable, constante, sin necesidad de refuerzos externos. “Ha sido un año increíble de trabajo físico y mental”, subrayó Vergnoux mientras lloraba.
La tendinits en el hombro estuvo a punto de estropear su sueño principal. “Gracias a Fred por motivarme y aguantarme”, dijo Mireia cuando le preguntaron si alguna vez pensó que la lesión iba a dinamitar su plan. “Claro que sí… Muchos días pensé que se me escapaba, el año pasado fue muy duro, pensaba que no me iba a recuperar, que no llegaría bien… Pero sí, llegué bien, de la mejor manera posible”.
“Tres metros más y la cogían”
La final fue una carrera exigente: cuatro nadadoras bajaron de 2:06, registro que sólo la australiana Groves había superado en las semifinales. Mireia se quedó a siete centésimas de su récord de España (2:04.78); puede decirse que la decisión tomada durante el día de renunciar a la prueba de 4x200 libres cimentó el mayor triunfo de su vida. En la carrera tuvo una actitud diferente a la que le dio el bronce (agónicamente) el pasado domingo. “Arriesgué y me salió la jugada, sufrí mucho en los últimos metros, no quería mirar a los lados”.
Todo el sufrimiento del “infierno” prometido por Vergnoux cobró sentido anoche en Río de Janeiro: los “momentos malos” del verano pasado, “la lesión más importante” de su vida, “todas las cosas que se te pasan la cabeza”, la fisioterapia, el “trabajo” (la palabra mas repetida), la renuncia a planes y placeres. Es una utopía esperar una alegría adicional en la prueba de 800 libres. “Será muy dificil”, dijo Mireia en sintonía con su entrenador.
Después de la rueda de prensa, pasada la medianoche carioca, le faltaba “suavizar” el cuerpo en la piscina, el masaje, el control ‘antidoping’, volver a la Villa, cenar e intentar dormirse. Prometió que no le dedica un segundo a eso de convertirse en la primera mujer española que alcanza las cinco medallas olímpicas y sonó sincero. Las palabras que le arrancaron al salir de la piscina, cuando solo repetía que estaba “nerviosa” y no se daba aún cuenta de nada, son suficientemente expresivas: “Todo lo que siempre he soñado ya lo tengo, y me ha venido muy rápido”.