Inmediatamente después de ganar el oro olímpico, Marc López levantó un dedo al cielo y dedicó la medalla a su padre, fallecido en 2012. A su lado, Rafael Nadal le plantó un beso en la cabeza y no hizo falta nada más que ese gesto para entender el enrevesado camino que la pareja española ha recorrido hasta conseguir el mayor premio de unos Juegos Olímpicos.
Esta es la historia de un oro imposible. Mientras que Nadal viajó a los Juegos sin saber qué prueba jugaría, López acudió a Río decidido a atacar la medalla. Consciente de que este era su último tren, y preparado para aprovechar la oportunidad tras estar fuera (hasta antes de Roland Garros la idea del equipo era apostar por la pareja Nadal-Verdasco, plan desmontado después de que el madrileño no lograse la clasificación individual), el catalán se ilusionó con un premio que persiguió con ahínco desde el primer día, echándose la pareja a la espalda cuando fue necesario y apoyándose en Nadal en los momentos cruciales para acabar conquistando una recompensa inigualable.
“Es el evento más complicado de ganar”, reconoció el mallorquín tras la victoria. “Conseguir un oro y con uno de mis mejores amigos es algo único, inolvidable para el resto de nuestra vida”, prosiguió Nadal, el único junto a Nicolás Massú que ha conseguido el oro olímpico individual (Pekín 2008) y en dobles. “De donde vengo… esta medalla es algo que no imaginaba. Hace dos semanas estaba entrenando media hora sin pegar una derecha”, recordó.
“Es uno de los días más bonitos de mi carrera”, acertó a decir López tras convertirse con Nadal en la primera pareja española que celebra el oro en una cita olímpica. “Ya estar en unos Juegos Olímpicos es algo único, pero es que estar aquí es un sueño. Aún no doy crédito a tener esta medalla en el cuello. Estoy en una nube ahora mismo”.
El éxito de este dobles, sin embargo, bebe directamente de dos piezas únicas y bien distintas. Nadal es tan competitivo que podría jugar contra tres si la modalidad existiese y posiblemente tendría opciones de hacer algo importante, y ahí está su reacción durante el peor tramo de la final como ejemplo: saltar y pegarse golpes con el puño en el pecho para celebrar una bola de rotura salvada en el tercer parcial. El mallorquín, lejos de ser un especialista de la modalidad, tiene mucho ganado porque su figura impone un respeto tremendo. Todos los días, claro, no se juega contra un campeón de 14 torneos del Grand Slam y eso acaba provocando un cortocircuito en la cabeza de los doblistas, habituados a batirse entre ellos en el circuito, normalmente sin invitados sorpresa. Nadal, además, imprime toda la potencia que usa en individuales, algo increíble cuando hay dos contrarios en la red intentando cerrar ahí el punto (“¡es que les dobla mano!”, dice siempre el catalán de su pareja).
López es un doblista mayúsculo, talentoso para suplir sus carencias con habilidad (no hay mejor globo de revés que el suyo, aunque en la final sufriese de lo lindo con ese tiro) y con un gran sentido táctico, algo así como un entrenador con raqueta. Es, también, un camaleón y eso lo demuestra que haya ganado sus tres títulos más importantes con parejas distintas (la Copa de Maestros de 2012 con Marcel Granollers, Roland Garros hace unos meses con Feliciano López y ahora la oro en Río con Nadal).
En Río, bajo una húmeda noche de agosto, consiguieron lo que parecía imposible. Si una medalla de oro sabe a gloria, ¿cómo debe saber ganarla con uno de tus amigos de toda la vida? Nadal, desde hoy el único jugador de siempre que tiene los cuatro grandes, la Copa Davis y ha sido dos veces oro olímpico, respondió rápido: llorando mientras se abrazaba a López en una fotografía para los libros de historia.