Cuando el tiempo estaba a punto de detenerse durante algo menos de 10 segundos, cuando Usain Bolt calentaba para demostrar una vez más que es el atleta más grande de todos los tiempos, la estela de un joven sudafricano de figura espigada deslumbró al Estadio Olímpico de Engenhao. Wayde Van Niekerk destrozó el récord mundial de los 400 metros, una marca histórica, en posesión de Michael Johnson desde 1999. El crono se paró en 43.03 segundos. Nadie daba crédito, ni él mismo.
Tuvo que correr la final por la calle 8, sin ningún tipo de referencia visual sobre sus adversarios en la prueba que más difícil es medir el esfuerzo. Pero Van Niekerk salió sin temor al colapso muscular: apretó a muerte desde el primer metro, impulsándose en una amplísima zancada con la frecuencia del mejor velocista. Llegó al 300 en 30.7 segundos y cuando la fatiga asalta a los atletas mortales, superó el ‘envenenamiento’ del ácido láctico y esprintó hacia la historia.
El ciclón provocado por el cuatrocentista sudafricano terminó por borrar el último de los récords vigentes del gran Michael Johnson. El 26 de agosto de 1999, en el mundial celebrado en Sevilla, el estadounidense logró una marca (43.18) a la que el paso del tiempo le había otorgado el aura de la imbatibilidad. Solo su compatriota Jeremy Wariner, en 2007 con 43.45, se había atrevido a rozar levemente con las yemas de los dedos el registro del extraterrestre Johnson.
“¡Oh Dios mío! ¡Eso ha sido una masacre por parte de Wayde Van Nikerk! ¡Es la nueva estrella del atletismo mundial”, exclamaba un incrédulo Michael Johnson que estaba comentando la carrera para la cadena británica BBC. “Nunca sabes cuánto va a durar un récord”, asumió viendo cómo se acababa su reinado.
Un campeón de otra pasta
Pero Van Niekerk, con solo 24 años, ya había irrumpido en el estrellato de la vuelta a la pista la temporada pasada, proclamándose campeón del Mundo en Pekín con 43.48. Un primer aviso en forma de tiempo estratosférico -aunque todavía lejos de la mejor marca de todos los tiempos- que le condujo al hospital por culpa de una pájara enorme provocada por el sobreesfuerzo.
El sudafricano llegaba a la cita olímpica de Río como el tercero en discordia, por detrás de Kirani James (plata) y Lashawn Merrit (bronce), los más rápidos en lo que iba del año. Pero al igual que pasó en la ciudad china, Van Niekerk se impuso a sus grandes rivales de forma contundente. Los focos nunca centran la atención sobre su figura, siempre llega agazapado a la carrera decisiva y ahí fulmina a sus contrincantes con su mayor resistencia a la velocidad.
De hecho, el flamante oro olímpico es el único atleta de la historia que ha sido capaz de bajar de 10 segundos en los 100 metros (9.98), de 20 en los 200 (19.94) y de 44 en el 400 (43.03). Un desafío solo a la altura del hombre más completo.
Y una de las grandes responsables del éxito de Van Niekerk es su entrenadora, Anna Botha, una abuela de 74 años que conoció en 2013. El sudafricano nació en una familia de gran tradición atlética: su madre Odessa fue velocista y saltadora de altura, como su padre Wayne, mientras que su padrastro Steven se decantaba más por las carreras de fondo. Con ese historial se sumergió de lleno en el deporte rey hasta que comenzó a destacar en las pruebas de velocidad, a pesar de las lesiones.
La entrenadora Bota descubrió muy pronto el diamante en bruto que tenía entre sus manos, pero Van Niekerk tenía que subir de distancia y centrarse en el 400. Tras un costoso trabajo de fortalecimiento de la musculatura, el cronómetro empezó a compensar todo el trabajo. Hasta proclamarse campeón planetario y olímpico destrozando una marca histórica que tenía entre ceja y ceja: "Creía que podía batir el récord del mundo. He soñado con esta medalla desde siempre", confesó después de la final de los 400 metros.
Quizás, en mayo de este mismo año, cuando el sudafricano viajó a Jamaica para entrenar junto a Usain Bolt en busca de mejorar la velocidad, bebió de la misma marmita del atleta más grande de todos los tiempos. Lo que está claro es que, en Río, Van Niekerk ensombreció el show de su amigo jamaicano.