España se impuso en la gran batalla de generaciones doradas baloncestísticas que albergó el torneo olímpico masculino de Río. 10 años después de aquella recordada semifinal del Mundial de Japón, con el triple fallido de Nocioni como epílogo, el combinado nacional volvió a imponerse frente a uno de los rivales más potentes de su grupo. Lo hizo en toda una eliminatoria encubierta de octavos de final, pues sólo valía ganar para continuar viaje en los Juegos de Río. Una derrota, tras el triunfo de Brasil ante Nigeria, significaba la eliminación española. Y los hombres de Scariolo no querían oír hablar de fin de trayecto en ninguno de los casos, como demostraron con contundencia a pesar de encontrarse un ambiente más que hostil [Narración y estadísticas: 92-73].
Todo hacía presagiar un partido a cara de perro, con el machete entre los dientes durante su totalidad. Así pareció indicarlo el 0-8 con el que Argentina inauguró el marcador. También el fervor de la afición brasileña, deseosa de un triunfo de sus eternos rivales que clasificase a la anfitriona para los cuartos de final. Sin embargo, no hubo alegrón local. Los triples de Ginóbili pronto se apagaron para dar paso a una auténtica exhibición de galones de la vigente subcampeona olímpica. Sobre todo, en defensa, faceta en la que España apenas dio concesiones a su rival.
Si la maquinaria funcionaba atrás, el ataque español podía deleitar a propios y extraños con velocidad y lanzamiento exterior, de nuevo fundamental para atar el triunfo en los minutos más sólidos del equipo nacional. Los mejores ejemplos del buen desempeño ofensivo y defensivo de la selección fueron Rudy Fernández y Pau Gasol. Los dos fueron quienes llevaron principalmente las riendas del equipo (23 y 19 puntos respectivamente), aportando también solidez en el rebote, otro auténtico factor diferencial ante Argentina (43 capturas por 26). Tampoco faltaron minutos de gloria para Mirotic y Llull.
Más allá de Ginóbili, al combinado albiceleste apenas le sostuvieron Campazzo y Laprovittola (máximo anotador argentino con 21 puntos) en la dirección de juego. También Nocioni a la hora de aportar su habitual carácter. Las diferencias en la zona fueron abrumadoras, con Acuña y Delía sufriendo lo indecible para parar a las torres españolas. Tampoco pudo sobresalir como antaño Scola, recordando a los aficionados a la canasta que, aunque duela, el tiempo de los mejores jugadores de la historia de Argentina se va agotando.
Algo más resisten los júniors de oro españoles, como Navarro. Expulsado tras dos técnicas, ya es el jugador nacional con más partidos disputados en unos Juegos Olímpicos (31). Endurecer el partido en lo físico y en lo arbitral fue el clavo ardiendo al que se agarró Argentina para seguir viva. Llegó a reducir los 22 puntos de máxima renta española hasta los 13, pero de nada sirvió. España no bajó sus revoluciones de ningún modo.
Las cábalas se habían terminado para Scariolo y sus pupilos, que ya no podrán esquivar a Estados Unidos (rival en unas posibles semifinales) en busca de la hipotética medalla. Sólo les valía ser segundos del grupo B para clasificarse, y así lo hicieron. Francia espera a la vuelta de la esquina en cuartos, con un último precedente más que doloroso en esta ronda: la derrota española en 2014, durante el Mundial doméstico.
Aunque el último enfrentamiento entre ambas selecciones tiene un regusto mucho más dulce para los nuestros: la victoria de Pau y compañía en las semifinales del pasado Eurobasket, cuyos partidos decisivos acontecieron en Francia. Aquel encuentro lo tuvo todo: alternancias en el marcador, emoción hasta el final, venganza y, sobre todo, mucha épica. La misma a la que se apeló ante Lituania y Argentina, y que debe seguir guiando los designios de los chicos de nuestra canasta en lo que queda de torneo. Eso sí, con el talento al servicio de todo lo demás. Porque, aunque algunos lo dudasen, los nuestros lo tienen. ¡Y, además, de muchos quilates!