Es difícil cuantificar el dolor e imposible calibrar la crueldad de una derrota. Pero ésta duele (26-27). Y mucho. Es una puñalada en el corazón, una herida abierta de par en par. Sangra este martes, pero lo hará durante mucho tiempo, quizás eternamente. “Nos arrepentiremos de esto toda la vida”, reconoció Macarena Aguilar al terminar el partido, todavía con las lágrimas por tatuar en su piel. Un lloro que pudo ser imaginado de otro modo, pero no de esta manera. No contra Francia (26-27), la misma selección que eliminó a las ‘Guerreras’ en los octavos de final del Mundial tras una sonada polémica arbitral, en el último minuto y desde los siete metros, con el reloj parado y las agujas fundidas en un suplicio que ha encontrado su segundo capítulo en estos Juegos Olímpicos.
España podía haber caído. Era una posibilidad. Al fin y al cabo, al otro lado estaba Francia. Pero jamás se hubiera imaginado hacerlo de esta manera. No de este modo. Así no. Era imposible. Pero el dolor acude al drama con gusto y aparece sin avisar. Poco le importa quién sea su víctima o lo que haya hecho con anterioridad. Y este martes, definitivamente, no quiso dañar a las francesas. De nuevo, ahogó a España en un lloro pretérito. Le dio igual que las ‘Guerreras’ se hubiesen ido siete puntos por delante al descanso (12-5). Qué más da. Tenía que redondear su guión y arrebatarles el sueño de las semifinales en el último segundo, dejando que el balón de Nerea Pena pegara en la madera.
Pero esta derrota no es sólo culpa del destino o de las meigas. Las Guerreras también tienen parte de culpa. Y la tienen porque perdieron una renta que jamás se esperaron. En la primera mitad olvidaron sus malos días, aquellas derrotas en la primera fase contra Noruega y Rumanía. De nuevo, volvieron a ser las de los grandes noches, las mismas que dieron la campanada ante Brasil y Montenegro. Y lo hicieron como jamás se imaginaron: aplastando a las francesas de inicio y ahogándolas al borde del descanso (12-5). 30 minutos perfectos en los que apenas si apareció Lacrabere. Y, por el otro lado, Nerea Pena (cinco tantos en la primera mitad), confirmaba que estaba de dulce.
Con ese resultado al descanso, la única que podía acabar con su propio sueño era España. Y lo hizo. Sí, apareció Lacrabere (siete tantos) y Niombla (otros seis), pero fue la selección la que cayó. Solita. Sin avisar a los espectadores. De un momento a otro pasó de controlar el partido, de tener el pase a semifinales certificado, a hundirse en los minutos finales. A caer a plomo, casi sin creérselo. Con 11 paradas de Silvia Navarro y otros 11 goles de Nerea Pena. Todo insuficiente. El 23-23 llegó en inferioridad y unos rostros alicaídos, premonitorios.
Pero el drama quiso redondear su guión. Nada sirvió en la prórroga. Falló la suerte. Y la garra. Absolutamente todo. España ya no pudo levantarse. Cayó, intentó sobrevivir y murió en el último instante. Como en Dinamarca, en el Mundial. Las ‘Guerreras’ se precipitaron en la orilla. O, mejor dicho, lo hizo Nerea Pena, la mejor del partido. Ella mantuvo a flote a España. Y ella, que había convertido 13 goles anteriormente, la lanzó al palo. El travesaño, maldito, quiso estar del lado de Francia. Y lo hizo para intensificar el dolor de una selección que merece mejor suerte, pero que difícilmente volverá a tener una oportunidad como la de este martes. Ni siquiera -esperemos- que una pesadilla de tal calibre.
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