Usain Bolt cruzó la línea de meta -como siempre- sin nadie por delante, pero su cara reflejó la frustración de haber sido derrotado por el cronómetro. Antes de que se disputase la final de los 200 metros, el velocista jamaicano había asegurado que estaba dispuesto a atacar su propio récord del mundo (19.19 segundos). "Me veo para ello, lo siento. Todo se basa en ejecutar de forma correcta: correr la curva eficazmente, apretar en la recta y realizar la carrera perfecta".
Bajo una noche de lluvia plomiza que caía sobre el Estadio Olímpico de Engenhao, Bolt salió por una de las calles que más le gusta por sus condiciones físicas: la seis. Estaba bromista y relajado antes de colocarse en los tacos de salida, deleitando al público con su recital de gestos además de arrancarse con algún que otro baile. Pero cuando sonó el disparo, el hombre más rápido de todos los tiempos apretó hasta el final. No era por el empuje de sus rivales más peligrosos, sino porque quería decir adiós a la gran competición deportiva con un nuevo registro inhumano.
Los primeros 100 metros, en curva, fueron muy potentes, sin importarle que el tartán estuviese mojado, pero Bolt se desinfló al final. Las piernas no respondieron a lo que demandaba el corazón y terminó crispado: la técnica depurada se descompuso al mismo tiempo que el objetivo se escapaba. La rabia emanó de su cuerpo al cruzar la meta. El oro en los 200 no era suficiente, quería más.
"No puedo decir lo que ha pasado. Salí de la curva e intenté hacer algo, intenté apretar, pero quizá gasté demasiada energía en la semifinal -donde ganó con el mismo tiempo que le otorgó el oro-", analizó Bolt en zona mixta. "Estoy muy feliz de ganar medallas, pero mi carrera hoy [por el jueves] podía haber sido mejor".
Usain Bolt ya no es el extraterrestre que pulverizaba récords mundiales con una facilidad pasmosa. Sigue destrozando a sus rivales sin que estos apenas le incomoden, pero el paso del tiempo -cumple 30 años este domingo-, ha terminado por humanizarlo.
Pese a ello, tras unos breves segundos de insatisfacción consigo mismo, la sonrisa no se le borró de la cara y comenzó el show. Con esta victoria, el velocista jamaicano se convierte en el primer atleta de la historia que gana en tres ediciones consecutivas de los Juegos Olímpicos los 100 y 200 metros. Algo solo al alcance del marciano de la velocidad.
"Es algo para lo que trabajas de forma muy dura, así que cuando llega el momento, ganar es un alivio. Evidentemente, muchas cosas podrían haber ido mal, por lo que ganar hoy me produce un sentimiento de alivio", confesó Bolt. Además, dejó entrever que esta era su postrera carrera en el doble hectómetro, su prueba favorita: "No sé que pasará con el 200 en el futuro. El año que viene, en los Campeonatos del Mundo [de Londres], seguramente solo compita en el 100 aunque mi entrenador intenta convencerme de que no lo haga. Pero, personalmente, creo que esta es la última vez que he corrido un 200".
El canadiense Andre De Grasse, que se ha erigido como escudero de Bolt en Río y ha presentado su candidatura a ocupar el trono de Bolt cuando este se retire con dos medallas sobre el tartán del Estadio Olímpico, fue plata con 20.02 segundos. Mientras que la sorpresa llegó de la mano del francés Christophe Lemaitre, bronce con 20.12, la marca que Hortelano había marcado en las series eliminatorias.