En el salto de altura el atleta siempre pierde, siempre queda eliminado después de cometer tres intentos nulos de forma consecutiva. No compite contra el resto de rivales, sino que se enfrenta a sí mismo con la misión de franquear un listón situado lo más alto posible. Es una disciplina tremendamente psicológica donde la confianza, la concentración y la frialdad en los momentos clave se revelan incluso más decisivas que el propio estado de forma. Y Ruth Beitia domina todos esos tiempos a la perfección.
La triple campeona de Europa es una de las saltadoras que derrocha mayor cantidad de simpatía sobre la pista de atletismo: es la prolongación de una sonrisa eterna que ilumina su rostro blanquecino en el día a día. Pero cuando Beitia se posiciona en su marca de talonamiento, mientras visualiza el salto hablándole al listón y juega con los dedos de la mano derecha, aflora su instinto asesino. Es una competidora excelsa y lleva 26 años demostrándolo -el tiempo que ha pasado desde que conoció a Ramón Trorralbo, su entrenador, su otro 50%.
Este sábado, la mejor atleta española de todos los tiempos cerrará el círculo: una segunda vida deportiva que comenzó a fraguarse en las postrimerías de 2012, cuando regresó a la vorágine de la alta competición tras una retirada efímera. Sobre el tartán azul del Estadio de Engenhao gozará de una oportunidad óptima para resarcirse de aquel ya lejano cruel cuarto puesto de los Juegos de Londres y alcanzar el único sueño que se le ha resistido hasta ahora: la medalla olímpica. El inmejorable punto final a su epílogo dorado.
Durante los cuatro años de Olimpiada, Beitia ha ido día a día, competición a competición, disfrutando, como dice ella, del regalo que le ha sido concedido en forma de segunda juventud; sin la certeza de saber si el cuerpo le respetaría hasta la cita de Río. Pero así ha sido. “Adoro competir, estoy en un estado de forma increíble. Más no le puedo pedir a la vida”, presume orgullosa la saltadora cántabra de 37 años.
Sin embargo, la gran campeona no lo es tanto a nivel de resultados como figura de corrección y personalidad ejemplar en un deportista. Los valores que transmite, tanto en la victoria como en la derrota, serán el legado imborrable de la santanderina.
Una calificación impecable
En la calificación del jueves, Beitia firmó un concurso impoluto, superando la marca necesaria para acceder a la final (1.94 metros) de forma holgada, transmitiendo unas sensaciones fantásticas. Cuatro saltos y a descansar. "Ahora a seguir soñando despierta y seguir trabajando porque salga la última oportunidad. Me he visto fenomenal, la pista increíble, rápida, como a mí me gusta. Los entrenamientos han sido muy buenos aquí, muy buenas técnicas, y tengo ganas de que llegue la final. La calificación ha sido fantástica", declaró a Efe.
La española no se enfrentará al duro escollo de las saltadoras rusas Chicherova y Kuchina, dos de de sus grandes rivales estas últimas temporadas por la sanción que la IAAF ha impuesto al atletismo ruso. De hecho, la primera se encuentra suspendida provisionalmente por haber dado positivo el los Juegos de Pekín.
No obstante, las medallas estarán caras: seguramente haya que saltar dos metros para subir al podio. Las estadounidenses Chaunté Lowe, líder mundial del año con 2.00 (2.05 de mejor marca de siempre) y Vashti Cunningham, la jovencísima campeona mundial indoor en Portland, donde derrotó a Beitia por nulos, serán las grandes amenazas.
Aunque sin olvidarse de la sorprendente alemana Marie Jungfleisch, que ha roto la barrera de los dos metros hace un mes, la siempre peligrosa Licwinko, la italiana Alessia Trost, gran amiga de la santanderina, o la lituana Palsyte, que en el europeo de Ámsterdam ya estuvo en la lucha por las preseas.
Mención aparte merece la grandísima Blanka Vlasic. La crota, que llegó a saltar 2.08 metros en agosto de 2009, lleva varias temporadas asediada por las lesiones. A Río llegó sin haber realizado ni un solo concurso de preparación, pero voló sobre los 1.94 sin ningún problema; y el año pasado ya dio la sorpresa en el Mundial de Pekín consiguiendo una sabrosa medalla de plata. En definitiva, una prueba que semeja, a priori, de máxima igualdad, sin una clara favorita.
Ruth Beitia no pasó a la final en Atenas 2004, quedó séptima en Pekín 2008 y cuarta en Londres 2012. Este sábado, en los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro, no se conformará con un bronce o una plata, sino que tratará de volar lo más alto posible hasta agarrar la medalla de oro.