La foto de una niña con una camiseta de Neymar en la que habían tachado su nombre y escrito el de Marta dio la vuelta al mundo hace diez días. El hartazgo de Brasil ante su larga crisis futbolística y la incapacidad de la selección olímpica para vencer a Sudáfrica (que jugaba con diez) o a Irak en la fase previa exasperó a una ‘torcida’ que empieza incluso a asimilar la posibilidad de que la ‘Canarinha’ no logre clasificarse a un Mundial –Rusia 2018– por primera vez en la historia.
Mientras la ‘Seleçao’ penaba para clasificar a cuartos de final, el equipo femenino jugaba bien y goleaba: el ‘crack’ del Barcelona ya no parecía ni tan ‘crack’ ni tan líder. El legendario Zico dudaba públicamente de su idoneidad como capitán y en la calle se enfatizaba como nunca la distancia existente entre Leo Messi y el icono del ‘pais do futebol’, inmerso aún en la depresión post-Mineirazo y la desacralización de un deporte corrupto desde hace mucho tiempo, que ya ni siquiera sirve para ocultar otros graves problemas.
La selección masculina logró avanzar hasta la final, donde esperaba Alemania: los dioses colocaban a la ‘Verdeamarelha’ frente a una nueva ordalía con tintes incluso demasiado metafóricos: un tercer ‘Maracanazo’, el destronamiento definitivo de la nación que inventó (hace mucho tiempo) el ‘jogo bonito’, la primacía germana definitiva – sus chicas habían ganado también la competición femenina.
Terror y euforia
Neymar jugó una final bastante discreta, pero abrió el marcador con un soberbio lanzamiento de falta y se encargó de anotar el último penalti de una tanda angustiosa. El terror atenazó durante más de una hora al Maracaná: la hipótesis de otra deshonra en casa, ante cientos de millones de telespectadores, era una afrenta insoportable. Ninguna prueba olímpica reunió a tantos aficionados brasileños durante estos Juegos: era el único trofeo que le faltaba a la ‘Seleçao’. “Que bote el que no sea pentacampeón”, corearon las gradas de la catedral del fútbol antes y después del 1-0.
La liberación del penalti final de Neymar propició otra noche de fiesta en Río: la autoestima balompédica nacional necesitaba urgentemente un alivio. Alemania mandó tres balones al larguero y fue mejor durante algunos tramos del encuentro, pero el ímpetu brasileño en la prórroga y la reaparición final del capitán (renqueante de un tirón bajo una presión psicólogica gigantesca) provocó otro estallido jubiloso. Muchas lágrimas, pero esta vez de alegría.
Lo primero que hizo Neymar tras anotar el penalti fue tirarse a llorar, en una prolongación de las escenas vistas durante el Mundial. Había cargado con mucha responsabilidad durante una quincena llena de críticas y sospechas – lo difícil no es llegar, pero mantenerse. La segunda acción del ‘10’ fue renunciar a la capitanía. Aún sobre el césped de Maracaná, dijo: “Hoy que he sido campeón, entrego el brazalete de capitán. Fue algo que recibí y honré con cariño, ha sido un honor ser el capitán de Brasil, pero a partir de ahora lo dejo y me gustaría mandar un mensaje al técnico Tite para que pueda buscar algún otro jugador para realizar esta función”.
“Ha actuado como un líder”
El seleccionador olímpico, Rogerio Micale, dijo después que ‘Ney’ “ha mostrado más madurez, ha actuado como un líder dedicado y ha tenido un papel determinante dentro del grupo”. La capitanía del culé (otorgada por Dunga tras el Mundial 2014) siempre estuvo rodeada de polémica: su predecesor, Thiago Silva, se quejó amargamente por no haber sido avisado del cambio. Tite, que asumió como seleccionador de la absoluta en junio, ya había anunciado su intención de hacer una capitanía rotativa.
La pequeña venganza nacional de Brasil contra Alemania cambia la mentalidad con que el fútbol brasileño retomará las durísimas eliminatorias sudamericanas a partir de septiembre (a pesar de que Alemania acudiese a Río con un equipo sub-23 sin estrellas). El técnico Micale había dicho que Brasil no buscaba revancha en la final, sino proteger su orgullo: después de perder el oro en Londres 2012 contra México, de la catástrofe de 2014 y de ver cómo el resto de Sudamérica le va perdiendo el respeto progresivamente, Neymar y sus compañeros arriesgaban mucho más que una medalla olímpica.
El ‘10’ volvió a ser un héroe y aprovechó el triunfo para dejar de ser capitán. Su nombre encabezaba este domingo lluvioso todas las portadas de los periódicos: “Líder”, “ídolo”, “capitán”, “madurez”, “épica”. Neymar jugó una final bastante discreta, pero cumplió con su responsabilidad. Y metió el penalti en la final, algo que su amigo Messi no supo hacer en la final de la última Copa América. Es altamente probable que la victoria del sábado, dentro de unos años, sea considerada el punto de inflexión de una selección sin rumbo ni estilo definido. Neymar, sin la presión del brazalete, tiene asegurado su trono al menos dos años más. Como dijo nada más acabar el partido: “Qué le vamos a hacer. Ahora me van a tener que tragar”.