Con dos pilotos compatriotas, Sergio Pérez (Force India) y Esteban Gutiérrez (Haas), el retorno del Gran Premio de México al calendario del Mundial de Fórmula 1 ha traído consigo un río de pasión que se siente hasta en los monoplazas, cuando se adentran en la zona del estadio donde los ruidosos aficionados mejicanos animan a los suyos a pleno pulmón.
Tras 23 años de ausencia, en 2015 la Fórmula 1 regresó a la ciudad de México en un evento que reunió a más de 300.000 aficionados durante todo el fin de semana; dejaron un impacto en la economía de la ciudad cercano a los 200 millones.
La carrera en la que Nico Rosberg se puede proclamar campeón del mundo prevé una entrada aún mayor que la de la pasada edición, batiendo todos los récords de asistentes de toda la temporada tras haberse vendido en tres semanas el 80% de las entradas. Mientras desde Malasia llegan noticias de la retirada de Sepang por falta de público, en el otro lado del planeta el circuito Hermanos Rodríguez aumenta aún más su aforo para dar cabida al evento inigualable de la Fórmula 1.
Atmósfera cero
La Ciudad de México es una macro-urbe llena de contrastes y su circuito es el escaparate de las características de los más de 20 millones de habitantes del área metropolitana. El trazado más corto del Mundial resulta ser más rápido que el mítico Monza. El año pasado Felipe Massa llegó a los 364 km/h, en línea con la predicción de Magneti Marelli, que fija en 370 la velocidad máxima para este fin de semana.
La elevada velocidad que los monoplazas pueden llegar a conseguir, teniendo en cuenta las desfavorables condiciones del circuito mejicano, demuestra la supremacía técnica de los coches de Fórmula 1 sobre cualquier otra máquina realizada por el hombre. Llegar a 370 Km/h tiene un mérito enorme si consideramos que la carga aerodinámica de los monoplazas es equivalente a la utilizada en Mónaco en una pista donde el oxígeno se vende caro debido a la altitud.
A 2.285 metros de altura sobre el nivel del mar, el aire es más ‘delgado’, lo que obliga a usar la máxima incidencia de los alerones para pegar a los monoplazas a tierra. La única ventaja reside en que esa ‘delgadez’ del flujo aerodinámico no trae consigo la resistencia al avance típica de Singapur o las calles monegascas.
Un aire fuera de lo común también incide directamente sobre los pilotos, que han de hacer frente al desequilibrio corporal de una atmósfera con menor nivel de oxígeno respecto a Austin. No sólo los pilotos notarán un cambio en su rendimiento en pista; las unidades de potencia sufrirán también las consecuencias del mal de altura. Si en Cancún el nivel de oxígeno es de 25%, en la capital baja hasta el 13%, por lo que el turbo tendrá que girar durante más tiempo a pleno régimen para comprimir el aire y compensar las carencias que la particular atmósfera ejerce sobre el motor térmico.
Un circuito lleno de historia
La célebre pista mejicana se construyó en 1959, fruto de una tesis de ingeniería que proponía un autódromo para la Ciudad de México. Su ubicación no podía ser mejor, puesto que está cerca del centro y a tan sólo dos kilómetros del aeropuerto. Tras la remodelación impuesta por Bernie Ecclestone para acoger de nuevo a la Fórmula 1, las instalaciones se dotaron de nuevos 'boxes', una impresionante zona VIP, hospital y gradas nuevas, además de la modificación de la pista impuesta por la Federación Internacional de Automovilismo (FIA) de la mano del arquitecto oficial Hermann Tilke.
Una de las zonas más características es la curva rápida La Peraltada, que da paso a la recta de meta, similar al circuito de Monza. Fue precisamente en esta curva en la que el piloto Ricardo Rodríguez se estrelló. El circuito porta su nombre junto al de su hermano en homenaje a los dos pilotos más relevantes del país en la década de 1960.
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