¿Vale realmente 7.500 millones un Mundial que esconde problemas estructurales y financieros tan graves que ponen en riesgo su futuro? Al igual que la ciudad de Palmira bajo el control de Daesh, la Fórmula 1 ha perdido el atractivo y el glamour que le hizo ser el mayor espectáculo que llenaba los hogares durante los fines de semana. Recientemente Flavio Briatore calificaba como “desolador” el marco actual en el que desenvuelve la competición. Para el manager italiano, la situación de la competición nada tienen que ver con la época dorada que protagonizó alzando a Fernando Alonso a lo más alto del mundo.
“La mayor parte de los equipos está en crisis”
Con razón, Briatore denuncia la quiebra de la mayor parte de las escuderías. Tres cambios de reglamento en pocos años han masacrado las capacidades de los equipos modestos de acercarse a las soluciones de los grandes y poder dar la sorpresa en algún que otro circuito. Los sobrecostes y los casi 20 millones por año que puede costar disponer de un grupo motor-transmisión hacen que los presupuestos para desarrollar el resto del monoplaza y mantener la infraestructura necesaria sea una labor de funambulismo financiero que se centra en la supervivencia económica.
Un equipo y dos coches menos en parrilla
El anuncio del cierre del equipo Manor es un golpe durísimo para el Mundial a punto de comenzar, que pone de manifiesto la fractura financiera entre los equipos que conforman el grueso del campeonato y los equipos punteros, que cada vez están más lejos. La Fórmula 1 actual es tan elitista que ni los grandes equipos gastando más de 400 millones anuales son capaces de ganar tan siquiera un Gran Premio al año. Con tal diferencia, los equipos de mitad de tabla y los más pequeños ya no son capaces de alimentarse ni de las migajas de los grandes. El resultado es una parrilla que pierde coches, pilotos y espectáculo año tras año.
Circuitos míticos al borde de la desaparición
La grandeza de la Fórmula 1 reside en gran medida en los circuitos donde los monoplazas compiten. La personalidad, historia y características de los trazados han marcado las emociones y el interés del gran público. Las pistas que se han consolidado a lo largo de más de cien años de competición del automóvil lo han hecho por unos rasgos característicos determinados más que por el nombre del país donde se celebraban.
Mónaco, Spa o Monza son plazas imposibles de replicar, que han imprimido el ADN de la competición incluso antes de que la propia Fórmula 1 existiera. La que hoy es la máxima expresión del automovilismo deportivo acudía a medirse a las pistas de referencia del planeta, incluidas las 500 millas de Indianápolis en los primeros tiempos.
El motor ha buscado siempre consolidarse en los circuitos que marcaban el nivel de la competición. Los santuarios de la velocidad que han enamorado a generaciones enteras han sido reemplazados por pistas anónimas a golpe de talonario, aniquilando los altares donde se rendía culto al espectáculo de la velocidad. Hoy la Fórmula 1 deja atrás la cuna del motor de Alemania y la tradición del Gran Premio de Francia por lugares con cero cultura automovilística como Turquía, Azerbaiyán o Corea del Sur.
El resultado es que pistas que de verdad crean afición, como Silverstone y Monza, han estado hace pocos meses a punto de desaparecer del Mundial, lo que hubiera supuesto la aniquilación del auténtico espíritu de una competición que es lo que es gracias precisamente al halo de glamour que estos circuitos imprimen a quienes osan competir en su asfalto.
'Paddock' blindado si no tienes un Óscar
En Estados Unidos los aficionados pasean por el paddock de la NASCAR en determinados momentos durante el fin de semana y pueden ver de cerca a sus héroes en acción. Para poder hacer esto en la Fórmula 1 hay que haber ganado un Óscar o un Balón de Oro; si no eres parte de la ultra élite estás relegado a los muros que se erigen con cada Gran Premio para mantener alejados a las masas de los elegidos.
La distancia con los aficionados se incrementa aún más como consecuencia de los precios cada vez mayores que cobran los circuitos para poder presenciar el espectáculo de la Fórmula 1. Circuitos endeudados hasta la médula suben despiadadamente los precios de las entradas en busca de la supervivencia. Mientras carreras pagadas con dinero público ofrecen carreras como las de Bakú, donde las gradas casi ni existen y el Gran Premio parece pensado exclusivamente para la TV y los VIP que pueden acceder al paddock.
Pay TV y poco espectáculo que ver
Hace más de una década la Fórmula 1 se asoció con las televisiones de pago para ofrecer mayor calidad de imagen y carreras en multipantalla. El experimento fracasó y los datos de audiencia sufrieron. La era Schumacher y Alonso protagonizaron el retorno a la televisión en abierto, a la que se pegaban millones de espectadores logrando cifras récord que posiblemente nunca se repetirán en el futuro.
Los patrocinadores desembocaban cifras multimillonarias para que millones de personas vieran sus logotipos en las carreras, pero la crisis económica y el hundimiento del espectáculo con las nuevas normas han acabado con todo esto. El dinero ha sido desde 2006 el único 'leitmotiv' que ha guiado al deporte del motor y ahora todos pagan las consecuencias de un Mundial que no ofrece la emoción que el aficionado busca (y que el nuevo reglamento difícilmente podrá corregir).
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