En Barcelona, en 2013, Alberto Entrerríos, capitán de la selección de balonmano, levantó el cetro mundial con una promesa: que su deporte no repitiera los mismos errores cometidos tras colgarse el oro en Túnez 2005 y, de alguna manera, aprovechara el éxito del equipo nacional para crecer de nuevo. Sin embargo, pasados dos años, la realidad es igual de amarga. Es decir, el balonmano masculino sigue en crisis y exportando ‘hispanos’. ¿Y el femenino? Más aún. En total, 12 de las 16 ‘guerreras’ que viajan para disputar el Mundial de Dinamarca (del 5 al 20 de diciembre) juegan fuera de España: ocho en Francia, tres en Hungría y una en Rumanía. Y lo harán por el oro, encuadradas en el grupo D junto a Noruega, Rumanía, Rusia, Puerto Rico y Kazajistán.
Para todas ellas, concentrarse con la selección es como volver a casa. Son la mejor generación de la historia del balonmano femenino español (bronce en el Mundial de 2011 y en los Juegos Olímpicos de Londres 2012, y plata en el campeonato de Europa de 2014). Sin embargo, sus éxitos no han cambiado la dinámica de su deporte. No, al menos, de forma apreciable a nivel de clubes. Otra cosa es en el equipo nacional, donde el seguimiento ha crecido exponencialmente conforme se han conseguido medallas, según reconoce la gran capitana, Marta Mangué.
A Dinamarca acudirán con el objetivo de buscar el billete para los Juegos Olímpicos de Río. Para conseguirlo, se contemplan varias opciones: colgarse el oro, jugar la final contra Brasil o Noruega (ambas clasificadas), que las dos anteriores jueguen la final -sea cual sea el puesto en el que termine España- o que Noruega sea campeona, con independencia de su rival en la final. De no cumplirse ninguna de estas condiciones, España tiene asegurada el preolímpico como vigente subcampeona de Europa.
En ese oro tiene fijada la mirada Eli Pinedo, que ahora juega en España, en el Bera Bera; pero en su momento probó durante un año en la liga danesa. “Allí el balonmano es como aquí el fútbol, se vive de manera más intensa. Sales en las portadas todos los fines de semana, los estadios están llenos y es todo más profesional. Y luego, por ejemplo, para las mujeres es todo más fácil. Te dejan descansar un año para que puedas tener un hijo y luego te ayudan a volver a coger la forma y jugar de nuevo”, explica en declaraciones a EL ESPAÑOL.
A sus 34 años, Eli Pinedo es la más veterana de la selección, de ahí que abandonara su aventura europea para volver a casa. La que no lo ha hecho es Nely Carla, que a sus 32 primaveras milita en el Union Mios Biganos, en Francia, quizá el país –junto Alemania– donde más se aprecia el balonmano. “Allí también se quejan, no te creas”, bromea. Pero lo cierto es que los salarios son más altos y la repercusión mucho mayor. “En España se viene intentando mejorar, pero eso depende también de la gente, de que vaya más a los pabellones. En Francia, en cambio, hay más tradición, eso es una realidad”, concluye.
Frente a las dos anteriores, más experimentadas, aparece Nerea Pena (25), que lleva cuatro años viviendo del balonmano en Hungría, un país donde –contrariamente a lo que se pueda pensar desde fuera– la repercusión es mayor en todos los sentidos. “A nivel de clubes es el segundo deporte más conocido, por eso tiene más seguidores y más patrocinadores”, confiesa. Y eso, obviamente, supone una mayor estabilidad económica para los tiempos que corren.
Sea como fuere, para todas –estén en España o en el extranjero– la selección sigue siendo el mejor hogar al que acudir. Y, de una u otra forma, sus diferentes experiencias internacionales favorecen que el nivel competitivo sea mayor. “Es normal, cada una estamos en un país diferente, aprendiendo de otras culturas y de otros modos de jugar. Todo eso repercute en el éxito de la selección”, opina Nely antes de cerrar la conversación con EL ESPAÑOL y confirmar el sueño de esta generación: “Vamos a por el oro, que nadie lo dude”.