“El que pregunta está condenado a vivir con la respuesta”. Con esta frase tan categórica titulaba el diario alemán Der Spiegel una de sus informaciones el pasado martes. ¿El motivo? Una mayoría de los ciudadanos de Hamburgo (el 52’6%) votó ‘no’ en un referéndum organizado por las autoridades locales para calibrar la posibilidad de celebrar los Juegos Olímpicos de verano de 2024. Un golpe en toda regla al movimiento olímpico, que ha perdido progresivamente el favor del pueblo en diferentes consultas: hasta cuatro países han dicho que no en los últimos años.
Madrid no fue una de las que pudo elegir. Se presentó a los de 2012, 2016 y 2020, pero nunca sacó las urnas. En cambio, bastantes otras se han negado: hasta tres han dicho que ‘no’ a los Juegos de invierno de 2022 (Múnich, Oslo y Cracovia), y Boston también ha rechazado la cita de 2024. Existen otros antecedentes históricos: Lausana (Suiza) para los de 1994 y Denver (Estados Unidos) para los de 1976, donde los vecinos abandonaron a mitad la carrera tras triplicarse el presupuesto inicial. ¿Qué le sucede al olimpismo? EL ESPAÑOL repasa las razones del ‘no’ fijando su mirada en Hamburgo, el último caso.
Cinco razones
1. Gasto innecesario
A poco que uno conozca a los alemanes –o intuya como son– puede imaginar que la economía es una de sus prioridades. Y si algo no soportan es que se derroche el dinero público, como explica Florian Kasiske, miembro de una de las plataformas (Nolympia) que se han opuesto a celebrar los Juegos en Hamburgo: “En los últimos años nos han recortado en servicios sociales y han reducido las ayudas a la formación, a los niños y a los jóvenes. Creemos que esa cantidad debería ir destinada a lo realmente necesario”.
Hamburgo había calculado que la inversión en dicho evento deportivo ascendería a 11.200 millones de euros: 1.200 aportados por la ciudad, 6.000 por el Estado y el resto financiado con la subvención del COI y los ingresos en taquilla. Es decir, las cuentas estaban claras, pero los ciudadanos optaron por el ‘no’. ¿Por qué? Responde Florian: “Desde 1960, en la gran mayoría de Juegos, el coste final ha triplicado al inicial. Y además, de ese montante, unos 7.000 millones se sacarían del dinero público”.
2. Aumento de los alquileres
Históricamente, uno de los beneficios de celebrar unos Juegos Olímpicos ha sido la modernización de cualquier metrópoli, con lo que implica en términos monetarios para las empresas de construcción. Esto, obviamente, supone una mayor oferta de puestos de trabajo, pero también un aumento del precio de los alquileres (hasta un 30% en la cita de Londres). ¿Qué es lo mejor? Los ciudadanos de Hamburgo han optado por conservar lo que tienen antes de optar por algo nuevo.
3. No son sostenibles
Los Juegos incluyen en su presupuesto una partida para construir las instalaciones. El problema es que la mayoría quedan en desuso tras el evento deportivo. El ejemplo más claro se encuentra en Grecia: mantener la cúpula del estadio olímpico de Atenas 2004 cuesta 9’5 millones de euros. Además, tras la celebración del evento deportivo, la deuda contraída por los helenos pasó de un 3’7% en 2002 a un 7’5% en 2004.
4. Restricción de libertades y miedo
El razonamiento en este caso es el siguiente: si Hamburgo celebra los Juegos Olímpicos se convertiría en un objetivo terrorista. A partir de aquí, se estima que el gasto en seguridad se dispararía (en Londres el coste ascendió a 1’2 millones de euros) y que esto supondría una pérdida de libertades (cámaras en el centro de la ciudad, más policía…). Y, por otra parte, el ciudadano medio piensa que ese dinero puede ir destinado a otras partidas, como la acogida de refugiados.
5. Desconfianza en el COI
Esto es particularmente sorprendente porque Thomas Bach, presidente del COI, es alemán. Sin embargo, ni con eso los ciudadanos se decantaron por el ‘sí’. Los partidarios del ‘no’ sustentaron su desconfianza en los recientes escándalos de la FIFA y en la convicción de que el Comité Olímpico Internacional favorece a sus empresas amigas. “Es una organización corrupta y sin trasparecia. Gracias a su monopolio es capaz de imponer los contratos a las ciudades y siempre a su favor”, concluye Florian Kasiske, miembro de la plataforma Nolympia de Hamburgo.
Madrid, lo opuesto; Londres, el ejemplo
En la capital española jamás se planteó la posibilidad de preguntar a los ciudadanos. Madrid se presentó en tres ocasiones, pero nunca quiso sacar las urnas. En total, la candidatura gastó 37’8 millones (16’8 públicos y 21 sufragados por patrocinadores) en presentarse a los Juegos de 2016 y ocho en los de 2020 –nunca se dieron cifras de 2012–. A esto hay que sumarle los 8.000 gastados en instalaciones e infraestructuras (datos de fuentes oficiales).
Londres 2012, aunque tampoco preguntó a sus ciudadanos, es considerado como un éxito de gestión. Cierto es que el presupuesto se disparó (de los poco más de 2.000 millones de euros presupuestados inicialmente se pasó a 12.000), pero su herencia no ha sido tan costosa: los Juegos propiciaron la modernización del barrio de Stratford, se construyeron instalaciones deportivas desmontables y el estadio Olímpico (a menudo en el que más se invierte) será ocupado por el West Ham. De esta forma, nada ha quedado en desuso. Quizás, el mejor ejemplo para Río 2016 y para los alemanes. Siempre, obviamente, que opten por el ‘sí’ en otra ocasión.