Sólo tiene 14 años y los títulos no le cabrían en un currículum. “La mejor escaladora del mundo”. “La mujer que redefinirá el futuro de la escalada”. “La mujer araña”. Sólo tiene 14 años y Forbes la ha incluido en la lista de los adolescentes más influyentes del mundo. Sólo tiene 14 años, y Ashima Shiraishi acaba de ganar el piolet de oro, destinado a premiar al mejor escalador del mundo.
Parece difícil de imaginar que una cría de apariencia frágil y que vive en la nada montañosa isla de Manhattan, en Nueva York, pueda ser la figura más destacada del mundo de la escalada. No hay mujer como ella. Ni hombre. Pero a Ashima no parece importarle demasiado. Sus logros –que postea uno tras otro en sus redes sociales, como cualquier adolescente estadounidense- quitan el hipo. Dos campeonatos del mundo, la escaladora que ha trepado mayor número de vías de 9a+ (la mas difícil catalogada hasta el momento). Y su carrera tiene una progresión apabullante.
A la retahíla de premios y concesiones se suma el más reciente: el piolet de oro que la describe como la mejor escaladora del mundo en 2015. Un premio reservado a los mejores alpinistas y escaladores del planeta, que en muchas ocasiones ha quedado desierto al no encontrar la organización actividades “lo suficientemente duras, novedosas y de altísimo nivel técnico y deportivo”. Un premio que, en la modalidad de mejor escalador, jamás había logrado antes una mujer. Y menos una de apenas 14 años.
Ashima, hija de emigrantes japoneses que, pese a llevar 40 años viviendo en Nueva York, apenas chapurrean la lengua de Shakespeare, descubrió la escalada cuando apenas tenía seis años, en un gimnasio cercano a Central Park. Desde entonces, su vida ha transcurrido junto al magnesio y los pies de gato (las zapatillas con suela de goma cocida que se usan para escalar).
Velocidad, técnica, agilidad
Con ocho años ganó su primera competición de escalada nacional, indoor. Con nueve ya escalaba boulders (bloques de piedra de no más de 10 metros de altura) de alta dificultad. Con diez empezaron los viajes por todo el planeta en busca de más y más grado, compaginados con sus estudios en el colegio y sus tres horas diarias en un rocódromo de Nueva York. Acompañada siempre de su padre, un japonés músico y artista que emigró a Nueva York en los años 70, Ashima es la gran estrella de la escalada mundial, pero no tiene agente, ni apenas marcas patrocinadoras. Su madre le cose la ropa con la que trepa y entrena, su padre la peina antes de cada competición.
A los 11 empezó a despuntar en el mundillo de la escalada, y con 12 ya era toda una referencia mundial, con cuatro vías de 8c+ encadenadas. Pero lo más sorprendente de la cría no es su facilidad para subir vías de altísima dificultad, es lo rápido que consigue hacerlo. Los escaladores profesionales pasan semanas intentando “resolver” una sóla vía hasta que consiguen hacerla del tirón y sin fallos. Por en medio, decenas de horas de intentos, caídas y búsqueda de esas fisuras o agarres casi invisibles por los que progresar. En el caso de Ashima, sus últimas vías las ha encadenado en un par de días. A veces, con sólo media hora de intentos.
Lo de esta chica no es fuerza bruta. Es técnica, agilidad, flexibilidad, movimiento. Baila sobre la pared, buscando agarres indetectables al ojo humano, como una mantis religiosa sobre su presa.
En una corta visita el año pasado a la cueva de Linya, en España, consiguió en apenas cuatro días dos vías de 8c+ -Ciudad de Dios y La Favela- y un 9a –Open your mind direct-, lo que la convirtió en la tercera escaladora del mundo que cuenta con más de un 9a (tras Josune Bereziartu y Angela Eiter). Y también en la más precoz en conseguir una vía de tan alta dificultad, ganando por casi dos años (Ashima tenía 13 cuando estuvo en España) a su antecesor, Adam Ondra.
Precisamente por el hecho de ser tan jóven, Ashima no ha podido hasta este año participar en Mundiales júnior, un debut para el que tuvo que esperar a cumplir 14 años. De la ciudad italiana de Arco Ashima salió con dos oros y coronada como la única competidora –pese a ser de las más jóvenes- capaz de completar sin fallos los cuatro rutas de las finales.
Por el momento, Ashima sólo practica la modalidad de escalada denominada deportiva, es decir, en recintos indoor o zonas de escalada equipados para poder progresar con una cuerda de forma segura. Ni ella ni sus padres piensan, de momento, en las grandes paredes como El Capitán, en Yosemite. “No me gusta el frío ni la nieve”, explica en una entrevista al New Yorker, que le ha dedicado un extenso artículo estas Navidades. La vista la tiene puesta en una medalla olímpica. Uno de los deportes que suena más fuerte para ser incluido en el programa de los Juegos de Tokio 2020 es precisamente éste, la escalada deportiva. Y allí, con apenas 20 años y en la tierra de sus padres, Ashima quiere alcanzar su sueño.