Imagínense la escena. Primer partido de la historia de una selección nacional contra otra que es bicampeona del mundo. El portero titular sufre un balonazo en una de las primeras acciones del duelo y el suplente es expulsado minutos después. Balanza del encuentro aún más descompensada de lo que estaba en la previa y, para rizar el rizo, más adelante el primer guardameta se lesiona y obliga a los suyos a poner a un jugador de campo bajo palos en algunos momentos. Así sufrió Angola contra España, que venció a placer al combinado africano en un partido que tuvo poco como tal y bastante más de entrenamiento para certificar el pase a octavos de final (42-22).
La distancia entre ambas selecciones, amplia de antemano, fue gigantesca ya desde los primeros minutos. Tal fue la intrascendencia de lo ocurrido en la pista que, si no fuera por el público, las dos selecciones podrían haberse planteado jugar el encuentro a puerta cerrada. Todo estuvo roto desde el principio, con España corriendo a placer sin apenas oposición. Robar el balón a los contrarios y lanzar el contraataque parecía un juego de niños. Al igual que marcar goles, faceta en la que David Balaguer dio buenas muestras a los angoleños de que un debutante, si quiere, puede.
Muchos firmarían ser protagonistas en su primer torneo como internacionales, pero pocos lo consiguen. El extremo del Nantes es una buena excepción a la regla. No fue el único que se hinchó a celebrar tantos: Ángel Fernández, Valero Rivera, Costoya… Había que aprovechar la amplia superioridad frente a un combinado cuyo balonmano tenía poco de profesional y mucho de aficionado. Angola apenas mostró una leve amenaza exterior. Insuficiente para evitar que los Hispanos ya doblasen en el marcador a su rival antes del descanso, llegando a promediar más de un 70% de acierto de cara a portería.
Si el duelo ya generaba poca historia, aún menos en la segunda parte. Los hombres de Jordi Ribera se dedicaron a aumentar todavía más su ventaja y aún tuvieron ganas de defender, aunque casi no hacía falta. Los pobres Pérez de Vargas y Corrales tuvieron que pasar desapercibidos por narices. Bastantes males tenían los guardametas contrarios como para fijarse en los españoles, que trabajaron menos que nunca. Sus compañeros aún corrían un poco, por aquello del hambre de ganar insaciable.
En esta suerte de descanso del guerrero disfrazado de partido oficial, lo único importante fueron los dos puntos de nueva factura en el casillero español. Ah, y no tener lesionados. Teniendo en cuenta que los dos próximos rivales no serán ninguna broma (Macedonia y Eslovenia), es reseñable salir sin heridos de esta tercera cita mundialista. Una en la que hubo minutos y confianza para todos a la espera de futuras curvas. Porque, por si le cabe alguna duda después de leer esta crónica, no las hubo ni de lejos en este partido.
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