Los periodistas, el público -o todos a la vez- se han empeñado, de un tiempo a esta parte, en fundir el oro de la época prodigiosa del deporte Español. Es normal. Lo bueno, al fin y al cabo, debe terminar en algún momento. Ocurre, sin embargo, que habrá que esperar, al menos, durante un breve periodo. No queda otra cuando Rafa Nadal se resiste a caer, Fernando Alonso aguarda con esperanza su último premio (o coche) o la selección de balonmano, esa que se privó de la gloria olímpica por error y no por falta de talento, no escucha los malos augurios. En realidad, no queda otra después de su partido contra Islandia (27-21), una victoria de las de antes, de esas que en otro tiempo despertaban optimismo. Esta vez, por si acaso, toca ser prudentes. Pinta bien, pero…
El comienzo, como es inevitable, siempre amanece esperanzador. Y no es para menos. España, a pesar de no clasificarse para los Juegos, se presentaba en Francia como vigente subcampeona continental en 2016 y tras ser semifinalista en los seis últimos torneos, sumando cuatro metales a su vitrina: oro y bronce mundiales, y dos platas europeas. Ante eso, no quedaba otra que apartar los fantasmas pretéritos y centrarse en el presente. Es decir, en Islandia. Pero claro, nadie prometió que fuera a ser sencillo. Y, de primeras, no lo fue. Sobre todo, por un motivo con nombre propio: Gustavsson, que se fue al descanso con un 50% en paradas (10 de 20) y tras detener tres de tres en los lanzamientos desde siete metros. Una barbaridad que, a juzgar por el resultado tras la primera mitad (10-12), no penalizó demasiado a los de Jordi Ribera, mantenidos, en gran medida, por dos nuevos: Iosu Goñi (terminó con 3 de 6 el encuentro) y Adriá Figueras (acabó con 2 de 2).
Pero ahí acabó el temblor de piernas. Hechas las probaturas y cometidos los fallos pertinentes -es inevitable en el debut-, España se colocó el mono de trabajo y acabó con los desajustes. ¿La prueba? En apenas dos minutos y medio tras el descanso, empató el partido (13-13) como mejor se puede hacer: corriendo y jugando con los extremos. Y así, antes de superar el cuarto de hora, los Hispanos, con el debutante David Balaguer primero y con Valero Rivera más tarde, consiguieron aumentar la distancia hasta 19-15. Y, una vez abierta la brecha, no hubo manera de apartar a los chicos de Jordi Ribera de su camino hacia la victoria.
Si algo han aprendido los Hispanos de las Guerreras es que importa el final y no el camino. Que da igual cómo se comience, porque lo importante es el objetivo prefijado. Y España, sea por la preparación, por el empuje de los más jóvenes, por la labor del nuevo técnico o la experiencia de los veteranos, supo cuando tenía que apretar los dientes. Le dio igual irse por detrás al descanso. Saltó a la palestra en la segunda mitad y acabó con los islandeses por la vía rápida, sin ningún atisbo de dudas, con hasta 10 jugadores aportando ofensivamente -eso habla muy bien del trabajo grupal y del reparto de minutos- y con siete de ellos anotando tres o más goles.
Pero, más allá de lo hecho por el equipo; en lo individual, dos jugadores se alzaron sobre el resto: David Balaguer, debutante en el Mundial y bisoño en estas lides a sus 25 años, con cuatro de cuatro; y Joan Cañellas (cuatro de siete), que, como confirmó en la entrevista con este diario, está con muchas ganas. Y bien que lo celebra el balonmano, que puede ser optimista, pero también debe ser prudente. Eso, a estas alturas, es una obligación. No queda otra. Para lo otro siempre hay tiempo, y cualquiera aguarda a que llegue.
Noticias relacionadas
- Joan Cañellas, sobre la crisis del balonmano: "Muchos clubes pagaban en negro"
- Los Hispanos se cargan a la subcampeona mundial en su último test antes de Francia 2017
- Los Hispanos arrancan con buen pie su preparación al Mundial
- El creador de la San Silvestre: “Yo era un zumbado del deporte”
- 70 años de Aíto: siete partidos que marcaron su pizarra