Saltó al agua como un loco. Nadaba a toda velocidad en dirección a una zodiac cercana. Trepó a bordo y se enzarzó en una pelea. Insultó a unos, empujó a otros, discutió con todos. Todo grabado y bajo la atónita mirada de todos y cada uno de los allí presentes: deportistas, árbitros, aficionados, telespectadores. Ben Ainslie terminó segundo aquella regata del Mundial de Clase Finn del año 2012 y culpó de ello a un barco de prensa que le había obligado a realizar una maniobra de más.

Aquel incidente, más allá de demostrar que en el deporte profesional sí hay quien vive por encima del bien y del mal -incidentes de conducta de menor calado se sancionan con hasta dos años de suspensión en el mundo de la vela y Ainslie llegó sin mácula en su expediente a los Juegos Olímpicos de Londres apenas unos meses después-, dicen quién es y de lo que es capaz el alter ego del Almirante Horatio Nelson en el siglo XXI.

Ainslie, tercero por la izquierda, junto a varios miembros de su tripulación. Foto: Land Rover BAR

Si en 1805 la batalla de Trafalgar concedió a Inglaterra el control de los siete mares, en 2014 Ainslie recibió el encargo de devolver la Union Jack al lugar que le corresponde. La tarea más compleja de los océanos, pues su escenario no contempla contiendas bélicas, sino algo mucho peor: recuperar la America's Cup, el trofeo deportivo más antiguo de la historia del deporte, creado por los propios ingleses y que nunca, jamás, han conseguido ganar, tampoco esta vez.

"MAJESTAD, NO HAY SEGUNDO"

Cuando el América, una fragata estadounidense, apareció en primera posición tras girar en la Isla de Wright, la reina Victoria, decepcionada, preguntó al Comodoro del Royal Yatch Squadron por el barco en segunda posición. "Majestad, no hay segundo". Aquella respuesta ha pasado a la historia como lema de una competición en la que sólo importa ganar y por la que se hace lo que sea necesario para ello. Por eso, desde aquel día, desde aquella primera derrota de toda una flota inglesa contra un solo barco extranjero, la America's Cup duele en el corazón británico como un puñal clavado hasta la empuñadura.

Ben Ainslie se convirtió en los Juegos de Londres en el regatista olímpico con más medallas de la historia (cuatro oros y una plata), aunque su verdadero salto a la fama mundial, más allá de su deporte, se produjo ante más de 100.000 personas entre el Fisherman Wharf y Alcatraz, en plena Bahía de San Francisco. Fue allí, en 2013, ante los ojos del mundo, cuando Larry Ellison, dueño de la multinacional Oracle, decidió darle el mando de su barco en una maniobra desesperada, en una final ya perdida.

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Los kiwis del Emirates Team New Zealand mandaban por 8-1, a sólo una regata de recuperar la America's Cup y con nada menos que siete 'match-points'. Fue ahí cuando Ellison le dio la caña del BMW Oracle y se encomendó al milagro, a la remontada más grande de todos los tiempos y de todos los deportes.

La fusión perfecta de su personalidad, agresividad sobre el agua y capacidad táctica hundió a los neozelandeses, quienes vieron cómo el marcador final reflejaba un 9-8 para el barco estadounidense con un patrón inglés a los mandos. Horatio Nelson se había reencarnado y al fin Gran Bretaña tenía una figura a la que remitirse para recuperar lo que es suyo.

UN PAÍS AL SERVICIO DE UN HOMBRE

Con un patrocinio inicial de JP Morgan (¿?), Ainslie consiguió atraer a lo más granado de la sociedad británica bajo un sueño antiguo y la unió con el mejor argumento posible: el apoyo incondicional de la corona británica y la presencia continua tanto del Príncipe Guillermo como de la Duquesa de Cambridge, quien ha llegado incluso a navegar en varias ocasiones a bordo del catamarán del equipo Land Rover BAR (Ben Ainslie Racing).

Porque si la corona aportó su imagen -se rumorea que también se rascó el bolsillo-, tanto las administraciones como las grandes compañías británicas se han puesto al servicio de Ainslie y su desafío: Land Rover -como patrocinador principal- British Telecom, Abredeen, CMC Markets... Y, por supuesto, la ciudad de Portsmouth, donde todo comenzó en 1851 y donde el Land Rover BAR ha desarrollado su espectacular base, centro tecnológico incluido, en parte gracias a la asignación de más de seis millones de libras del ayuntamiento de la ciudad.

Pero no sólo ha recibido apoyos económicos. Con la aspiración de una tripulación 100% británica -sólo el español Xabi Fernández y los neozelandeses Jono Macbeth y Andrew McLean rompen esa regla entre la tripulación-, Ainslie se atrajó para sí a grandes nombres del Reino Unido, el más conocido de ellos Martin Whitmarsh.

Quien fuera director deportivo del equipo McLaren de Fórmula 1 (únicamente respondía ante el mítico Ron Dennis) asumió las funciones de director ejecutivo del desafío BAR. Suya fue la tarea de conseguir la financiación, la estructura y la tranquilidad para que Ainslie se centrara únicamente en lo que afectaba a la parte deportiva en sí misma.

Y para ello Whitmarsh no sólo reclutó a Andy Claughton, uno de los grandes diseñadores de barcos a nivel mundial y un verdadero especialista en la America's Cup. No, Whitmarsh reunió a un grupo de accionistas entre los que destacaban dos nombres por encima del resto: Lord Michael Grade, hoy miembro de la Cámara de los Comunes y director de la BBC entre 2004 y 2006, y Sir Keith Mills, consejero delegado de la candidatura olímpica de Londres 2012 y con aspiraciones en la America's Cup, pues en buena medida fue el impulsor del Team Origin en 2007.

Un país al servicio de un hombre con un objetivo, con un sueño que, por un momento, parecía solidificar cuando en los nueve eventos previos el sindicato británico apenas se quedó en dos ocasiones fuera del podio y consiguió cuatro victorias en las Louis Vuitton America's Cup World Series. Un sueño que tan cerca vieron como tan rápido perdieron.

Aquellos mismos neozelandeses que sufrieron la ira de Ben Ainslie en la Bahía de San Francisco se cobraron su venganza en Bermudas, donde ni la intensidad del viento -por encima de los 20 nudos favoreciendo especialmente a los británicos- ni las tretas de maestro de ajedrez de Ainslie en las presalidas pudieron hacer nada para evitar la derrota (5-2).

Emirates Team New Zealand y los suecos del Artemis Racing se disputarán la posibilidad de retar al BMW Oracle en la finalísima mientras Ben Ainslie y su Land Rover BAR ya han confirmado que estarán en la parrilla de salida de la próxima America's Cup. Si, aunque le costase la vida, el Almirante Horatio Nelson logró una victoria con sus 27 navíos de línea ante una flota franco-española de 34 barcos frente a Caños de Meca, la empresa que Ben Ainslie tiene ante sí no parece tan complicada. Menos cuando todo el Imperio está a tu disposición.

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