Tras calentar por la mañana para el partido más importante de su carrera, Jelena Ostapenko apareció en la zona de jugadores de la pista Philippe Chatrier y se comió un caramelo. Luego sopló las velas de una tarta de chocolate que por sorpresa le preparó su equipo para celebrar su 20 cumpleaños y pidió un deseo cerrando los ojos. Un rato después, se plantó por primera vez en la central de Roland Garros y tumbó a Timea Bacsinszky (7-6, 3-6 y 6-3) pegando 50 golpes ganadores para llegar a su primera final de Grand Slam, donde se enfrentará a Simona Halep (6-4, 3-6 y 6-3 a Karolina Pliskova) tras convertirse en la jugadora más joven clasificada para pelear por un título grande desde Caroline Wozniacki en el Abierto de los Estados Unidos de 2009. Al bajar la escalera y regresar a los vestuarios, la raqueta de la letona echaba humo.
“Había hecho casi 200 ganadores antes de jugar la semifinal y esa cifra solo puede conseguirla alguien que es muy buena”, explicó tras la victoria Anabel Medina, la entrenadora de Ostapenko. “Es el tenis que se lleva ahora, pegarle fuerte a la pelota, y ella es capaz de hacerlo muy bien. Su nivel de juego es muy alto, puede aspirar a lo que ella quiera”, prosiguió la ex número 16 mundial, que celebró en la grada el pase a la final como un título suyo. “La he visto en partidos con jugadoras que le pegan fuerte como ella y me ha entrado la risa. Lo que para Jelena es una bola normal para muchas otras es un pelota al límite”.
Medina no está equivocada. En Roland Garros, Ostapenko golpea su derecha más fuerte que Andy Murray (122 kilómetros por hora de media, por los 120 del británico), está cerca de la velocidad que consigue Rafael Nadal con la suya (127) y no demasiado lejos de Stan Wawrinka (130) y Dominic Thiem (135). En sus seis partidos en el torneo, la letona ha disparado 245 golpes ganadores, más que cualquiera de los cuatro semifinalistas masculinos en cinco encuentros (uno menos que Ostapenko), y eso que los hombres juegan a cinco mangas. Esos datos no hablan de una jugadora de tenis, apuntan a una bestia encerrada en el cuerpo de una niña.
Ostapenko, que no es excesivamente alta (1,77m) para lo que hay en el circuito actualmente, tiene una genética privilegiada sobre la que se cimenta esa explosividad hipnótica. Haber crecido en una pista de parqué ha hecho el resto y Bacsinszky lo entendió bien el jueves por la tarde: la letona no pega con fuerza, revienta hasta provocar un destrozo. Una supernova que todavía lleva un peluche colgado del raquetero.
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