—¿Dónde está el vestuario?
—El vestuario es el bosque.
No hay secretos: metas extraordinarias requieren medidas extraordinarias. A Dominic Thiem le cuesta mucho ver algo en la oscuridad. Es una madrugada de 2012 y el joven de 19 años está rodeado de árboles entre los que no distingue nada más que negrura. La voz que responde a su pregunta es la de Sepp Resnik, lo más parecido a Superman. La leyenda del austríaco no es cualquier cosa: este es un hombre que ha dado la vuelta al mundo en bicicleta recorriendo 300 kilómetros por día y que ha cruzado nadando el Estrecho de Gibraltar. Thiem lo sabe, pero no imagina el dolor que le espera. Resnik, que a los 60 años ya ha cerrado su etapa como pentatleta militar, le obliga a cargar sobre sus hombros con troncos de madera que pesan 25 kilos, a hacer 45 minutos de sentadillas con una silla en el pecho y a cruzar ríos de agua helada para seguir entrenando luego con la ropa empapada. El infierno es una broma comparado con esto.
A Thiem se le paralizan las extremidades, le queman los pulmones y acaba con el pelo lleno de insectos, pero hace lo que le dicen sin protestar demasiado. Gunter Bresnik, su entrenador de toda la vida, ha decidido que necesita un preparador físico para darle forma a su cuerpo. El técnico ha visto que Thiem es muy bueno con la raqueta en la mano, pero también que puede ser mucho mejor si arregla las carencias físicas que tiene: su margen de crecimiento es enorme porque es demasiado blando, se cansa pronto durante los partidos y está por hacer, sobre todo de cintura hacia arriba. La elección de Resnik, por supuesto, no es casual.
El austríaco ha probado de todo (de la gimnasia al judo, pasando por el fútbol y el atletismo) y todo le ha sabido a poco, algo que provoca unas consecuencias bien duras. Que acepte el desafío de moldear a Thiem implica una condición innegociable: las normas son de Resnik y los demás no pueden decir ni mu. Así, el preparador lleva al límite a su pupilo, que muchas veces se dobla para descansar, otras resopla y casi siempre termina gritando porque ya no puede más. Entonces, Resnik busca su mirada y se pone a hacer el mismo ejercicio con el que Thiem ha explotado. Son 60 años contra 19, más de cuatro décadas enfrentadas, pero la diferencia hace que el más pequeño quede en evidencia: su mentor puede con lo que le echen.
Un ejemplo vale para reflejar la evolución del jugador. El primer día de trabajo, Thiem se detiene 16 veces en los 15 kilómetros que le ordena hacer Resnik. Dos semanas después los hace casi de un tirón. Para entonces, su preparador ya ha conseguido una cabaña de cazadores en Gutenstein, donde está el corazón de sus exigentes sesiones, que se hacen famosas en el vestuario cuando Thiem empieza a ganar a los mejores e irrumpe en el top-10 dispuesto a pelear por cosas importantes.
Años después, cuando Thiem ya está consolidado entre los mejores, Resnik da un paso al lado y deja de ser su preparador físico. El objetivo está más que cumplido porque el austríaco es 100 veces más resistente que al principio. Antes de irse, sin embargo, le regala dos libros: el primero es sobre los secretos del budismo, una ayuda para aprender a respirar adecuadamente, y el segundo sobre anatomía, para que sepa lo que puede llegar a hacer con su cuerpo.
Este viernes, cuando Thiem salga a la pista Philippe Chatrier a buscar la final de Roland Garros contra Rafael Nadal, se acordará irremediablemente de Resnik, el hombre que para forjarle siguiendo métodos militares utilizó la naturaleza como gimnasio.
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