A las cinco y media de la tarde, unos minutos antes de que la organización de Roland Garros tomase la decisión de suspender por la lluvia los partidos de cuartos de final masculinos hasta el miércoles por la mañana, Pablo Carreño salió del vestuario y se dio un paseo por la zona de jugadores de la Philippe Chatrier con cara de desesperación.
Allí estaban Carlos Moyà y su hijo Carlitos jugando con una pelota de tenis mientras Carolina Cerezuela observaba de reojo con un libro entre las manos. Allí estaba toda la familia de Rafael Nadal y buena parte de su equipo, apiñados en un sofá de cuero blanco. Allí estaba Manolo Santana, aterrizado en París el día anterior, para cumplir con la tradición de ver en directo el tramo final del segundo grande del año. Allí estaba Àlex Corretja, que durante el torneo es comentarista en el canal de televisión Eurosport, junto a sus dos padres. Allí estaba también un buen grupo de periodistas, que bromeó con Carreño sobre la forma de matar el tiempo muerto tras pasar un puñado de horas esperando para jugar.
Durante el rato que estuvo fuera, hasta que luego se enteró del aplazamiento de su encuentro con Nadal y del Novak Djokovic-Dominic Thiem, el gijonés solo escuchó las mismas preguntas en todos los corrillos que se habían formado entre el restaurante y la cafetería: ¿por qué Roland Garros es el único de los cuatro grandes que no tiene un techo? ¿Cómo es posible que ocurra algo así en pleno 2017? ¿Cuándo se va a solucionar de una vez?
A principios de la primera semana, la organización confirmó la puesta en marcha de una ambiciosa remodelación del torneo, que incluye una cubierta retráctil para la pista central y otros cambios en el recinto. La obra, en cualquier caso, llega muy tarde: el Abierto de Australia tiene tres pistas con techo, Wimbledon cuenta con una y el Abierto de los Estados Unidos también, que estrenó en la pasada edición. Tras una extensa guerra con vecinos y ecologistas, que se oponían a la ampliación inicial porque ponía en peligro los históricos invernaderos d’Auteil, la Federación Francesa de Tenis revisó los planos y consiguió los permisos necesarios para sacar adelante el proyecto, que costará 350 millones de euros y se culminará en 2020.
Mientras llega el momento, sin embargo, a los jugadores no les quedará otro remedio que hacer lo mismo de los últimos tiempos: ver la lluvia a través de los cristales mientras esperan una tregua que les permita jugar. Increíble, pero muy real.
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