Llegado el tercer set, Roberto Bautista se pregunta qué tiene que hacer para no salir apaleado de la pista Suzanne Lenglen, donde está peleando con Rafael Nadal por una plaza en los cuartos de final de Roland Garros. El castellonense, por supuesto, espera un partido difícil, sabe que ganarle al mallorquín en tierra batida es una proeza y que hacerlo al mejor de cinco mangas se puede considerar un hito. No imagina, sin embargo, que el halo de imbatibilidad que ahora mismo tiene el campeón de 14 grandes es imposible de romper: como un tiro, Nadal llega a cuartos de final (6-1, 6-2 y 6-2) para jugar contra Pablo Carreño, superviviente 4-6, 7-6, 6-7, 6-4 y 8-6 de Milos Raonic en un cruce de 4h17m, lo que garantiza que al menos un español estará en semifinales. [Narración y estadísticas]
“Mi nivel en tierra está siendo muy bueno”, reconoce luego el balear, con un balance de 21 victorias y una sola derrota sobre tierra, donde ha conseguido tres títulos (Montecarlo, Barcelona y Madrid). “Esta primera semana ha sido muy positiva porque he jugado a un buen nivel todos los partidos. He ganado con solvencia y eso siempre da confianza, te hace sentir que estás haciendo las cosas bien y que vas por el buen camino”, añade el número cuatro del mundo. “En cualquier caso, no es normal ganar con la diferencia que he ganado todos estos partidos. Hay que estar preparado para cuando vengas los momentos complicados, que van a venir seguro”.
Bautista empieza con la idea de ser agresivo para intentar dominar a su oponente, pero pronto se da cuenta de que va a ser imposible. El castellonense, que en algo más de una hora pierde 1-6 y 2-6, cede todos sus saques en la primera manga y solo un break le salva de encajar un rosco que en ningún caso merece. Aunque el marcador habla de una superioridad implacable de Nadal, el número 18 juega bien ese primer parcial, fabricándose sus opciones y dejando algunos buenos tiros que su contrario le aplaude.
A Nadal, que con 3-1 y 30-0 se engancha con el juez de silla después de recibir una sanción por tomarse más tiempo del permitido entre punto y punto (20 segundos en los grandes), no le altera nada, ni los espectaculares golpes de Bautista ni la discusión que mantiene con el árbitro en mitad de la primera manga, un síntoma de que ahora sí está preparado para controlar las emociones, que sabe cómo aparcarlas y no perder el hilo de la concentración.
“Mi pregunta es: ¿si yo termino un punto en la red no puedo ir a coger la toalla?”. le dice el balear a Carlos Ramos, el juez de silla del encuentro. “Contigo no puedo, con los otros quizás sí, pero contigo no. He terminado un punto largo, voleo, voy a por toalla y me pitas warning. Entonces, ¿qué hago? ¿Voy corriendo?”, insiste el español, que en el primer juego del partido ya escucha cómo el árbitro le advierte para que no se demore. “Me vas a tener que pitar muchos warnings durante todo el partido. Total, pítalos porque no me vas a pitar más”, le avisa Nadal antes de volver a pista y gobernar el resto del partido sin titubeos, pese a que recibe otra amonestación (1-2 y 15-30 en el tercer set) que encaja con el gesto torcido.
“¡Fuerza, Roberto!”, anima alguien tímidamente en la grada mientras Nadal le pasa por encima al castellonense con una intensidad desgarradora, jugando sin fisuras. Con la bola en juego, el balear pisa el acelerador. Que la derecha le camina como en los viejos tiempos no es ninguna novedad, la buena noticia para el mallorquín es la continuidad que ha conseguido encontrar con el drive, el golpe que le está acercando a una conquista de otro mundo: Nadal está a tres victorias de ganar la Copa de los Mosqueteros por décima vez y nadie sabe qué rival puede quitársela de las manos.
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