A última hora del miércoles, los fotógrafos que seguían trabajando se frotaron las manos al encontrarse con una foto tan icónica como histórica. Nada más conseguir la victoria más importante de su carrera, Ons Jabeur se envolvió en una bandera de Túnez y empezó a derramar lágrimas sobre la pista Suzanne Lenglen. A los 22 años, la 114 del mundo derribó una barrera bien alta al derrotar 6-4 y 6-3 a Dominika Cibulkova: Jabeur, que ha renunciado al Ramadán (este año es del 27 de mayo al 25 de junio) para poder jugar el segundo grande de la temporada, se convirtió en la primera jugadora árabe que alcanza la tercera ronda de un Grand Slam, donde jugará contra Timea Bacsinszky.
“Soy una deportista, tengo que beber, comer y alimentarme”, explicó Jabeur, que recuperará los días de ayuno antes del próximo Ramadán. “Tengo una deuda con Dios y él me perdonará que la cumpla tarde. Estoy en un torneo y voy a comer, pero luego compensaré estos días”, insistió la tunecina, que lógicamente no puede competir sin energía. “Si estuviera dos semanas teniendo que comer, luego me pasaría otras dos semanas haciendo el Ramadán”.
La de Jabeur, por supuesto, no es solo una historia de una deportista profesional que aparca sus obligaciones religiosas para poder intentar cumplir sus objetivos sin poner la salud en grave peligro. La tunecina, finalista de Roland Garros júnior en 2010 (perdió con Elina Svitolina) y ganadora en 2011 (ganó a Mónica Puig), se clasificó para el cuadro final de esta edición como lucky loser, consiguió dos victorias y se plantó en la pelea por los octavos, levantándose como un ejemplo para todas las niñas árabes que sueñan con llegar a la élite algún día, pese a la cantidad de piedras que hay por el camino en una región donde los prejuicios siguen dando picotazos a las mujeres.
“Es muy emocionante haber logrado esto”, celebró la tunecina. “Jugué aquí los torneos júniors y tengo grandes recuerdos de entonces. Me gusta jugar en pistas grandes y aquí me siento muy cómoda”, añadió Jabeur, que el viernes se enfrentará a Bacsinszky en la pista número uno, a la que llaman la plaza de toros por su forma circular. “Hablo francés y tengo muchos amigos que vienen a animarme. Sinceramente, me siento como en casa”.
Gane o pierda, su reflejo ya es para siempre: el hueco en el muro ya está abierto.
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