“Tengo un plan”. Dos días después de pronunciar esa frase, Anett Kontaveit demostró que su aviso iba muy en serio. En la segunda ronda de Roland Garros, la estonia tuvo ganada a Garbiñe Muguruza (7-6 y 3-1), pero vio cómo la española se agarraba a la pista con el alma para sobrevivir 6-7, 6-4 y 6-2, pelear el próximo viernes por el pase a octavos de final contra Yulia Putintseva (6-3, 1-6 y 6-3 a Johanna Larsson), mantener a salvo sus opciones de revalidar el título de campeona y confirmar algo que ya ha dejado de ser novedad este año: por quinta vez en 2017, Muguruza remontó una primera manga y acabó ganando el encuentro. [Narración y estadísticas]
“Sabía que tenía a la espalda todos esos partidos que había conseguido remontar y sabía que si seguía jugando iba a tener mi oportunidad”, explicó la número cinco del mundo, que en 2017 tiene un balance de 10 victorias por dos derrotas en parciales decisivos. “No he querido venirme abajo, aunque obviamente iba perdiendo con claridad. Voy aprendiendo qué hacer y cómo llevar los terceros sets. La experiencia de haber perdido me ayuda a saber manejarlos”, prosiguió Muguruza. “No me he visto fuera del torneo, me he visto obligada a remangarme para darle la vuelta”.
De arranque, Kontaveit imprimió un ritmo altísimo que Muguruza no pudo seguir. La estonia decidió jugar a las líneas y las líneas estuvieron encantadas de acunar su propuesta ofensiva, un placer para los espectadores. En menos de un cuarto de hora, Kontaveit mandaba 4-1, había golpeado 11 tiros ganadores y tenía a Garbiñe sometida, cuando lo habitual suele ser exactamente lo contrario. Sin opción a llevar el peso del encuentro, la número cinco trató de ponerle garra, defenderse como pudo, parar de alguna forma el vendaval de su contraria con el objetivo de endurecer el cruce y comenzar a decir algo en el partido, por poco que fuese.
La humildad de Muguruza para jugar siendo infiel a su estilo tuvo premio: del 2-5 inicial escaló hasta el tie-break, con todo empatado, con todo por decidir, con la inercia ganadora de su lado. Allí llegó Garbiñe con los ojos echando fuego. Apretando el puño. Animándose. Gritándose. A Kontaveit, que igualó el juego mental de su oponente sosteniéndole la mirada tras un par de puntos intensos y envueltos en chispas, le afectó bien poco jugar el desempate tras tener el primer parcial ganado con claridad. Retomando la agresividad del inicio, sin que se le encogiera el brazo por la presión de la muerte súbita, la estonia atacó a tumbar abierta hasta que le echó el lazo a la manga inaugural.
Con todo de cara, a Kontaveit le valió con darle continuidad a lo que había hecho para dispararse en el marcador (7-6 y 3-1) y acercarse a la victoria, lo mismo que hace unas semanas en la primera ronda del torneo de Stuttgart. La 53 mundial, amante del juego de Maria Sharapova y Victoria Azarenka, fue gestionando los momentos de tensión con holgura, como las más grandes, sin dejarse acobardar por el escenario (la pista Philippe Chatrier) ni tampoco por la historia de Muguruza en el torneo, que además de ganar en 2016 llegó a cuartos dos años seguidos (2014 y 2015).
Sin embargo, la reacción de Garbiñe cuando el espacio para respirar se le estaba acabando fue para enmarcar: la española ganó la segunda manga en un arrebato de amor propio, jugando con más corazón que brillantez, se plantó en la tercera y ahí apareció con una cara muy distinta a la del inicio, hasta tomar ventaja y romper la amenaza de Kontaveit, muy empequeñecida al final. Así, ganó y lo celebró llevándose las manos a la cabeza. No fue para menos: sobrevivir de esa manera en el torneo más especial de su carrera lo mereció de sobra.
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