El silencio previo al disparo estremece incluso más que el rugido de la presentación. El mundo entero fija su mirada en un espacio de apenas 100 metros, en el tartán rojo del Estadio Olímpico de Londres. Usain Bolt reacciona muy tarde y arranca rezagado; cuando levanta la vista y mira de refilón a las calles de su derecha, el joven Coleman y el abucheado Gatlin le aventajan en unos centímetros. Bolt aprieta, acelera propulsado por 41 zancadas de pura potencia elegante, pero no devora los metros como acostumbra. Llegan los tres pegados al último metro y la fotofinish dice que Justin Gatlin es oro con 9.92 segundos y Christian Coleman plata con 9.94. Bolt, que no se lo cree pese a la forzada sonrisa que le nace en la cara, cruza la línea de meta en tercera posición (9.95s). Es el adiós más amargo del rey que el atletismo se podría imaginar.
El velocista estadounidense, campeón del mundo allá por el año 2005, rompe la incertidumbre que se cierne sobre el recinto con un grito de rabia cuando su nombre aparece en el primer lugar del gigantesco marcador electrónico. Gatlin, de 35 años y sancionado por dopaje en dos ocasiones, es el enemigo público número uno del mundo atlético, especialmente de un público británico que ruge con fuerza cuando la cámara enfoca a Bolt, pero que todavía no purga los pecados del, hasta este sábado y contra todo pronóstico, siempre segundón.
"Es todo tan surrealista... Usain me ha dicho: 'Enhorabuena, te lo mereces'. Él sabe lo duro que trabajo", explica el norteamericano, que ya había avisado antes de llegar a Londres que se encontraba muy fuerte, tanto como cuando ganó el oro olímpico en Atenas 2004. Bolt, resignado, señala a su pésima salida como la causante de la derrota: "Normalmente voy mejorando a medida que avanza en campeonato, pero no ha sido así. Es es lo que me ha matado".
Semejante resultado conmociona, no sólo por el carácter inesperado, sino porque el malo estropea el final del atleta más querido, más carismático que jamás haya pisado un tartán. Todavía bajo los focos el Estadio Olímpico, a Bolt no le queda otra que recomponerse, agarrar una bandera de Jamaica que le lanzan desde la grada, poblada con los colores amarillo, verde y negro, y empezar la vuelta de honor más triste que se pudiera haber imaginado. Pese a todo, el rostro del mejor atleta de la historia no refleja, a primera vista, decepción. Agradece todo el apoyo recibido y se sitúa sobre los números de la línea de meta para inmortalizar el último arquero. En la derrota, Usain Bolt también demuestra ser el más grande.
Pese a todo, la historia no recordará esta derrota de Usain Bolt. Su figura trascenderá más allá de los metales —13 en Mundiales, 11 de oro y todavía le queda el 4x100— y los récords: es el atleta que ha revivido el atletismo, el hombre que detiene el mundo cuando se coloca en los tacos de salida. Sus marcas —9.58s en los 100 metros y 19.19s en los 200—, perdurarán muchos años hasta que aparezca —o tal vez no—otro extraterrestre en condiciones de rebajarlas. Sin embargo, de Bolt pervivirán su superioridad frente a cualquier desafío y un aura de imbatibilidad jamás visto hasta su aterrizaje en la pista de atletismo. Aunque le haya derrotado, Gatlin hincó la rodilla ante el más grande en señal de respeto.
El legado del jamaicano se apaga con un final inesperado, cruel, pero si Usain Bolt es algo, es leyenda.
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