Han pasado casi 30 años desde que se jugó el primer partido oficial de la selección española de rugby femenino. A las más jóvenes les cuesta creer algunas de las historias que ocurrieron hace menos de tres décadas.
Inimaginable pensar que una jugadora, para cumplir sus sueños, tuviera que ir todas las semanas de Valencia a Madrid durante siete años para jugar con su equipo y regresar los domingos para seguir con sus estudios.
Impensable estar en una concentración durmiendo en tiendas de campaña con colchonetas. Ilógico tener que plantarse todo el equipo para exigir la dimisión de un técnico que había demostrado con creces no estar capacitado para el cargo.
Injusto que a nivel de dietas se les discriminara por ser mujer. Irrisorio que un grupo de directivos les engañara con tal de llegar a la presidencia. Ante esas circunstancias, el comportamiento de las capitanas ha sido siempre irreprochable.
María José Moyano
Cuatro días antes de debutar en el Mundial de Gales frente a Inglaterra, las leonas disputaron un partido amistoso. María José Moyano, a sus 29 años, era la capitana. Complicado encontrar un rival más duro que Nueva Zelanda. No le tenían miedo a nada. El encuentro, celebrado en un campo de entrenamiento y sin árbitro, acabó con un meritorio empate a cero.
María José, hija de refugiados republicanos en Francia, estuvo viviendo en Boucou (cerca de Bayona) hasta los 18 años, de ahí que conociera a la perfección lo que significa el rugby. En aquel primer partido, una maorí le pisó la cara y, como el médico que les iba a asistir en el Mundial aún no se había incorporado a la concentración, fue al hospital con su compañera Mariola "que hablaba inglés". Allí, le cosieron la ceja y le dieron 20 puntos de sutura.
Dice que tuvo "suerte" porque cerca del mítico campo de Arms Park pudo comprar un casco "que no había visto nunca ni en Francia ni en España" y se lo puso antes de salir al campo. "Jugué, ¡claro que jugué!", enfatiza. "Aguanté la primera parte porque no podía perderme aquello", continúa María José.
También disputó el resto de los partidos porque "ya se puede aguantar mejor el dolor de los puntos". La historia la cuenta una mujer que ahora dirige un numeroso grupo de enfermeras en el Hospital Gregorio Marañón de Madrid para luchar contra el Covid-19.
La noticia de aquel empate solo fue recogida en España por un periódico deportivo. Sin embargo, en Francia fue entrevistada por France 2 y las imágenes de su rostro ensangrentado fueron recogidas en los informativos de la televisión galesa. "¡Menos mal que no lo pudo ver mi madre!", suspira aliviada la exnúmero 8 de las leonas.
El primer partido, como es lógico, tuvo su primer tercer tiempo. Lo celebraron en la residencia y fue "algo estupendo" porque las chicas de Nueva Zelanda son muy amigables. "Parecen un poco latinas por cómo les gusta cantar". Sobre todo la apertura "que era una máquina" y "no paraba también de tocar la guitarra".
Después de su debut mundialista, y a pesar de la carne guisada con patatas que les pusieron "y que no pegaba nada", también cantaron y bebieron con las inglesas en un buen ambiente. "Ellas todo el rato con el 'Swing low sweet chariot' y nosotras con nuestro repertorio", afirma.
Llegaron incluso a repartir fotocopias con las letras modificadas para adaptarlas un poco al género femenino porque las canciones de rugby son "muy machistas". Al final María José admite que las suyas seguían siendo "bastante primarias" pero que "ese era el plan".
Isabel Rico
Desde 2017, Isabel Rico lleva el brazalete de capitana. Tiene claro a quién debe agradecer el momento "dulce" que atraviesa el rugby femenino. "Ahora estamos recogiendo los frutos del legado que nos han dejado", dice con satisfacción. Recuerda, por ejemplo, que hace dos años las chicas consiguieron un récord difícil pero no imposible de mejorar cuando se dieron cita en Madrid 9.000 personas en un partido de la Selección.
"Si algo identifica a las leonas es la garra, el talento y el sacrificio que hemos tenido que hacer para convertir en realidad un objetivo común, que es practicar al máximo nivel el deporte que nos apasiona", dice. Isabel no disimula su admiración por las mujeres que le precedieron como capitanas. "Las tenemos súper presentes y es nuestra responsabilidad seguir con su legado e intentar dejar el listón aún más alto", afirma.
A sus 32 años Isabel vive en Londres. Allí juega con los Wasps. Su pasión por el rugby le obligó a solicitar una excedencia como profesora del CEU en Madrid. Ahora vive de sus ahorros y de las dietas que percibe de la Federación cada vez que está concentrada.
"Es muy triste, pero es así", se lamenta. Su actual club, uno de los más históricos de Inglaterra, apuesta, sobre todo, por la formación de sus jugadoras. "Ellos se gastan el dinero en traer entrenadores muy buenos, en organizar partidos de preparación o concentraciones y en fisios", añade.
A pesar de no ser una profesional lleva una carga de trabajo brutal. Dos horas de gimnasio por la mañana y tres más por la tarde en el campo. Así, todos los días, menos el jueves por la mañana y los viernes. Lo que ocurre es que, como a muchos, el Covid-19 le ha obligado a hacer un parón en su etapa inglesa.
El tema de la desigualdad ya no es tabú en las leonas. Fue a raíz del Mundial disputado en 2017 cuando consiguieron estar "a la par" con las dietas de los chicos. Aún así, todavía guarda la esperanza de que llegue el día en que las chicas puedan llegar a vivir solo del sueldo que perciben de sus clubes, al igual que los hombres.
"Siempre hemos tenido que reivindicar nuestros derechos e incluso que se dieran las condiciones óptimas para acudir a una cita de nivel internacional". La pilier manchega también habla de la parte positiva de su vida deportiva que le ha llevado a conocer sitios como Irlanda "donde hay gente muy alegre y arraigada a sus costumbres, pero lo que les hace diferentes al resto es su humildad".
Pese a todo se queda con Sudáfrica. "Fuimos a hacer un entrenamiento a un colegio y salimos emocionadas diciendo todas que queremos volver por esa alegría, esa sonrisa y esas ganas de vivir que nos transmitieron los niños y las niñas de allí”, comenta con nostalgia.
Mariola Rus
El relevo de María José lo tomó en 1992 la sevillana Mariola Rus, la primera andaluza en llegar a la selección española. Ser andaluza fue un gran mérito para ser capitana porque los requisitos deportivos los tenía todos. Ocurrió que después del Mundial de Gales se celebró en Francia un partido amistoso.
"Todas eran madrileñas o catalanas, creo que también había una vasca, y cuando subimos al autobús el entrenador me dijo que me veía conciliadora y nada conflictiva. Era un poco como repartir, y con 22 años asumí esa responsabilidad ante chicas con mucha más experiencia y que eran mis referentes", recuerda esta mujer que es la actual presidenta del equipo de rugby Las Cocodrilas que acaban de ganar la liga femenina en División de Honor.
Nunca se ha desvinculado del deporte que tanto le apasiona a pesar de los disgustos que le ha dado en forma de lesiones (rotura del ligamento cruzado) o de la falta de confianza en el proyecto por parte de los antiguos dirigentes de la Federación porque "nos pagaban mil pesetas al día" en el Mundial. Como esa cantidad a las jugadoras les pareció "ridícula" entre todas decidieron abrir una cuenta para ayudar a que otras mujeres pudieran recibir cursos de formación de entrenadoras o árbitros.
Habla con inusitada pasión del grupo que capitaneó en 1992 como "una gran familia" compuesta por mujeres que dentro del terreno de juego se comportaban como "auténticas guerreras".
Tiene una indisimulada añoranza de aquellos años en los que arengaba antes de un partido a sus compañeras cuando les insistía en lo "afortunadas" que eran porque "representaban a miles mujeres que amaban el rugby y que deseaban estar en aquel vestuario".
Mariola no se cansa de repetir el "orgullo" que supuso capitanear a ese colectivo que, pese a todo, "era muy incomprendido en muchos aspectos". Se refiere, por ejemplo, a que una vez lograda la clasificación para ir a un Mundial de Gales tuvieron que ir a la Federación para convencerles de que les apuntaran.
"Todo lo que conseguimos fue a base de luchar mucho", espeta Mariola. No exagera nada. El deporte femenino apenas existía para los dirigentes. "Ganamos el campeonato de Europa y nadie nos recibió ni nada parecido. Tuvimos que pelear en cuestiones de despacho muchísimo más que los hombres a base de escritos y quejas. Y yo, que lo sepas, no es que sea intensa, soy lo siguiente", dice sonriendo.
Como anécdota del poco eco que tuvieron los éxitos deportivos de la Selección menciona que su triunfo en el europeo fue recogido en un solo periódico "pero poniendo al revés el resultado" y que las únicas entrevistas que le hicieron fueron en su comunidad para resaltar que era la única andaluza de la Selección.
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