Federer evita la resurrección
- Buen partido de Nadal, que cae en tres sets (6-3, 5-7 y 6-3) y más de dos horas de partido. El suizo consigue la victoria en Basilea con 12 aces.
En deporte, a menudo, hay días en los que todo sale. Entran los goles, aunque el balón rebote en cuatro defensas; se anotan los triples, incluso cuando el aro parezca querer escupir la pelota; y entran las bolas en campo contrario, aun cuando se golpee la bola de aquella manera. Sin desmerecer, algo de eso tuvo la victoria de Federer contra Nadal en Basilea (6-3, 5-7 y 6-3). Si a eso se le suma su talento natural, menguado pero inalterable, la combinación es casi siempre ganadora, tal como ha hecho a lo largo de su carrera: casi sin moverse, buscando las esquinas y gustándose cerca de la red en el tercer set.
El tenis llevaba tiempo huérfano de su clásico. Concretamente, desde principios de 2014, en la semifinal del Open de Australia, resuelta en tres sets por Rafa Nadal. Desde entonces, los dos astros habían brillado con luz tenue, muy diferente a aquella que les hizo brillar por medio planeta. Sin embargo, esas grandes estrellas, a menudo, tienen la capacidad de reaparecer por momentos para cegar de nuevo con su talento, tal como hicieron Roger y Rafa, Federer y Nadal. Es decir, dos de los mejores tenistas de toda la historia.
En ese contexto, Federer se volvió a elevar por encima de Rafa delante de su público como el que recupera un poder olvidado con el simple aliento de la grada. Después de un torneo irregular, volvió a ser él. Le entraron los golpes y buscó a los más pequeños entre los asistentes para enseñarles cómo se tiene que sacar. El suizo puso a Nadal sobre las cuerdas con 12 aces y un break final en el 5-3. La última victoria después de cinco derrotas contra el español, desde aquella semifinal del Masters de Indian Wells de 2012.
¿Y Nadal? De una u otra forma, volverá. Los síntomas de recuperación, a estas alturas de la temporada, son evidentes. Ya jugó la final de Pekín contra Djokovic y la semifinal en Shaghái ante Tsonga. Y, esta vez, se acercó al oro hasta casi tocarlo. Por momentos, en pista rápida, consiguió retener al huracán Federer. Incluso fue capaz de devolver algún golpe imposible. Fue capaz de remontar, como en aquellos gloriosos días pretéritos, levantándose tras el primer set y llevando el partido hasta el tercero, casi hasta la muerte súbita.
Rafa cayó derrotado y eso nunca es una buena noticia. Pero en este caso toca pensar lo contrario. Tras la decadencia anunciada, la resurrección parece clara. Las sensaciones son cada vez mejores. Quizás le falte sonreír y volver a animarse a sí mismo, como antaño hiciera con el respetable, pero no tiene razones para comerse la cabeza más de lo necesario. Rafa volverá. ¿Al mismo nivel? Eso está por ver. Pero lo hará. Al fin y al cabo, siempre lo ha hecho, y no hay razones para pensar lo contrario.