“Está acabado”. “Ya no es el mismo”. “Se va a retirar”. Seguro que Roger Federer lo escuchó más de 100 veces cuando se enfrentó a un importante bajón en 2013, desplomado hasta el séptimo lugar de la clasificación y con un único título (Halle) en una temporada negra. El suizo, que el martes por la noche derrotó brillantemente a Novak Djokovic (7-5 y 6-2), rompiendo las dos titánicas rachas que su rival exhibía orgulloso (23 victorias seguidas, 38 bajo techo), se clasificó para las semifinales de la Copa de Maestros por séptima temporada consecutiva. Con 34 años, olvidada la crisis de juego que amenazó con cortarle las alas a su raqueta, Federer vive ahora un momento dulce. Rafael Nadal, atormentado tras un 2015 de sinsabores, está cerca de calcar esa situación: el mallorquín jugó su mejor partido del año para vencer a Andy Murray (6-4 y 6-1) en su segundo cruce en Londres y demostrar que el calvario ya es sólo un mal sueño.
“Quizás, yo sufrí un poco más que él”, dice el suizo, que este jueves se enfrenta a Kei Nishikori en el último partido de su grupo. “Pasé por peores momentos en 2013 de los que ha pasado Nadal. Él ha conseguido varios títulos en 2015, yo sólo uno aquella temporada”, recuerda el campeón de 17 grandes, que compitió encadenado a unos importantes problemas de espalda.
“No sé si en su caso ha sido provocado por problemas físicos o por problemas de confianza, por eso es difícil comentar su situación particular”, prosigue el número tres, que como el resto ha visto la recuperación del balear. “Al final, va a terminar el año como cinco o seis del mundo. La realidad es que el potencial está ahí para que nosotros encontremos la manera de seguir adelante, incluso cuando estamos sufriendo”.
La trilogía de Federer
Federer salió del agujero apoyándose en tres pilares fundamentales. Primero, solucionó sus problemas físicos, los únicos que ha tenido durante su longeva carrera (profesional desde 1998). Segundo, contrató a Stefan Edberg, que le transmitió la confianza necesaria para llevar al límite su patrón de juego (agresividad, más subidas a la red y menos desgaste). Y tercero, cambió su raqueta, atreviéndose a usar un modelo con el aro más grande (98 pulgadas, por las 90 de la antigua) que le otorga mayor potencia y un margen de error más alto, un paso lógico para adaptarse a los tiempos actuales del circuito.
Nadal, que no ha tocado nada (mismo equipo) y por primera vez en mucho tiempo está cerca de cerrar el año sin lesiones, ha visto la luz empleando una fórmula que nunca le ha fallado: la cultura del trabajo.
“Cada situación es distinta y cada jugador es diferente”, explica el mallorquín, que en Londres ha ganado al número dos (Murray) y al cuatro (Wawrinka) sobre su peor superficie (cemento bajo techo) sin ceder un set, todo un aviso. “No creo que haya temporadas de transición, uno hace lo que puede cada año”, añade. “En 2015, he hecho lo que he podido, pero he tenido más problemas de lo habitual y me ha tocado trabajar mentalmente para solucionarlo. Me ha costado, pero siempre he mantenido una línea ascendente, especialmente estos últimos meses. Dije en Nueva York que estaba entrenando muy bien y en la pista los resultados no salieron. Sé que llevaba un tiempo jugando mejor, estando más tranquilo y con buenas sensaciones en la pista, pero cuando uno dice eso debe confirmarlo con resultados”.
Es como una ley no escrita. No hay campeón que haya cerrado su historia sin atravesar momentos complicados. “Todo el mundo tiene años buenos y malos”, asegura Ferrer, que en 2014 se enfrentó a un curso enrevesado y tras superarlo arrancó 2015 como un tiro, cerrándolo en la Copa de Maestros. “Hay momentos mejores y otros peores, también para Federer y Nadal. Simplemente, no ha sido la mejor temporada de su carrera”, refleja sobre el mallorquín.
“En España tendemos a dramatizar. Ensalzamos tanto a los deportistas que luego a la hora de bajarlos también lo hacemos muy rápido. Nadal está cinco del mundo. ¿Es un drama ser el número cinco del mundo? Para mí no, pero ha dado tanto al tenis español, ha ganado tantas cosas, que un año en el que termina en esa posición parece que ya no es el mismo”, prosigue. “En los últimos torneos, Nadal ha vuelto a competir bien. Lo más importante es que tenga la ilusión y él la tiene. El año que viene va a volver a estar entre los mejores, con opciones de pelear por el número uno y conseguir ganar un Grand Slam, que es su objetivo”, se despide el alicantino, que al cierre de esta edición se medía a Stan Wawrinka para mantener vivas sus opciones de llegar a semifinales.
“Hace unos años, todo el mundo decía que era el final de Federer”, rememora en el restaurante de prensa Marc Rosset, ex número nueve mundial y medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Barcelona. “Obviamente, no ha sido así. Es algo similar a lo que le ha pasado a Nadal, que ahora está de vuelta”, refleja el suizo, amigo del campeón de 17 grandes. “No es su mejor superficie ni su mejor parte del año, pero desde Shanghái está jugando muy bien otra vez. Por supuesto que puede ganar un Grand Slam el próximo año. Cuando has ganado 14 no puedes ser descartado para ello. Está trabajando en la confianza. Y eso le coloca en una posición muy clara: la de pelear por los torneos más importantes en 2016”.
Como Federer, que tras superar el bajón, ha disputado tres finales grandes (Wimbledon 2014 y 2015 y Abierto de los Estados Unidos 2015, derrotado en todas por Djokovic), el mallorquín se prepara a conciencia para el último impulso de su carrera, donde tiene bien claro el objetivo. A estas alturas (29 años), Nadal pelea por los desafíos más exigentes del mundo porque no hay otra forma de agigantar su leyenda que apuntando hacia el infinito. En Londres, un horizonte despejado: contra grandes crisis, grandes campeones.