Unos conos marcan el camino de Rafael Nadal. Es diciembre de 2015 y el campeón de 14 grandes se entrena en Mallorca rodeando de esos objetos con un juego de pies hipnótico, buscando adaptarse al nuevo estilo que se ha marcado como destino después de pasarse todo el año sufriendo de lo lindo. La solución es clara: el español necesita evolucionar su juego y llevarlo hasta parámetros más agresivos para volver a ser competitivo y discutir de tú a tú con los mejores jugadores del mundo.



Así, y durante toda la pretemporada, cada entrenamiento es un paso que le acerca más a ese esquema que parece controlado porque Nadal es capaz de ir a buscar la bola, montarse encima de ella y no esperar a que la pelota venga a su encuentro, un avance formidable. Entrenando, el mallorquín es un jugador preparado para pelear con los mejores. Jugando, sin embargo, pierde las referencias sobre las que debe construir el cambio, volviéndose vulnerable como una hormiga en manos de un niño. La derrota en la primera ronda del Abierto de Australia ante Fernando Verdasco subrayó de nuevo esa pregunta evidente. ¿Por qué Nadal no compite como entrena?



“Es un tema de decisión”, explica Francis Roig, uno de los entrenadores del mallorquín. “En un entrenamiento estamos diciéndole todo el rato lo que tiene que hacer, estando encima de él. En un partido, sin nadie al lado, su tendencia es esperar la pelota”, prosigue el técnico catalán, que vio cómo eso era lo que sucedía en el encuentro contra Verdasco. “Su manera de jugar siempre ha sido encontrar la comodidad de sus golpes, no la incomodidad del rival. Esa pequeña duda que pueda tener a la hora de salir a por la pelota hace que tenga miedo a chocar con la bola”, prosiguió Roig, uno de los que más ha insistido en la necesidad de inculcar en la cabeza del mallorquín ese patrón de juego para aspirar de nuevo a todo. “Y Nadal siempre tiene ese miedo de chocarse con la pelota y no devolverla bien. Eso es lo que ocurre”.



EL EJEMPLO DEL ABIERTO DE AUSTRALIA



En Melbourne, Verdasco aprovechó esa grieta para llevar la voz cantante, haciéndose dueño de la iniciativa y maniatando a su contrario, que acabó recibiendo una lluvia de tiros ganadores (¡90!) imposible de frenar. “Me ha faltado hacer daño con mi derecha”, asegura Nadal, que no encontró el filo en su golpe más importante. “Me da igual si es una cuestión de profundidad o de velocidad, no existe una única fórmula para hacer daño. No he podido hacer daño porque a la hora de impactar la pelota no he echado el cuerpo hacia delante y he perdido muchas veces ese apoyo, moviendo el cuerpo hacia atrás”, radiografía, explicando el cambio de apoyos en el que lleva tiempo trabajando, algo que sus entrenadores contaron en EL ESPAÑOL antes del inicio del torneo. “Ha sido complicado cambiarlo durante el partido. Apoyado más veces atrás que delante, la pelota hace menos daño y el rival tiene más opciones de tirar, sobre todo cuando es un contrario con el potencial de Verdasco”, señala el mallorquín.



“Nadal ha estado a expensas de él”, reconoce Roig, técnico del número cinco. “Parecía que era suficiente la manera en la que jugaba y eso es algo que le condiciona muchas veces. De alguna manera, lo que le falta es esta decisión para ir a buscar la pelota sin tener miedo de chocar con ella. El pensamiento tiene que ser: puedo fallar, pero también puedo incomodar al rival”, se despide el entrenador del balear, que confía en que el tiempo le permitirá asimilar esos importantes cambios.



Esto es lo que sucedió. El martes por la noche, Nadal estaba fuera de Melbourne cuando hace unos días soñaba con usar el torneo como un trampolín para el resto del año, ilusionado en explotar sus nuevas armas. “El año pasado llegué aquí jugando mal, no me sentía listo para competir, era otra historia completamente distinta”, recuerda el número cinco. “Este año no tenía nada que ver porque venía jugando bien y trabajando mucho. Es duro cuando uno trabaja mucho y se va tan pronto”, dice, lamentando su derrota. “No hay más cosas que hacer que seguir trabajando. Siento que estaba entrenando bien, jugando bien, probando algo diferente para estar más dentro de la pista”, confiesa. “Todos los cambios son difíciles de poner en práctica cuando compites. Si no lo hago, estoy muerto. Y hoy no estaba listo para competir del modo en el que he estado trabajando”.



El reto es mayúsculo para un jugador que lo ha ganado todo. A los 29 años, está obligado a transformar su juego de toda la vida. Sabe, en cualquier caso, a lo que se enfrenta: de entrenar a competir hay un mundo.

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