La despedida llega en una agradable noche de verano, con la Rod Laver Arena puesta en pie para decir adiós a uno de los suyos, un jugador que forma parte de la historia. Hay vítores, aplausos y también lágrimas. Hay una atmósfera especial, única, posiblemente incomparable porque Lleyton Hewitt en Australia es como Michael Jordan en Chicago, un héroe inmortal.
Es un momento mágico que se rompe irremediablemente con la victoria de David Ferrer (6-2, 6-4 y 6-4) sobre el aussie en el último partido de su carrera. Cuando la pista se queda en silencio, cuando los asientos verdes se quedan vacíos y los espectadores se agolpan para volver a casa, Rusty ya no tiene una raqueta en la mano. Ocurre un 21 de enero de 2016: a los 34 años, y aunque todavía sigue vivo en el cuadro de dobles, Hewitt ha dejado de ser tenista profesional.
Pese a la edad, el australiano juega como si acabase de llegar. Con casi 900 encuentros en las piernas, Hewitt escribe su último partido sin renunciar a todas las señas de identidad que han marcado su carrera. Vive el cruce de grito en grito (“C’mon!”, aúlla durante toda la tarde), celebra cada punto con el puño cerrado y lanza miradas asesinas que podrían derretir a una piedra. Valga un ejemplo para demostrarlo. Con 1-3 en la tercera manga, cuando la retirada está cerca porque Ferrer tiene una importante ventaja, Hewitt exhibe la garra que le ha acompañado durante todo el viaje para recuperarse (consigue romperle el saque al español y colocarse 3-3).
Con la pasión intacta, el número 308 del mundo encadena unos minutos brillantes que son el último regalo antes de marcharse. Entonces, y tras discutir con Pascal Maria, juez de silla del partido, llega la derrota, que es el punto y final a una relación como pocas ha visto este deporte: el amor de Hewitt por el tenis es inagotable.
“Es una sensación extraña”, acertó a decir el australiano, que abandonó la pista acompañado por sus tres hijos, con los que también apareció ante la prensa. “Puedo estar orgulloso de haber dado el 100% en todos los partidos de mi carrera. No me he dejado nada en el vestuario”, dijo, mientras uno de los pequeños lo miraba con atención, vestido con la misma camiseta que su padre.
“Jugar para Australia ha sido lo mejor que me ha pasado en la vida. Me siento un afortunado por haber podido terminar mi carrera delante de mi público”, cerró el campeón de dos grandes, que brindó con champán antes de secarse las lágrimas y marcharse con su familia.
Reconocido por el vestuario
“Hewitt sacó lo mejor de mí muchas veces”, contó Roger Federer, con un cara a cara de 18-9 con el australiano. “Era un jugador especial. Lleyton me hizo comprender mi juego, convirtiéndome en mejor tenista. He disfrutado mucho con todas nuestras batallas”, continuó el suizo. “Era un luchador en la pista, pero siempre fue respetuoso. Admiré su ética del trabajo y el espíritu que tenía, pese a que algunas veces me molestó porque al principio era mucho más loco que ahora”, cerró el campeón de 17 grandes.
Las palabras de uno de los mejores tenistas de siempre sirven para entender la magnitud del australiano, pero las cifras hablan de una carrera brillante. En su retirada tras 20 temporadas en la élite, Hewitt se lleva 80 semanas como número uno del mundo, dos torneos del Grand Slam (Abierto de los Estados Unidos 2001 y Wimbledon 2002), 28 títulos más y dos Ensaladeras conquistadas para Australia (2000 y 2001).
Si alguien quiere igualarlo, tiene trabajo por delante. Si la próxima generación aussie formada por los prometedores Nick Kyrgios y Thanasi Kokkinakis (a los que Hewitt guiará como capitán de Copa Davis) buscan tomar el relevo, que se preparen porque no lo van a tener fácil.
“Es una gran referencia para el futuro”, apuntó Rafael Nadal, que se encontró varias veces con Hewitt sobre la pista, manteniendo duelos de alto voltaje “¡Es que odiaba perder cada partido!”, recordó Andy Murray, que se midió en una sola ocasión al australiano. “Siempre fue agresivo en su forma de jugar. Se le recordará como un competidor excepcional”, coincidió el británico.
“Es el único jugador del que tengo una camiseta firmada”, añadió David Ferrer, su último verdugo, emocionado como un aficionado más. “Es como un espejo para mí. Antes de estar entre los 100 primeros me fijaba en él por la lucha, la pasión y la dedicación que ponía sobre la pista. Son cualidades inspiradoras”.
Así se escribe el final de una de las grandes leyendas del tenis australiano: antes de la medianoche, y cuando el cemento ya se ha enfriado tras la última batalla de Rusty, la familia de Hewitt le abraza para dejar atrás la etapa más importante de su vida.
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