Dubái

Ivan Bencic descolgó el teléfono y marcó apresuradamente los números que había apuntado en una hoja. No se enfrentaba a una llamada fácil, había mucho en juego en la conversación que tenía por delante. El ex jugador de hockey sobre hielo carraspeó y se arrancó a hablar con Melanie Molitor, madre de la legendaria Martina Hingis y la encargada principal de pilotar su carrera. El hombre buscaba convencerla de algo que llevaba tiempo rumiando: quería que aceptase a su hija Belinda en su academia de tenis, construida en Wollereau, Zúrich.



Después de ver cómo la niña jugaba en el jardín de casa, demostrando lo que él consideraba aptitudes extraordinarias a esa edad (dos años), Bencic consiguió que Molitor le diese una oportunidad. Lo que ocurrió fue increíble: a los cuatro años, la joven suiza asombró a la mujer que había llevado la batuta en los éxitos de Hingis, con la que comparte algo más que la nacionalidad (las dos tienen raíces en Eslovaquia, lugar de nacimiento de Martina y el sitio desde donde emigró el padre de Belinda antes de que ella viniera al mundo). Así, la preparadora decidió entrenar con Bencic a solas por las mañanas, separándola de sus otros alumnos para centrarse exclusivamente en edificar durante una buena temporada los cimientos de la jugadora que con 18 años está maravillando al mundo.

Belinda Bencic golpea la pelota. Thomas Peter Reuters



Después de llegar a la final en San Petersburgo (perdió contra la italiana Vinci), Bencic estrenó con una derrota en el torneo de Dubái (6-4, 5-7 y 4-6 ante la serbia Jankovic en una batalla de 2h31m) su condición de top-10, convirtiéndose en la primera adolescente en lograrlo desde Caroline Wozniacki (julio de 2010), que luego escalaría hasta el número uno del mundo. La llegada a la zona alta de la élite es la consecuencia de un trabajo muy bien hecho durante los últimos años: Bencic ha ganado dos títulos en el circuito (Eastbourne y Toronto), suma 11 triunfos contra las 10 mejores del mundo (incluyendo una victoria ante Serena Williams el pasado verano en Canadá) y ya ha firmado actuaciones brillantes, como la que sirvió hace unas semanas para que Suiza llegase a semifinales de la Copa Federación tras vencer a la poderosa Alemania fuera de casa (Bencic ganó sus dos individuales y también el dobles, precisamente junto a Hingis).



“Me siento como una niña pequeña”, acertó a decir la joven para explicar una situación que posiblemente se había pasado toda la vida imaginando. “Todo el mundo sueña con llegar a ser top-10. Ahora, me doy cuenta de que el trabajo duro ha valido la pena. Hasta hoy no sabía si lo conseguiría, pero es un momento increíble para mí, un sueño hecho realidad”, prosiguió la número nueve. “He alcanzado mi objetivo. Lo siguiente es seguir subiendo, mantenerme y poder conseguir más victorias importantes”.



EL SENTIDO TÁCTICO DE MOLITOR



La madre de Hingis construyó a Bencic sobre una base innegociable en su forma de entender el juego: golpear fuerte es fácil, competir usando la cabeza es lo que muchas veces marca la diferencia. Así, y aprovechando las evidentes cualidades de la joven suiza, Molitor se pasó los días obligando a su pupila a razonar en lugar de reventar la bola, algo que siempre ha rechazado en su metodología de trabajo, el ADN que diferenció a Hingis del resto de competidoras, una huella de la que todavía quedan restos en su época actual como jugadora dedicada exclusivamente al dobles.



“Todo lo que sé se lo debo a Melanie”, reconoció la suiza. “Ella me ha enseñado a ser inteligente, a pensar en la pista y me ha convertido en una jugadora completa”, fotografió. “Es cierto que cuando era más pequeña no podía pegar a la pelota tan duro”, reflexionó Bencic sobre su estilo de juego. “Así que aprendí a jugar de una forma más inteligente”, añadió la suiza, que con el paso del tiempo ha desarrollado la capacidad para ser también agresiva, encontrando un importante balance. “Mi principal fortaleza es que juego algo diferente al resto de tenistas. Creo que mis rivales se encuentran en problemas con eso porque tomo la pelota antes que las demás”.

Belinda Bencic golpea la pelota. Thomas Peter Reuters



En consecuencia, y traducido sobre la pista, Bencic hace lo siguiente: se apoya mucho en los tiros de sus contrarias, aprovechando esa fuerza para devolver la pelota sin aparente esfuerzo. La suiza, que acorta mucho la pista, quita tiempo a sus rivales constantemente y muchas veces eso es más efectivo que jugar de línea en línea, porque evita todos los riesgos que sí asumen las otras.



“Técnicamente, su juego es similar al mío”, reconoció Hingis, continuamente cuestionada sobre la comparación entre ambas. “Es lógico que nos parezcamos porque le enseñó mi madre, pero ella es más fuerte físicamente y es capaz de disparar algunos golpes ganadores”, añadió sobre la número nueve, que no tiene su mano de seda en la volea, algo que compensa con un extra de potencia.



INCOMPARABLE EN PRECOCIDAD



La irrupción de Bencic, en cualquier caso, no puede equipararse con la precocidad de Hingis. La ex número uno del mundo ganó el Abierto de Australia con 16 años, convirtiéndose en la jugadora más joven de siempre en celebrar un grande. Esa misma temporada (1997) se coronó en Wimbledon, en el Abierto de los Estados Unidos y alcanzó la final en Roland Garros, rompiendo con todo lo imaginable. Martina, que también tiene en su poder el récord de ser la número uno con menor edad (16 años y seis meses), lleva sobre sus hombros una mochila con 22 torneos del Grand Slam (cinco en individuales, 12 en dobles y otros cinco en dobles mixto). Casi nada.



Aunque Bencic pasó tiempo encadenada a la regla que impide a las adolescentes jugar todos los torneos que quieran (una norma que precisamente se creó a raíz de la fulgurante aparición de Hingis, limitando la cantidad de eventos profesionales a los que pueden apuntarse las promesas), no ha perdido el tiempo en una época donde ver savia nueva es complicado. No hay nadie más joven que ella entre las 40 primeras del ránking (la rusa Kasatkina es la número 45 y tiene su misma edad).



Su estreno como top-10, en cualquier caso, le demostró la dureza de la élite y el precio que deberá pagar si quiere dejar su marca en la historia. La suiza llegó a Dubái desde San Petersburgo el lunes. Tuvo que jugar el martes, tras pisar la pista por la mañana y sin tiempo para aclimatarse. Aunque ganó la primera manga del encuentro, se encontró con la experiencia de Jankovic (ex número uno del mundo), que endureció el partido al ver que a su contraria le faltaba el aire. Acabó perdiendo tras derramar algunas lágrimas y se marchó con una reflexión dando vueltas a su cabeza: estar entre las mejores del mundo no garantiza nada, aunque llegar hasta ese lugar haya sido un viaje lleno de sacrificios. Bien lo sabe Hingis.

Belinda Bencic, en un partido. Thomas Peter Reuters

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