París

“Esto no es una casualidad. Vengo entrenando duro desde que empezó el año, aunque haya tenido altibajos”. Las palabras de Garbiñe Muguruza tras llegar a las semifinales de Roland Garros por primera vez en su carrera (7-5 y 6-3 a la estadounidense Roger) fueron directas como puñales en una pelea callejera. "Estoy aquí, preparada para todo".

Bajo las grises nubes de París, que amenazaron con descargar una lluvia que no llegó, Rogers le dejó a Muguruza su atrevida tarjeta de visita. La estadounidense jugó sin nada que perder porque sabía que su contraria tenía la obligación de ganar el partido, tal era la diferencia de galones y ránking. Así, la 108 mundial tomó ventaja en el marcador (break de entrada), sacó para ganar el primer parcial (llegó a tener bola de set) y deshizo cuando Garbiñe le cerró la puerta en la cara, reaccionando a lo grande para frenar el descaro de la estadounidense.

“Es que ella estaba jugando muy bien, muy suelta, pegándole fuerte a la pelota”, analizó luego Muguruza, sentada frente a los periodistas con una gorra negra con su nombre cubriéndole el rostro. “Yo también estaba nerviosa, apenas conocía a Rogers. Me ha ayudado mucho cuando he empezado a sentirme más cómoda, sobre todo en la primera manga”, prosiguió sobre ese momento crítico del cruce, donde salvó punto de set. “Me he calmado y he tomado el mando del partido”.

En el arranque, la número cuatro estuvo torpe. Le faltó el punto de brillantez de días anteriores, el filo en sus golpes, la mordiente de unos tiros fabulosos. Luego, según fueron pasando los minutos, la española se asentó. Tras tomarle las medidas a la pista, radiografiando las virtudes de Rogers, Muguruza se soltó.

De arreón en arreón, dominando por la fuerza, salvó ese punto de set en la primera manga, que hizo suya justo a continuación. Después, cuando la victoria ya le pertenecía, Garbiñe cerró el encuentro y tiró la raqueta al suelo con una mirada reconocible en cualquier parte del mundo. La que provoca una victoria de semejante dimensión.

Muguruza celebra su pase a semifinales de Roland Garros. Pascal Rossignol Reuters

ALGO QUE YA HA VIVIDO

“Estoy mucho más tranquila, ya no me pilla de sorpresa”, explicó la española, que el año pasado alcanzó la final en Wimbledon y pasó por un proceso similar. “Haberlo vivido antes hace que cambie mucho la siguiente vez, te abre los ojos”, prosiguió. “Aunque es difícil afrontar con tranquilidad un partido así. Hay que intentar dejar un poco de lado la ronda y todo lo que conlleva”, reconoció.

Expuesta ante una ocasión fantástica, Muguruza se enfrentará el viernes a la australiana Stosur (vencedora del único precedente en el Mutua Madrid Open de 2014) con la ventaja de haber vivido esas sensaciones anteriormente. A los 22 años, pese a una juventud tan evidente como prometedora, Garbiñe ya no es una novata. Ni mucho menos.

“Pero aunque han caído muchas cabezas de serie, yo pienso en cada partido”, dijo la número cuatro, intentando frenarse a sí misma, detener las expectativas. “Ahora me toca Stosur, que en tierra batida está cómoda y aquí viene jugando bien. Estamos en semifinales, así que lógicamente espero un partido difícil. Todas queremos una plaza en la final”, recordó. “Yo tengo muchas ganas de seguir jugando y ganando. Soy muy ambiciosa. Es evidente que me gustaría llegar al último día”.

Palabra de Muguruza, palabra de candidata. En Roland Garros, donde la única gran rival con vida es Serena Williams, Garbiñe aspira a estar en la final. Y, quizás, a conseguir mucho más.

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