Quedan pocas dudas: Andy Murray está para luchar por cosas importantes, quizás incluso por su anhelado número uno del mundo. En las semifinales del torneo de Pekín, el británico derrotó 6-2 y 6-3 a David Ferrer, se clasificó para pelear por su quinto título del año (se enfrentará este domingo a Grigor Dimitrov después de la retirada del canadiense Raonic por lesión en su tobillo derecho) y remarcó el mensaje que lleva tiempo enviándole a Novak Djokovic. Al serbio, desde Wimbledon despojado de su halo de imbatibilidad, le ha aparecido una piedra en la alfombra roja que tenía hacia la leyenda.
“Jugué muy bien”, reconoció Murray tras el partido. “Tuvimos una gran cantidad de puntos largos, un tenis realmente bueno, fue un gran encuentro”, prosiguió. “Al llegar a Pekín, me dije que si podía ganar un par de partidos empezaría a sentirme mucho mejor. Jugar partidos es el mejor entrenamiento que puedes tener”, continuó el británico, al límite físicamente después de un año olímpico (ganó el oro en Río de Janeiro) donde además también participó en la Copa Davis. “Afortunadamente, eso ha sido lo que ha pasado esta semana aquí”.
Murray y Ferrer gastaron 17 minutos en discutir los dos primeros juegos del partido y pasada la media hora todavía seguían 2-2 en el marcador. Si alguien esperaba una función rápida se equivocó de teatro. Enzarzados en intercambios trabajadísimos, rebosantes de velocidad y asombrosas defensas, los oponentes atacaron el pase a la final desde el fondo de la pista, cuna de ambos. Como no podía ser de otra forma en un cruce protagonizado por dos jugadores cortados por un patrón similar, los peloteos pusieron a prueba los pulmones de los competidores y provocaron un incendio en sus piernas, quemadas por el desgaste de golpear continuamente más de 20 pelotas seguidas.
“¡Vamos que puedes!”, se animó Ferrer, rapidísimo de piernas, como si la batalla del día anterior (6-7, 6-1 y 7-5 a Alexander Zverev en un intenso duelo de 2h21m) la hubiese jugado en la videoconsola y no sobre la pista. El español, derrotado por Murray en los seis últimos partidos, demostró convencimiento, siempre lo intentó y por momentos estuvo cerca, aunque el abultado marcador refleje todo lo contrario, y ahí están los resoplidos y las quejas de Murray para demostrarlo.
Las palabrotas del británico (le gritó de todo a su banquillo) se hicieron más duras cuando Ferrer le enseñó los dientes, avisándole de que no iba en broma. El español, un punto por delante de su contrario en el arranque, castigó a Murray con una propuesta táctica aparentemente sencilla: Ferrer cargó varias veces sobre la derecha del número dos para luego cambiar al paralelo y aprovechar que su rival estaba orillado. Ni eso le garantizó el punto al número 13. Por supuesto, Murray llevó zapatillas normales y corrientes, pero podrían haber sido patines y cualquiera que lo hubiese visto defenderse lo habría confirmado sin dudarlo.
Desde ese 2-2 de la primera manga, al que Ferrer llegó con muy buenas intenciones, Murray hizo suyo el partido jugando un tenis impecable. Cada centímetro de la pista fue del número dos, que se decidió a lanzarse al abordaje para ver si así cortaba el ritmo del español, podía desbordarle y salía con los brazos levantados del partido. Exactamente lo que sucedió.
Pese a la derrota, que subrayó la diferencia entre ambos, la recuperación de Ferrer solo se entiende desde su innegociable cultura del sacrificio. Durante toda la semana, y siguiendo con la línea de la eliminatoria de Copa Davis ante India del pasado mes de septiembre, el alicantino jugó con la cabeza fría, más tranquilo, más calmado, con mejores sensaciones. Inmerso en una de las temporadas más duras de su carrera (sin títulos y fuera del top-10), Ferrer puede decir que al fin está sacando la cabeza y mirando con optimismo hacia 2017. Murray, en la final de Pekín, está a otras cosas. Su pelea es por lo que siempre deseó: alcanzar el cielo de la clasificación.