Singapur

La combinación que forman los más de 30 grados de temperatura y el 70% de humedad convierten a Singapur en una trampa para los pulmones. El clima tropical de la ciudad no perdona a nadie: es poner un pie en la calle, romper a sudar por todos lados y acabar con la lengua fuera, como el maratoniano que acaba de cruzar la meta tras hacer un esfuerzo descomunal para cubrir los últimos metros.

Refugiada de esas exigentes condiciones, a cubierto bajo el techo del imponente Singapore Indoor Stadium, Garbiñe Muguruza siguió preparando su asalto a la Copa de Maestras (arrancará el próximo lunes) tras conocer que compartirá el grupo blanco con Agnieszka Radwanska, Karolina Pliskova y Svetlana Kuznetsova, que se clasificó a última hora tras ganar el título en Moscú.

Aunque Muguruza ha evitado los peligros del grupo rojo (Angelique Kerber, Simona Halep, Madison Keys y Dominika Cibulkova), la española llega a la última cita del año en una posición bien distinta a la del curso pasado, cuando debutó en categoría individual. De la Garbiñe desatada de 2015 se ha pasado a otra que va a tirones, irregular e imprevisible, aunque con una diferencia sustancial y clave en ese proceso: ahora es una campeona de Grand Slam.

Muguruza dispuesta a servir en Pekín. DAMIR SAGOLJ Reuters

“¿Cuál crees que ha sido el momento más duro de la temporada?”, le preguntaron a Muguruza el sábado en la rueda de prensa previa a su estreno en el torneo. “Ganar Roland Garros”, respondió automáticamente la número seis del mundo. “Levantar un Grand Slam te hace sentir como 'Ok! ¡Lo he hecho!'. Logré algo que deseaba, por lo que he luchado y que de alguna forma era mi sueño. Nada puede arruinar eso”, insistió.

“Estaba pensando el otro día, haciendo un pequeño resumen del año. Tengo que recordarme que en un año he hecho dos finales de Grand Slam, porque la alcancé en Wimbledon 2015 y conseguí ganar el trofeo en Roland Garros 2016. Con 22 años. ‘Vamos Garbiñe. ¿Quién fue la última chica que hizo eso?’ Creo que es increíble”, prosiguió sobre el título que consiguió al derrotar a Serena Williams en París, algo que sin embargo le cambió bruscamente el resto de la temporada.

“Después de ello hay un gran cambio, como si vieras todo de una manera diferente”, aseguró Garbiñe, que desde Roland Garros ha sufrido para mantener ese nivel. “Tienes un gran subidón y después te vienes un poco abajo. Tienes que saber manejarlo. Añade un plus de responsabilidad sobre ti. En ocasiones es difícil de gestionar, pero estoy aprendiendo”, reconoció.

“Creo que año tras año estoy haciendo muchas cosas diferentes a gran velocidad. Mi carrera ha ido muy rápida, pero no cambiaré, en absoluto”, continuó. “Es un privilegio sentirse así y es algo que tengo en mi mochila, en mi armario, ese trofeo, cada vez que mire atrás”.

Muguruza celebró el título en Roland Garros, llegó al número dos del mundo (su mejor clasificación de siempre) y efectivamente sufrió la resaca de ser campeona de un grande en los torneos siguientes (siete victorias y cinco derrotas, hasta el inicio de la gira asiática).

A diferencia de 2015, cuando Garbiñe atacó el último tramo de la temporada jugando un tenis mercurial (cuartos en Tokio, final en Wuhan y trofeo en Pekín), la española pasó por esa misma parte del calendario casi sin hacer ruido (cuartos en Tokio, primera ronda en Wuhan y tercera en Pekín) y se vio obligada a jugar en Linz para sellar su presencia en Singapur.

“Me siento parte de algo increíble. Estar de nuevo aquí significa que he sido una de las mejores ocho jugadoras del año y eso es un gran logro, pase lo que pase”, recordó Muguruza. “No creo que alguna tenga más presión que el resto: todas podemos ganar y perder con cualquiera”, se despidió, radiografiando la realidad actual del circuito femenino a la perfección.

En Singapur, donde este domingo comienza la Copa de Maestras sin Serena Williams (ausente por una lesión en el hombro), no hay una candidata clara al trofeo por el que todas suspiran profundamente.

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