Singapur

Adiós a la Copa de Maestras, adiós a la temporada, a pensar en cómo arreglar el juego de una campeona rota. En su segundo partido en Singapur, Garbiñe Muguruza cayó 6-7 y 3-6 ante Agnieszka Radwanska y se despidió del último torneo del año, pese a que todavía debe jugar el próximo viernes un encuentro intrascendente contra Svetlana Kuznetsova. Precisamente, el triunfo de la rusa (3-6, 6-2 y 7-6 a la checa Pliskova) obligaba a la española a sumar una victoria para mantener con vida sus opciones de llegar a las semifinales del torneo, que se le escaparon tras la derrota.





En consecuencia, Muguruza, que defendía 690 puntos de 2015 y caerá hasta el número ocho mundial, cierra el curso siguiendo la línea adquirida tras Roland Garros: sigue teniendo un juego mercurial, capaz de llevarse por delante a cualquier rival, pero con 12 victorias y 11 derrotas desde que levantó su primer Grand Slam en Roland Garros también tiene un problema bien grande.

“No sé por qué la gente va a esperar que después de Roland Garros gane todos los torneos”, dijo Muguruza en la sala de prensa del torneo, pasada la medianoche en Singapur. “Me preocupa bastante poco. No estoy pensando en ser constante, cada jugadora es como es. Salgo a la pista, intento ganar y dar lo mejor que tengo. Si pierdo, pues pierdo, pero no estoy pensando todo el rato en las victorias o en las derrotas”, continuó. “El objetivo para el año que viene ni lo he pensado. Hacer una buena pretemporada, empezar fuerte en Australia… Sinceramente no sé cuál es el objetivo”.

Radwanska, posiblemente la jugadora más inteligente del mundo, planteó un partido para enredar a Muguruza. En la era más física de siempre en el tenis femenino, donde fuerza, velocidad y potencia son tres ingredientes a los que la mayoría recurre sin dudarlo, la polaca es una agradable rareza. Aprovechando su privilegiado sentido táctico, Radwanska es capaz de hacer maravillas con la bola, encontrando para cada problema un recurso por el que merece la pena pagar la entrada. La número tres defiende como nadie, contragolpea como pocas y hace magia como ninguna. Es imprevisible en cada jugada y ese don está fuera de mercado.

Radwanska.

La columna vertebral de su juego, un abanico de sutilezas fabricadas a golpe de muñeca, desquiciaron a Garbiñe, que padeció las dejadas, los globos y también las subidas a la red, donde la polaca le dejó a su contraria una dolorosa tarjeta de visita. En esa marea se diluyó Muguruza, con un mal día al saque (48% de puntos ganados con primero y 46% con segundo) y de nuevo tremendamente desatinada (37 errores no forzados), incapaz de buscar una alternativa sólida al gran despliegue de Radwanska, que controló todos los rincones de la pista.

Después de vivir agitada toda la tarde, la campeona de un grande salió dispuesta a romper la tela de araña de su rival a estacazo limpio, su estilo habitual. Muguruza cerró su calentamiento previo al encuentro con el gesto torcido porque falló más pelotas de las que debería antes de un cruce tan importante. Con la pista todavía vacía, mientras los altavoces vomitaban You Really Got, de los británicos The Kinks, la española intentó sacudirse los nervios destrozando la bola y se marchó enfurruñada al vestuario, bebiendo atropelladamente agua de una botella de plástico tras emplear media hora en activarse a tirones.

Luego, y mientras esperaba para salir a jugar, bien entrada la noche en Singapur, la número seis vio la remontada de Kuznetsova a Pliskova y se agarrotó aún más porque ese resultado tenía una sencilla consecuencia: ganar, esa era la única vía para que Muguruza pudiese seguir peleando por una plaza en las semifinales, su techo del curso pasado en la Copa de Maestras. Así, Garbiñe buscó el triunfo con la presión echándole una carrera y como tantas veces en 2016 la española cruzó la meta después, con la lengua fuera y los ojos vidriosos, inconfundibles síntomas de la derrota.

Antes, por supuesto, un partido que mudó varias veces de piel, tanto se jugaban las dos oponentes, tan complicado era negociar con las emociones. Tras una montaña rusa (cuatro breaks, del 2-1 de Radwanska al 4-3 de Muguruza), Garbiñe puso orden ganando su servicio (4-4), rompiendo el de su contraria (5-4) y fabricándose una oportunidad fabulosa para sacar por la primera manga, anulada por la polaca. Que Muguruza sufre para jugar con el marcador de cara no es ningún secreto. Tampoco que Radwanska posee una habilidad para volver cuando parece que ni una grúa podría levantarla de la lona.

Como siempre ante cualquier pegadora, la polaca se apoyó en los rápidos golpes de Muguruza para devolver la bola sin apenas esfuerzo y cargada de mala baba. Las intenciones de la número tres estuvieron claras desde el principio: jugar al ratón y al gato, ser la más lista de las dos, tener una carta oculta en cada punto y exprimir cada uno de sus recursos hasta llegar al límite,. Y, como casi siempre, fue un buen plan.

“¡Así no! ¡Joder! ¡Coño!”, se gritó Muguruza durante el desempate de la primera manga, lleno de fallos infantiles (una bola corta por allí, una doble falta por allá) que dejaron a Radwanska con el set en sus manos. Entonces, y tras romper de entrada el saque de la polaca en el segundo parcial (2-0), Muguruza se perdió del todo, pese que Sam Sumyk, su técnico, le pidió calma, serenidad, que lo intentase probando cosas distintas. Fue para nada: la española dilapidó la ventaja que tenía, perdió el partido y se marchó de Singapur sin hacer ruido, lo que lleva ocurriéndole en cada torneo desde que celebró el título en Roland Garros.

A día de hoy, la realidad es tan dolorosa como evidente: con 23 años recién cumplidos, Garbiñe tiene una carga en los hombros mucho mayor de la que es capaz de soportar. Solo el tiempo desvelará si es capaz de aprender a aguantar la presión que distingue a las campeonas de las leyendas.

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