La frase se escucha en perfecto castellano en la sala de prensa del torneo de Brisbane el último día del año, mientras fuera caen unos rayos de sol que son flechas envueltas en llamas (36 grados marca el termómetro). Horas antes de que los fuegos artificiales anuncien la llegada de 2017 pintando de colores el cielo de Queensland, Garbiñe Muguruza llega de entrenar con unas gafas de sol colgando del cuello y se planta frente a los periodistas por primera vez mientras Sam Sumyk, su técnico, escucha desde un costado de la habitación cómo le preguntan si estrenar un nuevo calendario significa empezar de cero y olvidarse de todo lo anterior. “Nunca acabas de limpiar la cabeza”, responde la española con la mirada dura y el gesto torcido.
Es una mañana de sombreros de tela, botellines de agua helada y pegotes de crema solar en la piel, tres barreras fundamentales contra el calor extremo. El verano australiano, agradable a la vez que fatigoso, ya ha dejado su rojiza huella en las mejillas de la número siete mundial, síntoma de que se ha machacado en las pistas del torneo en el que abrirá el nuevo año (debutará frente a Samantha Stosur, 1-1 en el cara a cara) antes de jugar el primer Grand Slam del año en Melbourne (desde el próximo 16 de enero). El trabajo, en cualquier caso, viene de muy atrás y está hecho a conciencia.
“Ha sido una buena pretemporada, no sé si ha sido la mejor de mi carrera, pero sí que ha sido muy buena”, explica la española, que después de ganar Roland Garros el pasado mes de junio se desinfló (14 victorias por 11 derrotas), absorbida por las emociones que llegaron de la mano de su primer grande.
“Estas semanas me he esforzado. He intentado sacar todo lo que tenía y darlo en la pista. Espero que durante el año eso quede reflejado”, prosigue Muguruza, consciente de lo que le costó luchar con las expectativas durante la mayor parte de 2016, pagando carísimo su irregularidad, encadenada a un millón de fantasmas. “También he parado unos días y luego hecho la pretemporada en un sitio muy bonito. Eso siempre ayuda, estar cómoda y rodeada de un buen equipo. Ha sido muy importante para mí”.
A esto se refiere Muguruza. En noviembre, tras la Copa de Maestras, Garbiñe se desconectó del mundo con un viaje singular que saboreó de principio a fin, abandonando la raqueta para despejar la mente, algo que estaba pidiendo a gritos. Acabado 2016, Muguruza se perdió entre las pirámides de Egipto, visitó El Cairo y pasó por Lúxor, la población edificada sobre las ruinas de la antigua ciudad de Tebas. Luego, tras aprovechar sus vacaciones en esa deseada visita, la española volvió a casa para someterse a un tratamiento en el tobillo izquierdo, pendiente desde Singapur, que le limpió por completo la articulación.
Así, y como los médicos le prohibieron hacer movimientos bruscos con el pie durante dos semanas, Muguruza se metió en el gimnasio y se puso manos a la obra con su tren superior, poniendo el acento en la espalda, los hombros y los brazos. Después, cuando tuvo luz verde para poner a prueba su tobillo, comenzó con ejercicios en las piernas para finalmente terminar metida en la pista, pendiente del pie, aunque ya sin limitaciones.
Con diciembre a la vuelta de la esquina, la parte dura de la pretemporada llegó en California, donde Garbiñe combinó largas sesiones de tenis con paseos por las playas de Los Ángeles ante el inminente arranque de temporada.
“Pero nunca acabas de limpiar la cabeza”, repitió la campeona de un grande; “porque es todo un proceso que forma parte de tu carrera tenística”, siguió. “Obviamente, empezar una nueva temporada es algo que hacemos todas. Un nuevo año, nuevos torneos, nuevos esperanzas, nuevos retos…”.
En Brisbane, Garbiñe arranca el nuevo curso desde una posición relativamente cómoda. De aquí a finales de abril, cuando comience en Stuttgart la gira de tierra batida, defiende 452 puntos en los seis torneos que tiene previsto disputar (Brisbane, Abierto de Australia, Doha, Dubái, Indian Wells y Miami). En consecuencia, cuenta con margen suficiente para sumar y cubrirse las espaldas antes de Roland Garros (protege los 2000 puntos de campeona). Además, y mucho más importante, 2017 le ofrece a Muguruza una oportunidad única: con 23 años puede comerse el mundo si hace las cosas bien. El hueco en el circuito femenino está ahí para que alguien lo ocupe.